MURCIA. ¡Qué dura es la vida de una escritora de provincias! Aquí me tienen a las seis de la mañana con más sueño que vergüenza (que tengo más de la que ustedes se creen) porque no hay otro momento en el día para que pueda dedicarles mi plena atención.
"Todos nuestros minutos están exprimidos al máximo y somos productivos en pro de la comunidad. Abejas obreras"
Es en ese instante en que te suena el despertador martilleándote la cabeza con la vigésimo sexta melodía que has seleccionado para ver si las sensaciones que te provoca son diferentes… Porque ya las has probado todas: desde el bucólico sonido del bosque que termina pareciéndote que estás en una película de Tim Burton hasta esa canción de Maluma, Felices los cuatro, con la esperanza de que por lo menos te despiertes en medio de un trío, que es lo más cercano a una bacanal que vas a oler en toda tu vida.
Sí, señores, la obligación llama a su puerta, la aporrea, le zarandea, le abofetea y entonces llega el… Diez minutitos más. ¡Error! Nunca te levantarás. Has dejado al demonio entrar en casa. Esa imagen en la que en un hombro tienes al diablo y la otra a un ángel y el primero te dice:
—Quédate durmiendo, fuera hace frío y no se va a enterar nadie si esta semana no escribes. Total nadie te lee.
Y miras a tu derecha buscando las fuerzas que necesitas para levantarte y lleno de esperanza buscas a tu ángel:
—Hazle caso a ese, que sabe lo que se dice.
¡Noooo! Eso no es lo que debería decirte tu conciencia. Pero lo hace.
Es muy difícil hacer siempre lo correcto y no lo que te apetece. Estar confinado en casa versus montar una boda judía; estar confinado en casa versus viajar a ver a la familia con un salvoconducto falso; estar confinado en casa versus comer dentro de un restaurante calentito… Y eso por no hablar de nuestro fuero interno… Sonreír a tu jefe versus mandarlo a la mierda; bajar al parque con los niños versus hincharte a Netflix; comer cinco raciones de fruta y verdura versus ultraprocesados y azucarados. ¡Venga, hombre! No me venga ahora con el rollo de la vida saludable y el tiempo de calidad con los niños. Usted que ha tenido una adolescencia en la que se meaba en la canción de Ramoncín Litros de alcohol.
Así es, lo que pesan son las obligaciones, no los años ni los kilos. Aunque no sé por qué conforme pasan los años nos echamos las dos encima. Una mochila enooooorme.
Parafraseando a Descartes, pienso luego escribo y conforme escribo pienso… ¿Por qué hacemos tal gilipollez? Queremos aparentar que somos gente respetable con una vida llena y ocupada. Todos nuestros minutos están exprimidos al máximo y somos productivos en pro de la comunidad. Abejas obreras. La realidad es que la mayoría de responsabilidades nos las imponemos nosotros sin que nadie nos las pida, pero sentimos que no hacerlo estaría mal visto. ¡A la mierda! Lo que de verdad queremos es nadear, osear, hibernar, glotonear y otros infinitivos de la primera conjugación que no me atrevo a reproducir aquí. Quítese la mochila y viaje ligero de equipaje porque seguro que en cada parada encontrará lo que necesita. Y ahora, sin miedo pregúntese…. Y a mí… ¿qué me apetece hacer hoy? Pues, ¡hágalo!
Gracias por su lectura.