MURCIA. El pasante de la Murcia eterna, en su discurrir por la siempre bulliciosa Trapería, puede haber reparado en que en la fachada del Casino se anuncia la celebración del 175 aniversario de esta murcianísima institución, que reclama la atención de propios y forasteros, en punto tan céntrico de la ciudad, con su imponente frontal pétreo escoltado por las llamativas 'peceras'.
Conferenciantes y escribidores se han ocupado y ocuparán del relato de los grandes hechos y personajes del Casino, con más tiempo y espacio del que se dispone en estos ayeres, pero no dejaremos pasar la ocasión para dedicar unas líneas a esta entidad, que durante tanto tiempo fue germen de iniciativas señaladas en el ámbito social y cultural y aglutinó a la "buena sociedad" local.
"Un capítulo importante del Casino fue el empeño en ir adquiriendo propiedades y ampliando sus instalaciones"
La segunda versión de la cabecera periodística denominada Diario de Murcia, que se editó entre 1847 y 1851, se hizo eco del nacimiento del Casino de Murcia, que tuvo lugar el 10 de octubre de 1847, lo que quiere decir que la efemérides se cumplió hace poco más de un par de semanas. En la reseña no queda margen a la duda sobre quién fue el primer presidente de la sociedad, asunto sobre el que en tiempos pretéritos se discutió.
"El día diez de los corrientes, a las doce de su mañana, se verificó la apertura del Casino de Murcia. Una brillante y distinguida concurrencia ocupaba sus salones, bastante bien adornados, cuando se presentó el digno presidente de tan ilustrada asociación, D. Juan López Somalo, y pronunció un discurso admirable por la valentía y originalidad de su estilo…".
Pero ha de saber el lector que la institución no nació poderosa y bien instalada, sino de prestado (o mejor, de alquiler) y conducida por un entusiasta veinteañero que, con los años, llegó a ser alcalde de Murcia, diputado provincial, gobernador civil de cinco provincias, decano del Colegio de Abogados, así como catedrático y rector de la Universidad Libre de Murcia, antecesora entre 1869 y 1874 de la actual.
La primera sede fue el palacete de los condes de Campohermoso, en la actual calle de Radio Murcia, entonces de Lucas, y ocupaba el solar de lo que es hoy el edificio del Centro Comercial Cetina. Lo que quiere decir que estaba, pared con pared, junto a la entrada secundaria del emplazamiento definitivo, que fue, durante medio siglo, el principal.
Porque un capítulo importante en la larga trayectoria del Casino fue el empeño de los asociados en ir adquiriendo propiedades y ampliando sus instalaciones hasta lograr abrir la puerta y fachada principal en la que también era, desde la Edad Media, la calle principal de la ciudad.
El proceso se inició cuando en 1852 el marqués del Vado y sus hermanos, propietarios en esos momentos del palacete de Campohermoso, decidieron subir el alquiler a la sociedad del Casino, ante lo cual, se puso en marcha la adquisición del inmueble vecino, propiedad de Miguel Andrés Stárico, consistente en dos viejas viviendas unidas que serían demolidas para alzar la nueva sede social.
La mudanza a la primera fase del edificio que se iba alzando fue inmediata, pues se produjo en 1853, y el primer gran hito de este período expansivo fue la visita de la reina Isabel II en 1852, en la misma ocasión en que se inauguró el Teatro de Romea (entonces llamado de los Infantes).
Una consecuencia de las sucesivas ampliaciones, mediante la adquisición y adaptación de inmuebles que iban uniéndose paulatinamente, fue la necesidad de planificar una cierta unidad ornamental, que fue encargada al arquitecto albaceteño Justo Millán, autor en la ciudad, entre otras obras, de la plaza de toros y de la fachada de la iglesia de San Bartolomé, y que se ejecutó entre 1882 y 1885.
Fue entre 1891 y 1898 cuando se compraron nuevas casas para alcanzar el propósito de abrir el Casino a la Trapería, y tres años más tarde se iniciarían las obras de la fachada principal, con la intervención del citado Justo Millán, de Marín Baldo y, finalmente, de Pedro Cerdán, que fue quien concluyó la ansiada empresa.
En la mañana del 1 de junio de 1901, primer año del siglo XX, la decimonónica entidad vio con satisfacción cómo era colocada la última piedra de la imponente fachada, que habría de dar nuevo lustre al Casino. Para dejar constancia de este hecho, aunque no del fin de las obras, que aún se alargarían hasta la anualidad siguiente, se izó en lo alto la enseña nacional.
Y para celebrar tan grato suceso, del que dejaron constancia las crónicas, los albañiles y canteros que tomaron parte en la construcción "fueron obsequiados con una suculenta comida por la junta directiva", que constó de arroz y pava, pasteles de carne, ensalada, pastelillo, café y puros.
La Trapería contó, desde entonces, con un nuevo y poderoso vecino, dispuesto siempre a mostrar su poderío con motivo de las grandes ocasiones, como las fiestas de carnaval, las procesiones religiosas, tanto con motivo del Corpus como de la Semana Santa, o las recién nacidas Fiestas de Primavera, cuyos desfiles discurrían entonces por aquella calle mayor de la ciudad y en los que la sociedad del Casino tuvo activa presencia durante largos años, sobre todo en el Entierro de la Sardina, cuya organización llegó a asumir.
Y la nueva fachada, con sus 'peceras' y su espectacular patio árabe, se convirtió en un atractivo turístico de primer orden, que invita a profundizar, a través de la acristalada galería, en el histórico baluarte de la "buena sociedad murciana".