En el principio fue Gerardo Iglesias. Puede que casi ninguno de ustedes recuerde al líder del PCE, minero asturiano, honrado a machamartillo, que en 1986 intentó modernizar el partido, que había quedado en las últimas tras la combinación letal de 1982 entre un PSOE que arrasaba electoralmente y un Santiago Carrillo totalmente desacreditado entre los suyos. Para ello, Gerardo Iglesias intentó generar en torno al PCE una plataforma de partidos y movimientos de izquierdas que en buena medida recogieran el poso dejado por el reciente referéndum de la OTAN, en donde la "izquierda a la izquierda del PSOE" había logrado un éxito muy importante de movilización (43% de los votos por el No a la OTAN).
El invento se denominó Izquierda Unida, y no funcionó mal del todo, pero la verdad es que nunca logró alcanzar sus objetivos: superar al PSOE electoralmente por la vía de integrar en sí todo lo que se moviera en la izquierda y no fuera el PSOE. Julio Anguita, en 1996, obtuvo los mejores resultados de la historia de IU: 21 diputados.
El problema de Izquierda Unida estaba, entre otras cosas, en el PCE, que buscaba ser primus inter pares, es decir: mandar en la plataforma creada por ellos y donde ellos aportaban la mayoría de los militantes, activistas, y cuadros. ¿Por qué no mandar, en consecuencia? El problema era que, naturalmente, la izquierda que no era del PCE veía a la legua que la "plataforma colaborativa de izquierdas de verdad en la que todos somos iguales" tenía truco. Y desde el PCE tampoco querían ceder un protagonismo excesivo a unas formaciones adheridas a IU cuya representatividad a veces cabía en un taxi.
Muchos años después, en 2014, un profesor universitario reconvertido en afamado tertuliano de televisión, Pablo Iglesias, vinculado con uno de los muchos partidos integrados en IU (Anticapitalistas), junto con otros compañeros del partido y de la facultad de Ciencias Políticas, lee con claridad el momento político, de crisis de representatividad de los partidos tradicionales, que ha debilitado enormemente al PSOE. Izquierda Unida ha obtenido resultados aceptables en 2011 (once escaños), pero muy por debajo de lo que se hunden los socialistas, que pierden casi sesenta escaños respecto de 2008. Hay mucha gente, en consecuencia, que se ha ido del PSOE, pero que no está dispuesta a cambiar a IU. Muchos descontentos de la política, huérfanos de un partido que les represente.
Iglesias intenta forzar unas primarias en IU para las Elecciones Europeas, confiado en que su popularidad mediática le dará la victoria. En IU, convencidos exactamente de lo mismo, blindan la candidatura del inefable Willy Meyer (¿cómo? ¿Que no sabe usted quién es? ¡Pero si fue eurodiputado durante diez años y sólo abandonó el puesto en 2014 por un problemilla con una Sicav!). Iglesias responde fundando Podemos y obtiene un excelente resultado en las Europeas.
El resto es historia. Una historia ya habitual en la izquierda española, que comienza con excelentes resultados (a punto en 2015 y 2016 de superar al PSOE, pero no) y acaba como el rosario de la aurora, con escisiones y más escisiones, luchas intestinas y resultados cada vez peores. En el camino, Iglesias se coaligó con Izquierda Unida y en la práctica ha acabado por ocupar también dicho espacio, con sus limitaciones electorales. Y también él, como líder, ha quedado casi amortizado. Iglesias salió del Gobierno para enfrentarse a la "amenaza fascista de la ultraderecha" encarnada por Isabel Díaz Ayuso y se convirtió en uno de los principales argumentos de Ayuso para obtener el refrendo electoral de los votantes conservadores. Consumado el fracaso, Iglesias decidió abandonar la política (no deja de tener su miga que uno se presente para frenar al fascismo, dicho fascismo obtiene una mayoría aplastante y al día siguiente abandonas la lucha contra él). Desde entonces, se dedica, en los múltiples foros y espacios mediáticos que frecuenta, a criticar acerbamente al Gobierno del que formó parte como vicepresidente segundo, llegando al punto de considerar que las decisiones que tomó dicho Gobierno mientras él era vicepresidente no tienen nada que ver con él.
Al irse, Iglesias escogió a Yolanda Díaz como su sucesora, para después dedicarse a tratar de socavar su liderazgo por todos los medios, una vez constatado que la nueva que manda quiere mandar, y no limitarse a hacer lo que mande quien ahí la ha puesto; nada que no hayamos visto antes, y no sólo en la izquierda (a buen seguro, el lector tendrá en mente los homéricos enfrentamientos Zaplana-Camps y Aznar-Rajoy).
Díaz ha alcanzado cierta popularidad desde la Vicepresidencia y desde el Ministerio de Trabajo, y busca elaborar una propuesta a la izquierda del PSOE. Pero se encuentra con el mismo problema con el que se encontraron todos sus antecesores: la principal formación a la izquierda del PSOE, llámese PCE, IU y ahora Podemos, es también un lastre para que su proyecto político pueda captar al electorado descontento. ¿Cómo conseguir atraer a los descontentos de Podemos con un proyecto del que Podemos forma parte? ¿Y cómo hacerse con los descontentos del PSOE cuando la plataforma que intenta atraérselos está encabezada por la vicepresidenta de un Gobierno de coalición con el PSOE y los socios del PSOE en el Gobierno ocupan posiciones centrales en ella?
Estos problemas son muy difíciles de resolver; no se puede ser oposición y Gobierno al mismo tiempo, ni superación de Podemos y Podemos a la vez. Por ese motivo, entre otros, el proyecto de Yolanda Díaz se ha venido retrasando y dilatando en el tiempo durante meses. Por ahora, sabemos de él lo esencial: que Yolanda Díaz quiere que toda la izquierda a la izquierda del PSOE se una en torno a ella y se deje liderar por ella. La cuestión es cómo lograrlo, claro. Por ahora, el primer experimento, la coalición de izquierdas en Andalucía, nos ha dado las claves de lo que puede pasar, con un lamentable espectáculo de división, cuotas, navajazos, y ridículo final (protagonizado por el principal partido de la coalición, Podemos, que ha llegado tarde para incorporarse a la misma) que, justo es reconocerlo, satisface todas las expectativas de lo que cabe esperar de los grupúsculos de la izquierda tan acertadamente caricaturizados en La vida de Brian, y es además un perfecto resumen de lo que estamos comentando: ni con Podemos ni sin ellos.