Alguna vez en la vida de toda mujer ha habido un madurito interesante. Y cuando digo toda mujer, es toda: bien entre sus sábanas o bien en sus fantasías.
Cuando encaras la treintena y eres independiente económicamente, tu desarrollo profesional va viento en popa porque te has circunscrito al "yoísmo" y no has dejado entrar a nadie en tu casa, física ni emocionalmente, para que no te distrajeran de lo importante: tu carrera... De repente, se cruza él.
Ahí está: en el desayuno, en el parking, en el Invernadero... ¡Joder!, si es que la persigue (piensa usted), aunque esto sea sólo fruto de la casualidad… o de un ojo desentrenado. Siempre ha estado ahí, pero es ahora cuando, después de mucho tiempo, ha levantado la cabeza del ordenador y se ha percatado de su presencia.
No sabe por qué vibra cuando lo ve y se desboca su imaginación. ¡Vaya, qué inoportuno! Qué poca gana tiene de encoñarse ahora con un guaperillas. Sin embargo, su corazón no opina igual, está lleno de gozo y entusiasmo.
Una mañana en la cafetería, él le da los buenos días con ojos vibrantes. Usted, incapaz de articular palabra, como si del anuncio de Coca Cola light se tratara, sólo puede oír en su cabeza el I just wanna make love to you, que es lo que su subconsciente le está pidiendo a gritos y lo único que es capaz de procesar en ese momento.
"las canas deben ir acompañadas por la actitud"
Vayamos al lío. Entonces, ¿cuáles son las condiciones que se tienen que dar para ser ese maduro interesante objeto de deseo? Vamos a ver una serie de requisitos que debe cumplir cualquier hombre para estar dentro de este selecto club que son condición necesaria pero no suficiente. Bien es cierto que algunas son verdades universales y otras son, más bien, exigencias personales.
Empecemos con una máxima y no me pregunten por qué: las canas. Pero no unas canas cualquiera, unas canas canallas. Es decir, las canas deben ir acompañadas por la actitud. Esa sonrisa de medio lado, golfa, granuja, pilla. Si no, las canas no funcionan. Básicamente, eres el abuelito de Heidi.
¡Qué decir de la altura! Siempre debe ser más alto que ella. Para que nos entendamos, Torrebruno nunca ha sido nuestro icono sexual... Ahora, Aquaman es harina de otro costal.
Es un hombre sereno, imperturbable, resolutivo. Toma decisiones de manera eficaz y es implacable a la adversidad. Emana seguridad como si de un maná se tratara, que empapa a todo el que le rodea.
Por supuesto e implícito en el nombre: ser interesante. Parece de Perogrullo, pero esto no es baladí. Debe tener un intelecto que te enamore, mejor, que te deslumbre. Tiene que saber de actualidad, de filosofía, de coches, de viajes. Una conversación estimulante.
Ni que decir tiene: tiene que ser divertido, hacerte reír. Este es un requisito indispensable. Fíjense si lo es, que si tiene esto hasta podemos pasar por alto todo lo demás.
Debe ser galante. Pocas cosas nos ponen más que un hombre que quiere ligarte, no te deje pagar, sobre todo a estas alturas de la vida que sólo se fomenta el perroflautismo. Debo reconocer que este apartado entra más dentro de los deseos personales que de los universales.
Una diferencia de edad notable siempre supone un extra de morbo... para ambos.
Llegamos donde estaban esperando, por supuesto y sin excusas, en la intimidad debe ser el p*** Magic Mike. Lo siento, así están las cosas, no esperamos menos, señores. Tanto envoltorio no puede ofrecer menos que fuegos artificiales, violines y cantos épicos. Otra condición sine qua non.
Espero haber aportado a los señores unas orientaciones de que sí y qué no despierta nuestro interés aunque sospecho que los maduros interesantes ya saben que lo son.
Por cierto, señoras, un maduro interesante tiene fecha de caducidad. Es un bien perecedero. Salvo excepciones, aguantan mal el paso del tiempo. Pero eso ya será en otro artículo.
Gracias por su lectura.