MURCIA. Las fechas de octubre, vencida la festividad de Santa Teresa, en el comedio del mes, apuntan hacia la celebración de los Fieles Difuntos, en el arranque de noviembre, y comienzan las visitas a los camposantos para ponerlo todo en solfa para cuando lleguen esos días, en los que la devoción y la tradición mandan recordar, de un modo especial, a nuestros familiares y allegados fallecidos.
A esa evidencia se suma una coincidencia, pues en mis paseos vespertinos descubrí hace unas pocas semanas que el edificio de la plaza de las Flores que albergó en tiempos la Funeraria de Jesús, peligrosamente deteriorado por los muchos años de abandono, tiene todo el aspecto de estar próximo a sucumbir bajo la piqueta.
"Fue en Santa Catalina donde nació la Funeraria de Jesús Albarracín"
Que a nadie engañen los mármoles y aluminios que en algún momento revistieron el viejo inmueble de forzada modernidad. Debajo de ese cascarón se advierten los vestigios de una casa, quizás del primer tercio del siglo XX, que contó con un bonito mirador en la primera de sus tres plantas, aniquilado por la reforma antedicha.
Y de esa conjunción entre segunda quincena de octubre y evocación de la antigua funeraria, nacen estos ayeres a modo de preludio del mes que se aproxima, al que anunciarán los puestos de flores en la plaza del mismo nombre y la de Santa Catalina y los de arrope y calabazate en la vecina de San Pedro.
Fue, precisamente, en Santa Catalina donde nació la Funeraria de Jesús Albarracín, en su rincón noroccidental. Y según afirma la propia empresa, sucedió en 1870, nada menos, por lo que hace dos años celebraron su 150 aniversario, que no es cosa de la que puedan presumir demasiados negocios.
Lo cierto es que noticias sobre la cuestión funeraria en Murcia aparecen dos años más tarde y en la plaza reseñada, pero el propietario al que se alude es José Bernal, cuya iniciativa produjo, por cierto, cierto revuelo entre los carpinteros, por ser este gremio, hasta entonces, el encargado de la fabricación y comercialización de ataúdes.
A partir de esos momentos comienzan a surgir diversas entidades dedicadas a este ramo, y la de Jesús empieza a sonar en la prensa, con ese nombre al menos, desde 1881. Todavía en 1922 se publicitaba en la prensa como asentada en la plaza de Santa Catalina, y ya por entonces se proclamaba como la casa más antigua de la ciudad en su género.
El traslado a la plaza de las Flores se produjo poco después, y queda constancia de que en el nuevo domicilio de los Albarracín se entronizó en 1929 una imagen del Sagrado Corazón. Y allí quedó asentada la funeraria hasta el estreno del Tanatorio, próximo a Espinardo, a finales del siglo XX.
Juan Jesús Albarracín ya publicitaba su negocio en los años finales del XIX, ofreciendo en el mes de octubre de 1897 "precios extraordinarios con 50 por ciento de baja", lo que se traducía en féretros para adultos que oscilaban entre las 35 pesetas de los más sencillos a los 350 de lo más "elegante y severo que se conoce". En cuanto al transporte, "servicio inmejorable propiedad de esta casa", iba de las 5 pesetas del coche de tercera tirado por un caballo, a las 15 del coche de primera con dos caballos.
Y para no perder comba en fechas tan propicias, otro comerciante de la plaza de Santa Catalina, propietario de una cerería, hacía saber "a las familias que acostumbran a poner cera en las iglesias y cementerio en el Día de Difuntos" que disponía de hachetas y blandones de cera de abejas al precio de 2,23 pesetas la libra.
Aquel primer Albarracín de la saga funeraria era Sánchez-Ossorio de segundo apellido, estuvo casado con Elisa Viruete y tuvo seis hijos, el menor de los cuales, de nombre también Juan Jesús, le sucedió en el negocio a su fallecimiento en el año 1916, quince más tarde que su esposa. Era una familia piadosa, y queda como muestra curiosa de ello que en los inicios del siglo XX era el funerario el encargado de mantener una de las cuatro capillas supervivientes del vía crucis de los Diegos o pasos de Santiago y de adornarla cuando llegaba la festividad del patrón de España.
Juan Jesús Albarracín Viruete, casado con Juana López Ortín, fue el continuador de la empresa y quien trasladó la sede a la vecina plaza de las Flores. También de este matrimonio puede afirmarse la condición devocional, pues eran por los años de 1929 los encargados de la imagen del Cristo de la Paciencia, obra de Nicolás Salzillo que se venera aún en la iglesia de Santa Catalina, que contaba en aquellos tiempos con la condición de parroquia.
Juan Jesús Albarracín Viruete falleció en el mes de abril de 1961, y su esposa, Juana López Ortín, en noviembre de 1966. De este modo, un tercer Juan Jesús pasó a primer plano en la empresa familiar, que se había introducido ya en el ramo asegurador a través de la valenciana Seguros Finisterre, creada en 1942, de que fu delegado en Murcia hasta su fallecimiento en el año 1981.
Casado con Pepita López Quetglas, dejó paso a la cuarta y quinta generación al frente de la Funeraria de Jesús, que es la que ha llevado hasta nuestros días esta emblemática empresa, con 152 años de trayectoria a sus espaldas.
Mi abuela, Albarracín de segundo apellido y prima hermana del tercer Juan Jesús, me contaba que ella jugaba al escondite con sus primas entre los ataúdes (vacíos) del negocio familiar. Y es que no hay nada como la familiaridad para que ciertas cosas impongan un poco menos.