MURCIA. La Quinta Dirección General del KGB se dedicaba a suprimir la disidencia interna. Tenía un departamento para religión y sectas, otro específico para los judíos, otro para diáspora, otro para locales con parientes en el extranjero, otro para el samizdat (autoedición) es decir, antifanzines y música underground, que controlaba el uso que se hacía de todas las fotocopiadoras del país y perseguía la música grabada por canales extraoficiales. Entre estos departamentos, uno más, el sexto, se dedicaba a perseguir el nacionalismo.
En 1989, esta Dirección General pasó a denominarse Directorate Z. Un cambio de imagen, ahora era la Dirección para la Defensa del Sistema Constitucional Soviético y fue abolido en septiembre de 1991, un mes después de la declaración de independencia de Ucrania. Desconocía su existencia como tal, pero en el documental Rusia 1985-1999: TraumaZone de Adam Curtis se cita y, precisamente, se hace para ilustrar labores represivas en Kiev. Se suma esta a las hipótesis sobre el significado de "Z", habida cuenta de que Vladimir Putin inició su carrera en el KGB y su país lo controlan grupos surgidos de la agencia de inteligencia.
Sea como fuere, no es lo más importante del documental de siete episodios de una hora de duración de Curtis. Este trabajo, con el epígrafe de "Cómo fue vivir el colapso del comunismo y de la democracia", no busca la profundidad narrativa a través de un relato, sino que actúa a través de las imágenes. Con el extraordinario archivo de la BBC, el documentalista ha ido acompañando los hechos históricos de vídeos de gente corriente, en su mayoría, piezas informativas aparentemente banales en su época, pero que ahora tienen más valor quizá que las históricas. El discurso de Yeltsin subido en un tanque es una imagen histórica de gran valor, pero habla más del momento el reportaje de una mujer que vive en un piso compartido con otras familias, en la lista de espera para obtener un piso propio doce años, y tiene que ir a abortar su segundo hijo porque no cabrían en la habitación que habitan los suyos.
Por eso, quien desconozca la historia de la transición Rusia y del espacio ex soviético no va a encontrar aquí la explicación del hecho histórico, pero el acompañamiento es privilegiado. Un libro excelente de Rafael Poch antes de que empezara a perder precisión, La Gran Transición, se puede leer y acompañar de esta serie documental y la experiencia tiene que ser altamente gratificante.
El estilo de Curtis es el de nuestro Martín Patino con la diferencia de que nuestro autor, si se recoge la totalidad de su obra, muestra una evolución positiva, de la oscuridad de la dictadura a la recuperación de las libertades, aunque su coda sea Libre te quiero, sobre el 15M de 2011. En la serie de Curtis se parte de un retrato del estancamiento y decadencia del régimen comunista a principios de los 80, problemas que se vieron incrementados por las infructuosas reformas económicas que acompañaron -y frustraron- la Perestroika. De ahí, en lugar de mejorar con la democracia, llega la introducción del libre mercado sin ningún tipo de planificación y lleva al país al colapso para enviar a la inmensa mayoría de sus habitantes a la miseria. Entretanto, una elite saquea la nación y, entre mafiosos que pasan a formar la clase media alta, manejan la nación a su antojo. El desenlace es conocido, supone la llegada del neofascismo de Putin.
Lo relativo a Gorbachov, especialmente ahora tras su fallecimiento, está ya muy trillado. Su incapacidad para domar al partido, que se volvió contra él en el golpe que acaba llevando a Yeltsin a independizar Rusia de la URSS, es un hecho histórico manifiesto y los resultados quedaron a la vista. Su sucesor, cargado de razones en cada intervención antes de llegar al poder, pasa de víctima a verdugo en muy pocos meses. Incapaz de modificar sus catastróficas políticas económicas, prefirió bombardear las instituciones democráticas que las impugnaban. La historia soviética en los años 20 no fue muy diferente, con la salvedad de que Yeltsin ya no tuvo poder para más, contra los magnates que estaban vendiendo de saldo el Estado no pudo hacer nada y se refugió en el alcohol dando una imagen, día sí día también, totalmente ridícula.
Para todos los que vivimos aquellos años, fue un impacto ver a un país que había hecho de la propaganda su presentación (no estaba abierto a las visitas, no lograba exportar cultura popular) caerse a pedazos, los astronautas regresar de mala manera, la población verse vejada y los comunistas, ahora ex, vendiendo hasta la última propiedad pública. Aquella degeneración queda manifiesta en estos vídeos cuando se ve a la empleada de una tienda explicar que con la libertad de precios la clase trabajadora se va a ver abocada a buscarse la vida de formas poco honradas. Hay muchas palabras proféticas, pero no solo para aquellos años y aquel lugar. La pelea en la cola de una carnicería entre una jubilada y una trabajadora nos muestra cómo estalla el "todos contra todos" cuando llegan las restricciones. En la España actual basta echar un vistazo a las redes sociales para ver cómo algunos jóvenes apuntan a las pensiones como causantes de sus males, o a las páginas sepia para comprobar cómo salivan los fondos de inversión con poder meterle mano a ese pastel en cuanto llegue un gobierno favorable a eso mismo que pasó en Rusia, la venta en un mercadillo del patrimonio del Estado.
Paradójicamente y pese a lo oportuno de esta serie documental de la BBC en un nuevo declive trágico y patético de Rusia, todo empezó por casualidad. Años atrás un cámara amigo del autor encontró 10.000 horas de metraje en el armario del local de la BBC en Moscú. Es lo que tienen las imágenes de archivo, en su día se recogen horas, pero luego solo se ven escasos segundos en las piezas de los informativos. Aquí en España ese material lo aprecia el espectador, pero solo se le ofrece envasado en docu-series sobre crímenes. La imaginación y la iniciativa para sacar adelante cualquier tipo de trabajo original y creativo con esos metrajes tiende a cero.
Deliberadamente, el autor tuvo el tacto y el conocimiento para evitar los clichés. El noventa por ciento del público occidental que potencialmente se acercará a un documental como este arde en deseos de que le digan que el comunismo estaba mejor que el capitalismo y que fuimos nosotros los que les estropeamos la fiesta. Es una idea preconcebida que, a través del método inductivo, la gente intenta reforzar buscando su confirmación constantemente, lo que le impide acceder a las fuentes que han realizado trabajos solventes por el método contrario, el deductivo. Porque, como ha explicado Curtis en el Financial Times: "Los propios rusos te dirán: no, la idea de ciencia ficción de la democracia capitalista instantánea vino de dentro de Rusia".
Curtis también subraya la importancia de unos de los personajes más grotescos que surgió de aquel hundimiento, Zhirinovski, considerado un hazmerreír en los 90, pero que actualmente "Putin ha absorbido completamente su forma de ver el mundo". El Estado mafioso, sin embargo, no fue un invento suyo. Esta serie documental deja patente cómo se desarrolló y deja perfectamente claro que hundía sus raíces en el sistema comunista, que si por algo destacó para cualquiera que haya leído sobre él fue por hacer de la corrupción el único modo de funcionamiento posible de toda la sociedad, elementos productivos e instituciones.
La lectura errónea de esta obra maravillosa, un clásico ineludible para cualquier iniciado en la historia de los países ex comunistas europeos, sería pensar que todo lo que ocurrió allí es propio de allí. Cuando aquí, la involución de los intelectuales al primordialismo se produce a derecha e izquierda en una deriva retroalimentada que acabará en un enfrentamiento social violento, cuando la percepción sobre el nivel adquisitivo es cada vez más lamentable y cada vez queda más patente el poder absoluto del dinero y la mofa de eso que se llamó igualdad de oportunidades. En estos países del Este muchas veces se cree percibir a sociedades que luchan por estar en una situación como "la nuestra", cuando el fenómeno más apreciable en perspectiva es que nosotros nos dirigimos hacia donde están ellos, pero no ahora, sino hace veinte años.