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‘Waco: The Aftermath': una cafrada policial convertida en un atentado de ultraderecha

La tragedia de Waco tuvo un gran impacto entre los grupos de ultraderecha estadounidenses. Hasta el punto de que Timothy McVeigh, autor del atentado de Oklahoma, que estaba relacionado con ultras, citó el asedio de Waco como principal motivo por el que puso la bomba. Todo este desenlace lo ha dramatizado Showtime en una serie que es una pena que no sea más ambiciosa porque no le falta material precisamente

19/08/2023 - 

MURCIA. Como cualquier persona que vivió lo de Waco en directo, esto es, a través del telediario de televisión española, solo conservaba un recuerdo superficial del suceso y pensaba, como es obvio, que se trataba de una secta de locos peligrosos que la había liado gordísima. Después de ver el documental de Netflix y las dos partes de la serie que recrea los acontecimientos Waco (2018) y Waco: The Aftermath (2023), no puedo poner la mano en el fuego por los davidianos, pero con toda esta información lo que queda patente es el show tuvo muchos más actores que no se condujeron precisamente por la prudencia y la cautela. Sobre todo a la vista del desenlace de toda la historia: El atentado de Oklahoma de 1995. 

En lo que concierne a la producción audiovisual destinada al entretenimiento, The Aftermath es una serie complicada de comentar. Por un lado, es maniquea. Carga las responsabilidades sobre la ATF (Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego) y el FBI. Al mismo tiempo, presenta a la mayoría de los davidianos como seres de luz y a su líder, si bien no lo endiosa y deja patente que tenía inclinaciones pederastas, no se ensaña con él, como habría sido normal en un producto de estas características. Pinta un retrato bastante benévolo para la trastienda que tiene el personaje real. Estas ambigüedades morales, en una serie que pretende ser moral, ya sean calculadas o no, lo cierto es que le dan un extraño y original atractivo. 


Esto es llamativo porque la serie se basa en una manipulación emocional del espectador totalmente convencional. Al final, han debido ser conscientes, porque aunque esta segunda parte tenga mejor producción y fotografía, es más plana que la anterior. De hecho, iban a ser seis capítulos y finalmente se decidió dejar en cinco. Como drama judicial da de sí, el problema es la invención de que el negociador del FBI, Gary Noesner, -en cuyo libro se inspiran para la primera parte Stalling for Time: My Life as an FBI Hostage Negotiator- también estuvo siguiendo la pista de Timothy McVeigh

El autor del atentado ultraderechista de Oklahoma, en el que murieron 168 personas y 680 resultaron heridas, cometió su crimen en el aniversario de la tragedia de Waco y dijo que este episodio fue la razón principal que le llevó a realizar la salvajada. Esto es un hecho, el hombre además estuvo entre el público que se concentró en Monte Carmelo cuando los davidianos estaban sitiados. Sin embargo, Noesner no es, con lo que se sabe hasta ahora al menos, el nexo entre ambos atentados por parte de las fuerzas del orden. Él mismo, en su libro, cita que la motivación de Oklahoma fue el asedio de Ruby Ridge, que se relata en la primera parte de la serie. 

Esta segunda entrega, en cambio, le tiene a él como protagonista investigando a los grupos de extrema derecha que, buscando venganza por Waco, estarían planeando un atentado. Es muy complicado seguir una serie que se supone que está recreando unos hechos reales si se alterna con una ficción tan determinante y poco apegada a la realidad. Por ejemplo, Noesner tampoco tuvo nada que ver con el reclutamiento de Carol Howe (interpretada por Abbey Lee) para infiltrarse en Elohin City, una comunidad de fanáticos supremacistas blancos, válgame la redundancia. Este campamento, situado en Oklahoma (al que no hay forma de acercarse en Google Maps), saltó a las noticias en su día porque McVeigh llamó ahí antes de cometer el atentado y habló durante dos minutos. 

La pena es que la serie no repara demasiado en este lugar, más allá de colar allí a la infiltrada. Su historia no tiene nada que envidiar a la de David Koresh. El tal Elohim se llamaba Robert G. Millar, un menotita líder de Indentidad Cristiana. Cuando se produjo el atentado, vivía allí con sus 30 nietos y había dado cobijo a miembros del Ejército Republicano Ario. Este grupo terrorista robó 22 bancos y, con su botín, se cree que se pudo financiar el atentado de Oklahoma. Una banda muy Baader Meinhof, pero en nazi, ya que dos de sus miembros se suicidaron en prisión, uno de ellos justo antes de dar una entrevista en televisión. El grupo fue descubierto cuando algunos de sus miembros se convirtieron en informantes del FBI, que es por lo que aparece el personaje de Abbey Lee, pero con la ocurrencia de situar a Noesner como centro de todo, son tramas que quedan desdibujadas cuando tenían muchísimo potencial.

Lo curioso de la serie es que es a la vez secuela de Waco (2018), pero también precuela, ya que se cuenta cómo un joven Vernon Wayne Howell se convierte en David Koresh y reúne a sus adeptos, los davidianos. Desde un principio, desde que tiene el control del grupo, se le presenta como un líder que recurre a las armas para lograr sus fines y, también, como alguien obsesionado con el sexo con menores. Según sus visiones religiosas, debía casarse con las parejas de sus fieles e incluso con sus hijas. Lamentablemente, estos episodios turbios, aunque se muestren en toda su crudeza, no tienen ningún tipo de enfoque original o reseñable. Solo ocurren, sin más, interpretados por personajes planos. 


Una de las sorpresas de estos cinco capítulos es la aparición de J. Smith-Cameron, nuestra Gerri Kellman de Succession, en el papel de Lois Roden, la presidenta de La Rama Davidiana de Adventistas del Séptimo Día. Se incide en el supuesto hecho de que tuvo una relación con Koresh, él con 24 años y ella con 67. A la vista de las fotografías de Roden, la historia hubiese tenido mucho más impacto con una actriz que se pareciese más al personaje real. 

Otro hecho es que Koresh, antes de estar con La Rama Davidiana de Adventistas del Séptimo Día, estuvo en su adolescencia en la Iglesia Adventista del Séptimo Día a secas, a la que acudía con su madre. Allí proclamó que había abierto una biblia y le había salido un fragmento que quería decir de forma inequívoca que tenía que casarse con la hija del pastor, de 12 años. Aquí el cura no dudó, le expulsó de la congregación. Este hecho, que ya muestra claramente las inclinaciones de Koresh, se omite. Una pena, porque el personaje daba mucho más de sí por esa línea. Nos queda su brillante teoría de que él tiene que cargar con el peso del pecado del sexo en Waco para liberar a los demás y por eso tiene que acostarse con sus mujeres, que en algunos casos son también sus hijas. El personaje, según los hechos reales, tenía mucha mayor profundidad por ese rasgo de su personalidad, así como los religiosos que profesan estas creencias, que en cuanto escucharon sus originales revelaciones le mandaron a tomar por saco. 

Al final, por haber querido simplificar la serie para que sea de digestión más rápida, se ha perdido la oportunidad de firmar una historia coral de primera calidad con ingredientes de sumo interés, como son: la búsqueda de publicidad por parte de funcionarios de las fuerzas del orden y sus meteduras de pata en el intento, las sectas religiosas en las que caen personas frágiles y manipulables, los movimientos de extrema derecha en un país en el que circulan armas a mansalva y el de un atentado que se produjo con una motivación no muy dispar de los postulados de Al Qaeda. Quizá sí sea demasiado para cinco capítulos y, precisamente por eso, es una pena que no hayan tenido más ambición.  

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