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Por qué vale la pena ver ‘Las abogadas’

2/11/2024 - 

MURCIA. El asesinato de Enrique Ruano en 1969, estudiante de Derecho y miembro del Frente de Liberación Popular, a manos de la Brigada Político Social. El asesinato de un tiro por la espalda, por parte de la guardia civil, del sindicalista Pedro Patiño en 1971. El asesinato de los estudiantes Arturo Ruiz y María Luz Nájera en sendas manifestaciones en 1977. La matanza de Atocha, en enero de 1977, el atentado en el que fueron asesinados a tiros los abogados laboralistas Enrique Valdelvira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz y Francisco Javier Sauquillo, el estudiante de Derecho Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez Leal y resultaron gravemente heridos los abogados Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz-Huerta, Luis Ramos Pardo y Lola González Ruiz

El juicio contra los diez de Carabanchel en 1973, la cúpula de Comisiones Obreras, con Marcelino Camacho a la cabeza. La ejecución de los presos políticos en los últimos años de la dictadura. Y las huelgas. Y la especulación inmobiliaria en las zonas chabolistas. Y las torturas en las cárceles y comisarías franquistas. Y la lucha de clases. Todo eso y mucho más es lo que hemos visto en Las abogadas, la miniserie de 6 episodios de RTVE basada en las vidas de Manuela Carmena, Cristina Almeida, Paca Sauquillo y Lola González Ruiz.

Y pasa que, a pesar de algunas flaquezas y cierta falta de vuelo estético y narrativo, me parece que no podemos más que felicitarnos por la existencia de esta serie. Con la nefasta relación que tenemos con nuestro pasado y la terrible negación de la memoria histórica que padecemos, ver en horario de máxima audiencia en una televisión pública todos estos hechos y su inevitable eco con el presente, es algo digno de reseñar. Un relato hecho, en estos tiempos ultraneoliberales, desde el punto de vista de quienes lucharon por la libertad y contra la dictadura, que coloca en el centro tanto a las mujeres como a la defensa de los derechos civiles y laborales. No es tan fácil, a pesar de la que está cayendo, ver sindicalistas en acción, huelgas o diálogos sobre los derechos laborales en nuestra producción audiovisual. 

Las abogadas es obra de una cineasta, Patricia Ferreira, que falleció en diciembre de 2023, a los pocos meses de comenzar el rodaje, y a quien le debemos un puñado de buenas y sólidas películas, todas ellas con implicaciones sociales y políticas y mucho menos convencionales de lo que parecen, como Sé quién eres (2000) y Para que no me olvides (2005) que ya incidían en cuestiones vinculadas a la memoria histórica y la Transición; o El alquimista impaciente (2002) y Els nens salvatges (2012). Las abogadas está escrita por Ferreira junto a Marta Sánchez, Irene Niubó y Virginia Yagüe y dirigida por Juana Macías y Polo Menárguez. Muchas mujeres, sí. La serie se completa en RTVE Play, formando un proyecto transmedia, con 'Las abogadas: la verdadera historia', en donde Paca Sauquillo, Manuela Carmena y Cristina Almeida repasan sus vidas y la época. 

La serie va de menos a más. El primer capítulo resulta un poco atolondrado y elemental, en su afán de contar cómo Lola González pasa, en varios años, de ser una estudiante de buena familia a una activista por los derechos sociales y democráticos a través de su relación con Manuela Carmena, Cristina Almeida y otros abogados antifranquistas. Todo va demasiado deprisa y resulta muy convencional. Es verdad que el final del capítulo, el asesinato de Enrique Ruano, novio de Lola, es impactante e invita a seguir. Creo que en ese momento muchos dijimos, yo misma, que seguiríamos viéndola por lo que cuenta, porque esa historia es importante y es de justicia verla en pantalla, y no tanto por cómo lo cuenta. Pero, afortunadamente, a partir de ahí, y aunque quizá lo narrado merecía un tratamiento menos convencional, el resto de capítulos van ganando en la intensidad y la profundidad que le faltaba al primero. 

Irene Escolar (Manuela Carmena), Elizabeth Casanovas (Cristina Almeida), Paula Usero (Lola González) y Almudena Pascual (Paca Sauquillo), ponen todo el brío y la energía en su trabajo actoral, en el que destacan, especialmente, Casanovas y la valenciana Paula Usero. Escolar y Casanovas cuentan que, a la hora de interpretar a los personajes, se decidió olvidarse de la imitación y de los apellidos y evitar toda solemnidad. Y esa fue una muy buena e inteligente decisión de creadoras y actrices. Algo que va absolutamente a favor del relato y el interés que suscita, sobre todo, porque las protagonistas están concebidas de forma totalmente positiva, como heroínas de una pieza, así que la falta de solemnidad se hace imprescindible. Hay pocas aristas en su construcción como personajes, aunque sí una relevante, el conflicto de clase. Todas ellas procedían de familias de clase media-alta, de entornos que contrastan con los ambientes en los que se van a mover: el chabolismo de Palomeras, las luchas sindicales en fábricas o en el transporte. Pero, salvo esta condición, que permite hablar de diferencias de clase y de lucha social, lo que las define, a ella y a sus compañeros, es su idealismo y su capacidad de lucha. 

No pasa nada, partamos de la admiración hacia quien la merece. No nos vienen mal personajes positivos e idealistas cuando en la ficción (y en la realidad) triunfan tantos psicópatas y cínicos. Y reivindiquemos a quien actuó según esos ideales. Es la premisa de la serie y funciona. Esta es la historia de unas mujeres que querían acabar con la dictadura y cambiar nuestro país, y dieron a esa causa mucho más de lo que se le puede pedir a cualquier ciudadano o ciudadana. Y, no lo he dicho, pero supongo que queda claro, dada su autoría, su tema y su protagonismo, que la serie está construida desde una visión feminista. Por su parte, Almeida y Carmena reconocen sin problemas la condición de ficción, “cada uno te ve como te ve”, y han insistido en que no eran heroínas, que simplemente era lo que había que hacer en aquellos tiempos si querías vivir: “éramos la conciencia que teníamos que tener en nuestro tiempo para hacer posible lo que nos hacían imposible: la libertad, la democracia, la lucha por la igualdad”. 

De vez en cuando, con mesura y sin abusar, se añaden imágenes de archivo: de las manifestaciones, del funeral multitudinario de los abogados de Atocha, de la represión policial, de la lucha sindical y, en las imágenes finales, de las primeras elecciones democráticas en 1977 tras la muerte del dictador. Colocadas de forma muy eficaz, resulta imposible no emocionarse antes esas imágenes y no admirar a quienes lucharon en aquellos momentos. 

Y si es lamentable que, más de cincuenta años después, sea excepcional ver en horario de máxima audiencia el asesinato de Enrique Ruano, todavía lo es más comprobar que algunas luchas son las mismas. Especialmente dos, aunque no solo. Toda la trama de Palomera, la pobreza y el chabolismo de un barrio absolutamente abandonado por las autoridades, hace un eco insoportable con la situación actual de, por ejemplo, la Cañada Real. Y, por supuesto, la violencia de la ultraderecha y la represión ejercida de las fuerzas de orden público riman demasiado bien con algunas cosas de nuestra realidad del siglo XXI que pensábamos que ya no pasarían. El ejercicio de memoria histórica no solo permite conocer el pasado, también establece los lazos, positivos y negativos, con nuestro presente, algo que la serie no olvida nunca, y no solo porque parte de sus protagonistas también lo sean de la España actual. Así que, por todo eso, merece la pena ver Las abogadas.

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