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¡Qué maleducado es Carvajal!

Foto: RICARDO RUBIO/EP
27/07/2024 - 

Durante décadas, la selección española de fútbol fue uno de los mayores vectores de frustración que, democráticamente, competición tras competición, se repartía entre todos los españoles aficionados a este deporte. España jugaba como nunca y perdía como siempre, generalmente en octavos o cuartos de final, si no antes. La única victoria, la Eurocopa de 1964, quedaba muy lejos en el tiempo. El otro momento luminoso del fútbol español, la final de la Eurocopa de 1984 contra Francia, parecía resumir el malditismo con el que siempre funcionaba España: generalmente jugaba muy bien el partido que acababa perdiendo por misteriosas razones, que solían tener que ver con la mala suerte, el árbitro, o fenómenos paranormales de toda índole.

Todo eso cambió a partir de la Eurocopa de 2008, como es sabido. Pero el ciclo virtuoso de 2008-2012 (dos Eurocopas y un Mundial) fue tan contundente que parecía irrepetible, como la generación de futbolistas que lo alumbró. Sin embargo, doce años después, la selección española de fútbol ha logrado su cuarta Eurocopa. Una Eurocopa que se ha ganado jugando bien, venciendo a equipos señeros y además de forma inesperada, porque España no figuraba entre las favoritas. Es decir, un caldo de cultivo ideal para que nuestros amigos los dirigentes políticos arrimen el ascua a su sardina y traten de vincularse con el momento de gloria colectiva. A imagen y semejanza de lo que hizo el rey Felipe VI a lo largo de toda la competición, con declaraciones sobre cada partido en TVE que rivalizarían en profundidad analítica con las míticas columnas de Mariano Rajoy en El Debate. Para rematar, Felipe VI se regodeó en la celebración de la Eurocopa sobre el campo, haciéndose con el trofeo, que le ofreció a su hija, la infanta Sofía (y esta, con bastante sentido común, más que el de su padre, rechazó el ofrecimiento).

En fin. Cuando España gana algo, particularmente en el fútbol, sus consecuencias sociales, en órdenes muy variados, son evidentes. Es un factor de cohesión social y, sobre todo, nacional (nacionalista), de un peso enorme. Y como cabría esperar, se hacen lecturas de todo tipo. En particular, porque uno de los factores más desequilibrantes de esta selección ha sido contar con dos extremos muy veloces y, sobre todo, muy habilidosos, que han dotado de mayor profundidad y versatilidad al equipo en su conjunto. Y como estos dos extremos, Lamine Yamal y Nico Williams, son hijos de inmigrantes africanos, las lecturas políticas del asunto estaban a la orden del día. 

El rey Felipe VI junto a la infanta Sofía en la final de la Eurocopa. Foto: CHRISTIAN CHARISIUS/DPA

Primero, antes de comenzar la Eurocopa, cuando parecía que la selección iba a hacer lo de casi siempre (fracasar en octavos o a lo sumo cuartos de final), tuvimos algunos comentarios de personas que creen que España debería ser siempre como era en 1950, que criticaban la participación de estos dos jugadores, que no eran españoles de pro por mucho que hayan nacido y crecido en España. Pero después, conforme la selección iba avanzando en el campeonato, y además convenciendo con su juego, nos encontramos el entusiasmo desaforado de los que constataban que, después de todo, la inmigración es una parte muy importante de la configuración actual de la sociedad española... ¡Y, además, ahora mete goles y da asistencias! 

El nivel más extremo de esta perspectiva quedó encarnado por parte de algunos políticos de izquierda, ilusionados por las claras concomitancias políticas que encontraban entre el buen juego de Yamal y Williams y sus creencias, que a continuación desplegaron con declaraciones marcadamente paternalistas en las que, en ocasiones y con la mejor de las sonrisas, llegaban exactamente al mismo lugar que los españoles de la España de 1950: les negaban su condición de españoles, hablando de ellos como si hubieran nacido en los países de origen de sus padres y hubieran llegado aquí para ponerse a jugar al fútbol.

Por último, una vez consumada la victoria, llegó la gran celebración. Y allí la cosa volvió a bascular merced a los fastos de celebración en Madrid, esa ciudad en la que a nadie le importa de dónde seas o de dónde vengas, pero fue llegar Lamine Yamal y parte del público, eufórico con la victoria, se puso a insultarle a gritos no se sabe si por ser de origen africano, por jugar en el Barcelona o por ambos ultrajes. Mientras tanto, uno de los jugadores españoles, Rodri, proclamaba el lema "Gibraltar español" (para mayor mérito, juega en un equipo inglés). Y poco antes, el lateral del Real Madrid, Carvajal, le daba al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, un saludo desabrido, sin mirarle, para indignación del socialismo patrio, que vio en ello un intolerable ejemplo de mala educación (cosa que a todos los que conocemos a Carvajal, su elegancia, donaire y savoir faire siempre y en todo lugar, y sobre todo en relación con los árbitros, no dejó de sorprendernos). 

Nico Williams y Lamine Yamal. Foto: LUKASZ SKWIOT/CYFRASPORT/ZUMA PRESS/CONTACTOPHOTO

Tal vez tanto político y analista ilusionado con esta selección española moderna, multicultural y del siglo XXI debería recordar también que el presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas, fue militante de Fuerza Nueva, y del anterior presidente de la RFEF, Luis Rubiales, y su "piquito", mejor no hablar. Es decir, que el fútbol no es el lugar más proclive para potenciar avances sociales; sin desmerecer, por supuesto, el valor simbólico de que España juegue con españoles hijos de inmigrantes de diversos países y zonas del mundo, que es enorme, sobre todo porque refleja una realidad social indiscutible, por más que a algunos les escueza.

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