COMO AYER / OPINIÓN

Sin feria y sin parque

23/05/2020 - 

Mis colaboraciones en Murcia Plaza se iniciaron con aquella historia sobre la posibilidad, muy cogida por los pelos, de que tuviésemos procesiones en septiembre, coincidiendo con las celebraciones de la Exaltación de la Santa Cruz (día 14) y los Dolores de Nuestra Señora (15). Poco después me hice eco de la singular propuesta de que festejos propios de las Fiestas de Primavera, y en especial el Bando de la Huerta, encontraran acomodo en la Feria de Murcia. Y, con todo ello, se iba configurando un voluntarioso y fantasioso programa en el que había que encajar procesiones, huertanos, moros y cristianos, toros, caballitos, huertos y barracas.

Pues al final, ni Feria siquiera tendremos. De donde cabe deducir que lo que llaman ‘nueva normalidad’ no debe pintar demasiado normal cuando con tanta antelación se elimina de la programación habitual de los últimos días del verano una celebración secular. Secular… y muy secular, porque nuestra septembrina feria fue una concesión del rey Alfonso X, si bien en sus inicios giraba en torno a la festividad de San Miguel en lugar de concentrarse en la primera quincena del mes. Fue a partir del siglo XVIII, reinando Felipe V, cuando pasó a tener su arranque en la semana final de agosto, situándose ya en fechas más parecidas a las actuales.

La feria era, en su origen, un espacio y un tiempo determinado para el mercadeo de animales, productos del campo y la huerta, utensilios… y poco más. Y, durante esos días, estaban aquellas transacciones libres de determinadas imposiciones tributarias, lo que le otorgaba especial atractivo y aliciente para los feriantes. A esos días especiales para el comercio se añadieron con el tiempo alicientes diversos, y entre los más señalados los festejos taurinos, las músicas y bailes, las iluminaciones especiales… y la estancia en la ciudad de la Virgen de la Fuensanta, hasta configurar el extenso y variado programa de que se disfruta en nuestros días.

El recinto ferial pasó por diferentes emplazamientos a lo largo de la historia, y el año próximo, con feria o sin ella, hará un siglo de su instalación en el Parque. Hoy no es así, pero en tiempos de nuestros antecesores, el Parque, sin necesidad de más explicaciones, era el que llevó el nombre de su promotor, el alcalde Jerónimo Ruiz Hidalgo, que acondicionó para solaz de los murcianos el insalubre soto del río en 1908 y permitió a la población disfrutar de una extensión verde, en el centro de la ciudad, de 44.500 metros cuadrados.

Aquella feria de 1921 tuvo pues, como principal novedad, su instalación en el espacio que ya venía ejerciendo, desde 1916, como espectacular escenario de la desaparecida, y por muchos añorada, Batalla de Flores. Un cronista de la época afirmaba al respecto: “Nosotros hemos visto la transformación que ha ido sufriendo esa parte del soto del río, en donde está instalado el Parque de Ruiz Hidalgo. Nos hacemos cargo de la magnitud de la obra y toda alabanza que tributemos al esfuerzo allí empleado es poca para expresar el aplauso que los murcianos han de tributar a los que sanearon y embellecieron aquel lugar inmundo y antihigiénico; pero los que sufrirán una impresión inenarrable serán aquellos que han faltado de Murcia unos cuantos años y al volver aquí y pasear por la orilla del río se hayan encontrado con ese paseo magnífico, ese lugar delicioso que es hoy uno de nuestros primeros sitios de esparcimiento y solaz”.

Para que la transformación del Parque en ferial fuera la adecuada, se instaló alumbrado eléctrico a lo largo del paseo de carruajes, principal avenida interior que, con el tiempo, sirvió de fin de etapa en diversas ocasiones a la Vuelta a España; se construyeron nuevas casetas para los feriantes, que ocuparon la margen derecha del citado paseo, situándose en primer término las de torraos y avellanas y una distracción del Recreative, el célebre recinto de ocio que existió desde finales del siglo XIX en Espinardo. Además, las rifas se hallaban colocadas en el lado izquierdo, y en paralelo al Puente Nuevo o de Hierro, que sobrevolaba el Parque.

A continuación y en la margen opuesta, se encontraban, en grupos de diez, hasta 30 casetas de juguetes, géneros de bazar, platerías y demás. Los teatros de guiñol, ruedas de caballitos, columpios, tiros al blanco y tambalillos estaban al final del Parque, cuyos accesos rodados se encontraban a la altura de los actuales puentes de Miguel Caballero, frente al Martillo del Palacio Episcopal, y del Hospital. Los cafés y pabellones estaban bajo el Puente Nuevo y llegaban hasta el kiosco de la música.

Después, los pabellones del Círculo de Bellas Artes y el Casino. Seguidamente, el Hotel Reina Victoria había construido un kiosco para la venta de refrescos, aperitivos y café. Finalmente, en la explanada situada a la altura del Cuartel de Garay, que muchos conocimos como Caja de Reclutas y hoy es la sede de la Delegación de Defensa, se construyó el llamado Teatro de Verano, capaz para 500 personas y cercado de plateas. Finalmente, se construyó, como nuevo acceso peatonal, una escalera en el lugar donde existió el Caño de Aguadores bajo la dirección del arquitecto municipal, José Antonio Rodríguez, personaje que merecerá en su momento su propio artículo.

El Parque, escenario de grandes acontecimientos sociales, como los citados y otros muchos; emplazamiento original de buena parte de los bustos y estatuas que hoy pueblan otros jardines, y lugar de paseo y encuentro durante cerca de medio siglo,  fue arruinado con demasiada frecuencia por las riadas, y entre eso y las obras de una nueva canalización del río, quedó sentenciado en los primeros años cincuenta del siglo pasado y clausurado, finalmente, en 1955. Fue el esplendoroso y hasta idílico antecedente de lo que hoy llaman Murcia Río. Y es que, como deducíamos hace una semana, casi todo está inventado.

José Emilio Rubio es periodista