MURCIA. La transición energética en la que nos encontramos inmersos persigue, entre otros objetivos, sustituir paulatinamente la energía eléctrica generada por las grandes plantas convencionales, por plantas de producción a partir de energías limpias. Este objetivo, hoy día, es viable gracias a la evolución de la tecnología que permite, con un coste razonable de las instalaciones y en particular de la fotovoltaica, producir energía y distribuirla donde se necesita, lo que se denomina autoconsumo, incrementando la eficiencia energética con un claro beneficio económico y medioambiental. Este sería el principal componente en el modelo de generación distribuida que debe de orientar la política energética, sentando las nuevas bases para el futuro de la generación renovable en las denominadas Comunidades Energéticas, un concepto basado en que los propios consumidores tengan el control con participación activa de los usuarios en la generación de energía y distribución a puntos cercanos, creando ecosistemas energéticos locales sostenibles y compartidos.
"El desarrollo tecnológico ha permitido que una instalación en nuestros días tenga un coste un 90% inferior al de hace diez años"
Hasta llegar a este nuevo concepto, el sector de las energías renovables ha pasado por diferentes fases y propuestas tecnológicas de producción de energía adaptadas a las circunstancias del momento. No hay que olvidar que la primera instalación fotovoltaica que se construyó en España se realizó en el año 1984, prácticamente como planta piloto, y que no fue hasta el inicio del siglo XXI, cuando de la mano de incentivos a la producción o de ayudas a la implantación comenzaron a desarrollarse plantas de relevancia, auspiciadas de forma paralela por planes energéticos con objetivos muy ambiciosos en la materia, destinados a incrementar la participación de las energías renovables en el 'mix' de generación nacional, acorde con nuestros compromisos europeos e internacionales. Este contexto propició que se desarrollaran instalaciones, con una amplia gama de potencias, destinadas exclusivamente a la producción y venta de energía, basado en ocasiones, en aspectos puramente especulativos dejando de lado los beneficios reales de las energías renovables; muchas de las cuales actualmente operan en el sistema eléctrico. Instalaciones que, por otra parte, más allá de perseguir el cumplimiento de objetivos energéticos y réditos económicos, tuvieron entonces parte importante de su justificación en la necesidad de impulsar el desarrollo de la tecnología, en pos del abaratamiento de costes, que permitiera en el futuro la posibilidad de una implantación abundante de la tecnología fotovoltaica.
Y así ocurrió. El desarrollo tecnológico ha permitido que una instalación en nuestros días tenga un coste un 90% inferior al de hace diez años, abriendo la puerta a modelos enormemente más interesantes y coherentes con los objetivos de transición energética, basados en alternativa de producción y consumo más económicas y respetuosas con el medioambiente.
De esta forma, el modelo energético actual, aboga por la inversión en instalaciones de autogeneración de energía lo más cercanas al punto de consumo que, correctamente gestionadas, presentan una vida útil que genera importantes reducciones en el precio de la energía consumida durante un largo plazo, lo que nos lleva a considerar estas instalaciones, no como un gasto, si no como una inversión que repercutirá de forma directa en la competitividad del usuario, aumentando a su vez la sostenibilidad del consumo.
Este concepto de generación y consumo de energía, trasladado al sector industrial, debe impulsar cambios en el modo del abastecimiento de energía eléctrica en áreas industriales, sumando a las instalaciones individuales de generación, instalaciones comunes que compartan infraestructuras de generación. Es decir, las empresas de un entorno industrial podrían, por ejemplo, unirse y aprovechar los espacios comunes para generar energía y mejorar su autoabastecimiento, reduciendo costes y consumiendo energía limpia de forma eficiente. No debemos olvidar que la transición energética no es únicamente generar energía a partir de fuentes renovables, sino que también es una oportunidad de crear un entorno industrial de investigación, desarrollo, actividad productiva sostenible que integre la economía circular y la responsabilidad social de las empresas.
En conclusión, los grandes objetivos de la transición energética se pueden lograr a través de tecnologías de menor escala, que permiten generar donde se consume, incrementando la competitividad y disminuyendo la dependencia energética, en definitiva facilitando la creación y desarrollo de actividad económica. Nunca nuestra Región tuvo una oportunidad tan clara de reindustrialización basada en aprovechar nuestros recursos para ser referencia en este cambio de modelo en la generación y consumo de la energía.
Eduardo Piné Cáceres
Director general de Energía y Actividad Industrial y Minera
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