Se minimizan o encubren problemas graves a través de una comunicación parcial, fragmentada o excesivamente optimista
Desde que hace un par de semanas apareciera un artículo en The Economist dando una visión excesivamente optimista de la economía española, recordé la famosa canción Todo va bien, señora marquesa de Ray Ventura en los años 30 sobre una marquesa que, tras una ausencia de dos semanas, llama a su castillo para saber si ha habido alguna novedad (véase el vídeo de Paul Misraki). En la canción, cada nueva revelación añade un nivel de gravedad, pero se enmarca en un tono que inicialmente intenta restar importancia al problema. Así, lo que empieza como la noticia de la muerte de un burro se convierte, tras un proceso de escalada, en la ruina total del marqués y la pérdida del castillo.
Este patrón es un claro ejemplo de cómo, en ocasiones, las noticias se presentan de manera sesgada o en dosis pequeñas, generando una falsa sensación de control o calma. La moraleja de la historia de Todo va bien, señora marquesa radica en cómo se minimizan o encubren problemas graves a través de una comunicación parcial, fragmentada o excesivamente optimista, dejando al receptor con una impresión inicial de tranquilidad que rápidamente se desmorona al revelarse el contexto completo. La moraleja, por tanto, invita a la reflexión crítica: no basta con aceptar el relato oficial sin cuestionarlo; es necesario profundizar, analizar el contexto completo y considerar qué se está dejando fuera de la narrativa.
La relación con la economía española es evidente: la percepción de que "todo va bien" puede no coincidir con la realidad si solo se comunica una parte de la historia o si se omiten los detalles más preocupantes, especialmente cuando se evalúan temas tan complejos como la economía. Por tanto, como en tantas cosas, no somos los primeros en pensar que no se nos está contando toda la historia cuando escuchamos el relato oficial sobre lo bien que va la economía española.
Crecimiento trimestral del PIB real respecto al año anterior. Fuente: The Economist (2024)
Es una pena que el uso interesado de cifras económicas parciales cree tantas veces la impresión de que la economía no es una disciplina seria. Con el fin de poder apoyar este argumento, vale la pena ver el gráfico de The Economist que alaba el comportamiento de la economía española: en él se muestra la evolución del crecimiento anual del PIB español comparándolo con el de la Unión Europea.
Como bien sabemos, en 2020, debido a la pandemia, el PIB español cayó un 21%, frente al 10% de media en Europa. La principal razón fue, además de la parálisis de la economía, la prohibición de viajar, cuando una fuente fundamental de nuestros ingresos es el turismo. La caída no fue solo más pronunciada, sino también más larga, pues hasta 2022 no se normalizó la movilidad de viajeros. Tras la enorme pérdida en la producción nacional, al año siguiente se produjo un rebote y, con la ayuda de los fondos Next Generation, se está creciendo por encima de la media de la UE. Sin embargo, esto no quiere decir, en ningún caso, que las bases del actual crecimiento sean sólidas ni que nuestras perspectivas a largo plazo hayan mejorado. Muy al contrario. La mayor parte del empleo creado procede del tan denostado turismo o de la contratación pública.
En The Economist, a pesar del titular, a lo largo del artículo muestran algunas de las debilidades de la economía española. En realidad, no hemos recuperado el PIB per cápita anterior a la crisis financiera de 2008 (en ese año superaba los 35.500 dólares, mientras que en 2023, dieciséis años después, fue de 32.600). Más aún, al compararnos con otros países desarrollados de nuestro entorno, tanto fuera como dentro de la Unión Europea, vemos claramente que nos hemos empobrecido no solo en términos absolutos, sino de forma relativa también. El crecimiento económico puede provenir: o bien de que los habitantes de un país somos más productivos o, simplemente, de que hay más población produciendo.
Es cierto que somos muchos más habitantes ahora que entonces, pero la realidad es que no somos más productivos. No hemos corregido los desequilibrios que comprometen nuestra capacidad de crecimiento a largo plazo y, por tanto, el bienestar de futuras generaciones. Los fondos recibidos para el Plan de Recuperación y Resiliencia fueron concedidos bajo la condición de que se llevasen a cabo las reformas estructurales pendientes o incompletas. Nada de esto se ha hecho de forma efectiva por falta de una estrategia nacional o de consensos para alcanzar pactos sobre las grandes cuestiones, como las pensiones o el mercado de trabajo. De esta forma, aunque se han cumplido en el papel (en las páginas de BOE) los hitos pactados con la Comisión Europea, en la práctica, las leyes y decretos aprobados no tienen visos de permanencia ni relevancia para que deriven en cambios reales en la dirección adecuada. Por tanto, el tan cacareado cambio de modelo económico basado en una economía verde y de alto contenido tecnológico está teniendo hasta la fecha resultados, cuanto menos, mediocres.
Quizá el resumen más certero del estado actual de la economía española lo hayan realizado en un reciente Manifiesto por el crecimiento los catedráticos de Economía Jesús Fernández-Villaverde (Universidad de Pensilvania), Luis Garicano (London School of Economics) y Tano Santos (Universidad de Columbia). Esa misma semana Jesús Fernández-Villaverde lo resumió en una conferencia en la Fundación Rafael del Pino. Si realmente se quiere tener alguna oportunidad de competir en el mercado mundial se debería impulsar un crecimiento basado en el dinamismo tecnológico. Pero para que esto sea posible se necesita eliminar trabas administrativas y reunificar el fragmentado mercado interior español, así como disponer de suficientes trabajadores cualificados para aprovechar y crear tecnología. Es preciso aumentar la productividad y para ello la formación debe mejorar en todas las etapas educativas y remunerar adecuadamente a los más cualificados, en lugar de dejar que emigren al ritmo actual de 200.000 al año. Para que las tecnologías más disruptivas puedan avanzar rápidamente en España (y en Europa) la regulación debe ser más flexible y, por otro lado, dado que son intensivas en energía, es preciso disponer de un modelo energético sostenible y a precios razonables. Hay que crear un hábitat donde las empresas puedan desarrollarse y crecer sin tantas trabas.
Medidas como estas precisan de un consenso que ahora no existe y de instituciones sólidas que generen confianza tanto dentro como fuera de nuestro país. Este es mi deseo para el nuevo año.