MURCIA. La guerra de Rusia contra Ucrania ha puesto de manifiesto nuestra excesiva dependencia de terceros países. La mayor parte de la energía y gran cantidad de productos agrícolas que consumimos proceden de otros territorios, fruto de una política de deslocalización basada más en el precio y en estrategias políticas que en garantizar las necesidades de la población.
Ante la crisis logística, sanitaria o el conflicto bélico se ha observado la vulnerabilidad de la UE, con escasa capacidad para asegurar el suministro de productos energéticos o agrícolas esenciales, con el consiguiente incremento de los precios o el riesgo de desabastecimiento.
En el caso de España, la excesiva burocracia, la politización o la dependencia de los intereses particulares ha ralentizado el desarrollo de la producción de energía eólica o solar, la implantación de centrales hidroeléctricas reversibles y una adecuada planificación de las centrales nucleares que pudiera permitir reducir la dependencia exterior del gas y del petróleo y garantizar el suministro eléctrico a precios asumibles.
Nuestro país, además cuenta con una gran superficie cultivable que no se ha puesto en valor. La actual política del agua, basada en los postulados de los ambientalistas más radicales, demoniza el uso del agua en la agricultura y la propia actividad agropecuaria. Se obstaculiza la puesta en regadío de millones de hectáreas que incrementarían la producción reduciendo la dependencia de mercados exteriores.
Se ha optado por importar en lugar de producir pensando que nunca nos faltaría de nada; sin embargo nos encontramos con un grave peligro de escasez de aceite de girasol, piensos, trigo y resto de cereales que son básicos para la industria de la conserva, la ganadería o la panadería. Igual que ocurrió con el material sanitario, debido a la excesiva dependencia de China y cuya carencia sufrimos durante el periodo más duro de la pandemia.
La consecuencia del buenismo, de acomodarse a un infundado modernismo, de la dictadura de los medioambientalistas y de la falta de un proyecto integral es el incremento desmesurado de los precios de la energía y la escasez de algunos productos agrícolas que amenaza colapsar la economía nacional y golpear duramente a la población más frágil y necesitada.
Las crisis sirven para replantear políticas y rectificar para conseguir fortalecer las debilidades que se presentan. Hay una oportunidad para afrontar con mas confianza el futuro y contribuir a un desarrollo sostenible en el que el binomio progreso humano–planeta no sea incompatible, sino complementario para garantizar a generaciones futuras un porvenir de calidad.
Una política nacional que se base en la gestión integral del agua, almacenándola en época de abundancia y trasvasándola a zonas deficitarias, puede mantener caudales estables en nuestros ríos e incrementar en mas de 16 millones de hectáreas la superficie regable multiplicando la producción, reduciendo la dependencia exterior para un buen numero de alimentos y productos agrícolas.
La modernización de nuestro sistema energético con una adecuada proporción de energía renovable, nuclear e hidráulica reversible permitiría reducir el consumo de gas en centrales de uso combinado y las emisiones de CO2. Se trata de utilizar un conjunto de energías limpias que ayuden y no impidan el progreso humano.
Desarrollar sosteniblemente el potencial energético y agrícola que España posee poniendo al servicio de la sociedad los recursos naturales que tenemos, conseguiría crear empleo e impulsar la industria nacional al servicio de la sociedad, contribuyendo a hacernos más fuertes, solidarios y resistentes ante las crisis.
Hay una oportunidad para reducir nuestra vulnerabilidad, fortalecer la economía nacional y reducir la dependencia del exterior. España tiene medios y recursos, si se quiere se puede. Es cuestión de liderazgo y voluntad.
Miguel Ángel Cámara Botía
Catedrático de Química Agrícola
Director Cátedra de Ecoeficiencia Hídrica
Universidad de Murcia