MURCIA. Hay imágenes que no se van de la cabeza en toda la vida. Al ver el documental Los testigos de Putin, de Vitaly Mansky, di con una de ellas. La película es prolífica en escenas impactantes. Son imágenes de Putin en petit comité durante su primer año al frente del Gobierno hace más de dos décadas. Es difícil no quedarse con detalles. Sobre todo porque los protagonistas no actúan, llevaban a este documentalista empotrado y fue testigo de todo en un momento histórico en el que, probablemente, nadie sabía lo crucial que era. Sin embargo, la imagen en cuestión a la que me refiero no es de Putin, sino de Yeltsin.
Cuando Putin llegó al poder una de sus primeras medidas fue cambiar el himno de la nación y volver al de la Unión Soviética con una nueva letra. Putin lo explica al detalle. Se refiere a su objetivo de captar a las capas de la sociedad que no renegaban del pasado soviético. En años en los que afloraron de golpe todos los abusos cometidos por el régimen anterior, que no eran pocos precisamente ni esporádicos, el orgullo nacional, que para muchas generaciones se confundía con el soviético, estaba por los suelos.
Putin no solo quería levantarlo, sino integrarlo todo en uno, aunar fuerzas, como se llama su propio partido, de hecho, Rusia Unida. Cuando este himno sonó de nuevo en la Nochevieja de 2001 a 2002, el cambio de milenio, la cámara capta a un Yeltsin patidifuso. Es imposible no imaginarse que en su cabeza debía estar dándole vueltas al equivalente del dicho castellano "Para este viaje no hacían falta tantas alforjas". De pronto, alguien le interpela y, ahí sí, Yeltsin contesta en referencia a Putin: "Es un rojo".
Queda abierto a la interpretación. No me atrevería a asegurar que el significado de "rojo" en ese momento no es el que le damos en España, pero estoy casi seguro de que Yeltsin a lo que se refiere es a "facha de mucho cuidado", que en Rusia se traduce como un amante del Estado en su acepción más lúgubre y tenebrosa. No obstante, puedo equivocarme y mi instinto fallar como una escopeta de feria.
No es mentira que Rusia en aquel momento era un desastre, las políticas de cambio al capitalismo habían fracasado como el propio comunismo, y la esfera post-soviética era el lugar más depresivo del mundo. Putin, cuando llegó, con ese afán regeneracionista y transversal, invocando varios orgullos a la vez, aunque fueran contradictorios entre sí, como el legado soviético con el imperial y religioso, consiguió resolver muchos problemas acuciantes y remendar los costurones de esa sociedad.
El problema es que, como indica el propio documental, del primer equipo con el que contó en aquella época, invocando una suerte de democracia y progresismo, no quedó casi ni uno. Medvédev y alguno más. El resto, o pasaron a la oposición, o se fueron del país o fallecieron prematuramente. Graciosamente, uno de los pocos que quedaban, Anatoly Chubais, le ha abandonado justo esta semana.
El desenlace de todo el cuento lo estamos viendo ahora, una autarquía que por sus propias dinámicas no puede permitirse una sociedad como la ucraniana al otro lado de la frontera, una nación hermana que, pese a sus muchos problemas y radicalismos campando por sus respetos, tiene una mayoría social que anhela un estado democrático funcional. Ese escaparate o modelo al lado de la autarquía de Putin es una amenaza y ha actuado en consecuencia.
Hay gente a la que le ha decepcionado este documental. Se quejan de que no aborda suceso clave que tuvieron lugar esos días. Fundamentalmente, los atentados que posiblemente fueron de falsa bandera y se emplearon para entrar en Chechenia a sangre y fuego. Lo cierto es que sí que se toca el tema, salen las imágenes de cuando Putin fue a depositar flores a uno de los lugares del atentado -bombas contra edificios residenciales de clases populares- y las preguntas que le hicieron los periodistas, nada amables. El narrador dice que no acusa a Putin de haberlos preparado, pero que por accidente, se sorprendió a miembros del servicio secreto colocando más explosivo en otro bloque de viviendas, detalle conocido y que aparece en todas las biografías de Putin. Esos son los hechos, trazar la línea de puntos entre ambos es cosa personal de cada uno; demostrarse, no ha podido quedar demostrado que diera instrucciones.
Sin embargo, el documental no pretende ser explicativo o Wikipedia de esa época. Ofrece aspectos más sutiles, es para iniciados. Es más, hay que agradecer el acceso privilegiado que tuvo ese cineasta a esos ambientes en las alturas del poder ruso porque han servido para tener este documento histórico impagable. Por ejemplo, vemos cómo Putin no le devuelve a Yeltsin la llamada cuando gana sus primeras elecciones. Al mismo tiempo, la alegría del entorno de este por la victoria de su sucesor es incontenible. Había mucho en juego. Los analistas especializados en esta región consideran que el trato era que Putin les protegiera de cualquier proceso contra ellos y, si fue elegido, era porque había demostrado durante su etapa en San Petersburgo que sabía cumplir.
Su palabra valía y en ese ayuntamiento ya había estado pringado en todos los tejemanejes propios de la etapa post-soviética en la que los orgullosos cuadros del Partido Comunista se agenciaron los bienes del estado y se los vendieron a empresas extranjeras a precio de saldo a cambio de lucrativas comisiones. Procesos en los que se involucraron peligrosas mafias y hasta el propio Putin hubo momentos en esos años en los que temió por su vida.
Otro detalle relevante es la mujer del director. También aparecen sus vídeos caseros, algunos de escaso buen gusto, y en ellos se ve cómo reacciona la familia al nombramiento de Putin. Su mujer lo lamenta enormemente. Avisa de que en el extranjero se volverá a "temer" a los rusos y profetiza que con un individuo como él la época Yeltsin será recordada como la mejor de su vida.
Parece que Mansky al compartir estas imágenes con el mundo, en las que en sus conversaciones privadas con Putin se ve que congenian, ha hecho una especie de mea culpa. Inocentemente, Mansky le agradece sus convicciones democráticas y se ve que ambos están preocupados porque ese sistema se afiance en Rusia y sea duradero, creen que es la única forma de que llegue la prosperidad. De esta manera, se dedicó a humanizarlo ante el gran público con convicción. Un ejemplo es el encuentro con su antigua maestra orquestado por él, parece que fue muy importante para las elecciones. A los rusos les conmovió esa escena. No obstante, en el pecado iba la penitencia. Putin en otro momento le dice seriamente a cámara que, del pasado, por qué no pensar en la victoria en la II Guerra Mundial en lugar de en el gulag. La respuesta ya la conocen quienes sepan separar la propaganda de los hechos, porque ahora serán conscientes de que lo que se ve en el este documental fue el inicio del retorno al pasado de Rusia. Dar un paso hacia delante y media docena hacia atrás.