MURCIA. Cualquier empresa podría apuntarse el tanto de generar impacto positivo. Basta con crear nuevos puestos de trabajo para decir que contribuyen a la riqueza nacional, o con lanzar un dispositivo médico nuevo para argumentar su alineamiento con el punto 3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Por eso hay que “cogerlos con pinzas”, como dice Margarita Albors, fundadora de SocialNest. Obviamente, hay que ir más allá. “No genera el mismo impacto crear dos puestos de trabajo en una gran ciudad con una tasa de desempleo reducida que hacerlo en una pequeña población rural despoblada”, observa Albors.
Fundada hace 12 años, SocialNest surge como plataforma con perspectiva global al el objeto de unir a emprendedores, inversores, corporaciones y entidades públicas y privadas interesadas en aportar recursos para hacer crecer el impacto y crear soluciones a los desafíos más urgentes que enfrenta la humanidad. Dentro de sus distintos ámbitos de actuación, una de la patas de Social Nest se orienta a promover la inversión de impacto impulsando la movilización de capital hacia la solución de problemas sociales y ambientales a través de la iniciativa que denominan Fi Impact Investing.
Entre los componentes que analizan en Social Nest para hacer atractivos este tipo de proyectos a los inversores, distinguen fundamentalmente tres. El primero es que sean proyectos creados desde el origen con el propósito de dar respuesta a una problemática social o medioambiental que no está siendo atendida por el mercado. La intencionalidad y la razón de ser de la empresa, es pues, un factor elemental. En segundo lugar se trata de medir ese impacto y gestionarlo. No es suficiente con contarlo, hay que demostrarlo y apoyar la toma de decisiones en torno a ello. Lo último sería operar en el mercado con los productos o servicios desarrollados porque esto no es cosa de altruismo.
Un inversor social, como cualquier otro, busca un retorno financiero. Se diferencia en que igual reduce un poco los beneficios esperados y que no tiene tanta prisa por recibirlos, pero miran también al mercado y a las métricas. Así que si apuestan por una inversión de impacto, habrá de presentarles la doble cuenta de resultados, la económica y la social, cada una con sus indicadores y métricas correspondientes.
“Lo que no se mide no se puede mejorar”, parafrasea a Drucker Manu Nieto, General partner de First Drop VC, un fondo de capital riesgo nacido en Valencia que apuesta por proyectos de impacto en fase seed o pre-seed. En el pacto de socios que suscriben con las startups a las que deciden acompañar se incluye en compromiso de reportar los KPIs que indican la evolución real de ese impacto. Aquí no es suficiente con decir, por ejemplo, que reduces la huella de carbono, tienes que demostrar cómo lo haces y en qué medida.
Entienden en First Drop VC que el emprendimiento de impacto no está reñido con facturar millones de euros y que es algo transversal a lo que pueden aplicar organizaciones de todo tipo y actividad. Su otro vehículo, Alma Ventures, participa ya en 27 compañías, 12 de las cuales se relacionan con el impacto positivo.
Según Nieto, el 15% del total de la inversión que se hace en Europa lo absorbe ya el emprendimiento de impacto, siendo el continente europeo, especialmente en los países escandinavos, los que lideran este modelo de inversión, por delante de Estados Unidos.
Señala también la proliferación de grandes emprendedores que, tras lograr protagonizar un exit importante o convertir su startup en unicornio, optan por reinvertir parte de las ganancias en emprendimientos de impacto. Valgan como ejemplos el caso de Iker Marcaide, en Valencia, impulsor de Zubi Labs, o el de Niklas Adalberth, cofundador de Klarna y creador de Norrsken Foundation, una fundación sin ánimo de lucro que ayuda a los emprendedores a resolver grandes desafíos globales, como la pobreza, la hambruna, la salud mental, la contaminación y el cambio climático. La fundación acaba de aterrizar también en Barcelona.
En cuanto al argumentario que utilizan los emprendedores de impacto a la hora de atraer a los inversores, tomamos como ejemplo el caso de Tuvalum, una startup que ha conseguido atraer al capital con 5 millones de euros de financiación recién levantados con su marketplace de compraventa de bicicletas de segunda mano o reacondicionadas.
Alejandro Pons, CEO y cofundador de la compañía, resume así la razón de ser de Tuvalum: “el propósito es inspirar al planeta y las personas a ofrecer la mejor versión de sí mismos promoviendo el uso de un transporte sostenible y la economía circular”. Adaptando ya la narrativa a los inversores, a ellos les hablan de una tendencia creciente y global en cuanto al uso de la bicicleta y una progresiva concienciación ciudadana con los hábitos de vida saludable y el compromiso medioambiental.
Les hablan también de un modelo de negocio validado y consolidado en apenas unos años que les ha permitido pasar de cero a 10 millones de euros, que es la facturación por la que andan, y de un equipo de dos fundadores a los 45 que forman ya parte de la compañía. Es decir, de dónde vienen y hacia dónde se dirigen y, como dice Pons, “en Tuvalum vamos a por todas. Queremos alzarnos con el liderazgo en el mercado de la compraventa de bicicletas de segunda mano en Europa”. No van mal encaminados teniendo en cuenta que cada vez son más la parte de sus ventas que proceden de países como Francia, Italia, Portugal o Alemania.