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in memoriam / OPINIÓN

Pepe Caravaca: una lágrima de seda

14/01/2024 - 

MURCIA. A todos se nos han muerto parientes y amigos. Muchos de ellos, sin duda, bellas personas de las que sentimos su pérdida. Pero con la muerte de Pepe Caravaca, además, se nos ha ido un trozo de Murcia, de nuestras referencias históricas y culturales, de nuestras señas de identidad, esas que, desgraciadamente, son cada vez más difíciles de descubrir por las generaciones jóvenes, absolutamente desnortadas, huecas de referentes en los que enraizarse y desde los que proyectarse, en medio de un mundo digital vacío y anodino.

Tuve la suerte de conocer a Pepe Caravaca cuando, a principios de los 90 del pasado siglo, trabajando en la Consejería de Agricultura, y animado por un personaje de Murcia también finado, Juan Vidal (el de los calzados), entré en contacto con el sorprendente mundo de los gusanos de seda y la morera, su único alimento.

Todavía recuerdo cuando entró al despacho en el que trabajaba en la Plaza de Juan XXIII con aquel aire bohemio acrecentado por sus abundantes y descuidadas barbas y, con el aire un tanto despreocupado que siempre le acompañó, a los que allí estábamos reunidos, como un cuenta cuentos oriental, empezó a narrar mil y una historias de los increíbles gusanos de seda, los únicos insectos domesticados del mundo, de su ciclo de vida, de su delicada "simiente" -los huevos-, de su insaciable voracidad, de los capullos, de las portentosas propiedades de la seda -más resistente que el acero y aislante de las radiaciones ionizantes cancerígenas-,… un montón de curiosidades que me cautivaron desde el primer momento y despertaron en mí el ansia de navegar por ese vasto mar océano, como sabiamente escribió Saint- Exupèry en El Principito. Y que me llevó a adentrarme en aguas ignotas hasta entonces para mí, y poner en marcha proyectos de investigación e innovación sobre las moreras, que culminarían en una patente de pienso ecológico de hoja de morera y un emprendimiento empresarial.

"Nunca estudió en la universidad, pero era un sabio que nunca hablaba de oído"

Pepe tenía ese don, el de cautivar con sus relatos, sus historias, sus vivencias, con su sabiduría no académica. Nunca estudió en universidad alguna, pero era un sabio: sus conocimientos, adquiridos de la observación de la naturaleza y con la lectura de muchos libros, habían pasado por el crisol de la experiencia. No hablaba de oído. Observar y experimentar, los pilares de la ciencia.

Fue un gran experto en gusanos de seda y moreras y, en general, de la naturaleza, particularmente del mundo vegetal, que es tanto como decir de la vida, de lo vivo, incluidas las personas. Unas cualidades y capacidades que tal vez anidaron en el espíritu del niño que correteaba entre los bancales de la huerta, donde nació y se crio, el sitio de su recreo, como cantaría el gran Antonio Vega.

Saberes que nunca atesoró para sí, sino todo lo contrario, los compartió y divulgó cuanto pudo. Fue un magnífico embajador de Murcia y su historia de la seda por toda España, participando, junto a su hijo Javier, en mil y una feria de artesanía, en eventos organizados por los Gobiernos de Valencia o Madrid en el marco de la Ruta de la Seda, en exposiciones y museos, y cuantos colegios lo dejaron. También apoyó y colaboró durante años, incluso con sus exiguos recursos económicos, con el grupo de investigación en biotecnología del Instituto Murciano de Investigaciones Agrarias -IMIDA-, que está desarrollado nuevos materiales y nanopartículas con aplicaciones biomédicas y en tejidos inteligentes.

Gracias a ti, Pepe, criando gusanos descubrí jirones de la historia de Murcia, de su corazón (el de Alfonso X El Sabio que reposa en la Santa Iglesia Catedral Santa María la Mayor) y su latido en las empobrecidas gentes de su fértil vega, los huertanos, que cultivaban la seda como medio que para obtener algo de metálico con el que adquirir el ajuar con el que poder casar a sus hijas, ya que el resto era economía de subsistencia gracias al trueque entre vecinos.

"porque tengámoslo claro: sin el gusano de la seda, Murcia no sería Murcia"

Y empecé, por primera vez en mi vida, a sentir Murcia como mi patria, y a mirar con otros ojos la fachada de la Catedral, el Puente Viejo, el Palacio Episcopal o las iglesias barrocas de Murcia, todos ellos edificios construidos en buena parte con el diezmo que recaudaba la Iglesia, precisamente de la venta de la seda. Porque, tengámoslo claro, sin el gusano de la seda, Murcia no sería Murcia.

Y junto a Pepe, el citado Juan, Felipe González -el hijo y continuador de la labor de su padre, el último director de la Estación Sericícola de Murcia-, y algún otro, luchamos por abrir los ojos de nuestros gobernantes y las arcas de nuestros gobiernos, y conseguir que el patrimonio cultural material e inmaterial de la seda en Murcia no se perdiese, aunque he de reconocer que el resultado fue frustrante.

Pronto será la bendición de la simiente de la seda en Santa Catalina del Monte. De los mismos huevecillos, cuasi microscópicos, que amorosamente abrigaban en sus pechos las huertanas para que nacieran los busanicos coincidiendo con los primeros brotes de las moreras en febrero. Y comenzará un nuevo ciclo de la rueda de la vida, fiel a su cita inmemorial. Y crecerán los gusanos comiendo y comiendo sin parar hojas de morera y, a los cuarenta días, se embojarán y morirán, no sin antes encerrarse en su sarcófago de seda para cruzar a la otra orilla del Nilo, y renacer como inquietas mariposas blancas que buscarán frenéticamente pareja para poner nuevos huevos.

Pero esta primavera, querido amigo Pepe, volverán los gusanos de seda a ser criados en cajas de zapatos por los niños y en la sala blanca del IMIDA por los doctores, pero seguro echarán de menos tu espíritu libre y derramarán una lágrima de seda.

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