Las películas solo son lentas o rápidas en función del ritmo que deberían tener. Llevo muchos años peleándome con esto. Si estás contando una historia pequeña con sutiles pero importantes giros de guion y no se entiende nada, probablemente vas demasiado rápido. Si estás poniendo a tu protagonista al borde de peligros incesantes y te dedicas a introducir diálogos y planos interminables, probablemente se hará eterna. Para que nos entendamos: la primera entrega de la trilogía de El señor de los anillos -no me animé a ver más- de Peter Jackson es terriblemente lenta. Toda la filmografía de Quentin Tarantino desde Pulp Fiction está lastrada por el ego de su autor como guionista, hasta que recobró el pulso con Érase una vez en Hollywood. Vuelvo a este asunto porque no lo he visto en ningún lado, pero la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París tuvo un serio problema de ritmo. En momentos como el del caballo que galopaba en medio del Sena, o en el recorrido de Rafa Nadal, Serena Williams, Carl Lewis y Nadia Comaneci con la antorcha, parecía que se detenía el tiempo del planeta esperando que una nueva glaciación arregle el calentamiento global. Del contenido y sus interpretaciones, a mí me pareció muy innovadora y muy acorde con lo que esperaba de los franceses, ya han podido leer bastante. Pero que tanto la retransmisión como el manejo de los tiempos fueron nefastos para un evento televisado no parece preocupar tanto.
"El tiempo cronológico, y si seguimos así, también el meteorológico, es la verdadera Inquisición"
Y es curioso, porque el tiempo es imprescindible para entender la vida, la televisión y el deporte. Ya no es solo una cuestión de cronómetro. Veo (ayer, para ustedes) el combate de judo entre la española Cristina Cabaña y la brasileña Ketleyn Quadros. No entiendo mucho de estas cosas, pero imagino que la judoca extremeña habrá estado tres años, tras Tokio, preparando la competición. Sin parar de entrenar, de acudir a otros torneos, de alimentarse correctamente, de estudiar a sus posibles rivales, de prepararse psicológicamente. Por fin le llega su oportunidad. Pisa el tatami, saluda al árbitro y a su contrincante. Tiene por delante tres minutos de asalto para demostrar el esfuerzo de tres años de trabajo continuado. En minuto y medio, todo ha saltado por los aires. Especialmente, los menos de 63 kilos del cuerpo de la luchadora española, que ha sido volteada dos veces con la misma llave. Resistir tres minutos para luego perder en las sucesivas prórrogas que se conceden en este deporte en busca de una llave definitiva habría estado perfecto. Tropezar dos veces en la misma trampa en menos de 90 segundos ha sido un relato demasiado acelerado. Los relojes siempre son crueles. Pero en casos como el de la apertura de los juegos o el del combate de ayer, pueden ser acusados de torturadores. El tiempo cronológico, y si seguimos así, también el meteorológico, es la verdadera Inquisición.
También traigo en el zurrón un ejemplo de ritmo lento. El otro día, una niña de no más de tres años jugaba sola en la playa con su cubito, unas palitas y una regadera. Se había situado a la misma distancia de sus padres que de la orilla. Unos dos metros. Llenaba el cubo con el agua que traía en la regadera, diminuta. Cada vez que echaba agua, sonreía satisfecha, se levantaba y repetía la operación. Cuando consideraba que ya tenía bastante mar bajo su dominio de plástico verde, arrancaba arena con las palas con movimientos torpes pero constantes. Con cierta frecuencia, se tomaba un momento para contemplar su obra. Era seria y concienzuda. Lo hizo varias veces y siempre remataba la operación vaciando el cubo. Y vuelta a empezar. En un momento dado, se dedicó a estudiar lo que hacían dos hermanas, algo mayores que ella, en su porción de playa. Muy concentrada. Decidió que su juego era más divertido. Y mientras sus padres se tostaban al sol, ella seguía usando su tiempo y alimentando su imaginación. Contemplar a aquella niña era tan fascinante como disfrutar de una película de Eric Rohmer. O de esa pausa en la que un jugador se toma un respiro antes de lanzar un tiro libre en el último segundo de un partido de baloncesto. O del intervalo en los tacos que precede a una carrera de 100 metros lisos. Aquella niña parecía respirar al compás de la Tierra. Su ritmo era perfecto. Había entendido el tiempo mejor que los realizadores de la ceremonia francesa.
@Faroimpostor