MURCIA. El pasado miércoles tuve la oportunidad de volver a disfrutar en la Filmoteca Regional de esa gran película que es Mujeres al borde de un ataque de nervios. Ángel Cruz me invitó a hacer una breve introducción, en la que expuse algunas razones por las que las mujeres protagonistas se sintieron "atacadas", pero no tuve tiempo de profundizar en el aspecto que, en esta ocasión, (era la tercera vez que la veía) más me llamó la atención: las dificultades de comunicación entre Pepa y Candela, es decir, entre Carmen Maura y María Barranco.
La primera de ellas, como bien saben quienes hayan visto este divertidísimo drama (si no lo han hecho todavía, dejen de leer inmediatamente este espóiler y corran a verlo), se pasa toda la película intentando comunicarse con la persona que la ha engañado, mentido, manipulado y finalmente, abandonado por otra (Fernando Guillén en el papel de Iván). Obsesionada con la fijación de localizar a su antiguo amante para contarle que estaba embarazada, no está disponible para escuchar a Candela, quien, desesperada de los numerosos e infructuosos intentos de contar su particular drama, intenta suicidarse. Sólo después del fallido intento, Pepa le presta, por fin, la atención que su amiga merece.
"¿Estamos tan centrados en nuestros problemas que no dejamos resquicio alguno a las llamadas de atención de nuestro entorno?"
¿Es posible que haya personas desesperadas, rodeadas de gente, sin que nadie las escuche, o sepa interpretar su grado de desesperación? Rossy de Palma (Marisa) es la respuesta: observa con curiosidad y atención cómo Candela se va aproximando a la barandilla de la terraza y va narrando con sorprendente distancia y frialdad el proceso, anunciando, sin moverse del sitio, ni hacer nada para evitarlo, que se va a tirar al vacío y, finalmente, que ya se ha tirado. La incomunicación, la insensibilidad, la ausencia de empatía son posibles, y lamentablemente, frecuentes, en un momento en el que la tecnología nos ofrece más posibilidades de interactuar que nunca en la historia de la humanidad. En 1988, Pedro Almodóvar, simbolizó magistralmente esa paradoja, ese drama, en los instrumentos de comunicación de la época: en el teléfono, en el mensáfono y en la cabina telefónica; objetos agredidos permanentemente en la comedia, por causar frustración e impedir la verdadera y auténtica comunicación, la personal.
Es probable que, en este preciso momento, mucha gente a nuestro alrededor ande empeñada en comunicarse con personas equivocadas (aplicaciones de contactos fáciles y deshumanizados hay muchas) que no las aprecian ni valoran, y que sean incapaces de repasar su agenda de contactos reales y advertir que puede haber otras personas que las quieren y están deseando comunicarse con ellas. Es el caso de Pepa y Candela. ¿Estamos tan centrados en nuestros problemas y asuntos personales que no dejamos resquicio alguno a las llamadas de atención de nuestro entorno? ¿Vamos persiguiendo inútilmente a personas equivocadas, o estamos abiertos y disponibles para captar e interpretar los mensajes que nos envían continuamente conocidos y amigos? A veces, hay a nuestro alrededor, flotando en un mar de indiferencia, mensajes en una botella. Como en aquel otro melodrama, homónimo, interpretado por Kevin Kostner… ¿recuerda?
Siempre he pensado que los veranos, además de una prueba de resistencia, son la estación con más expectativas frustradas. Durante el resto del año los árboles nos impiden ver el bosque. Instalados en las inercias y atrapados por las rutinas, carecemos de perspectiva; durante las vacaciones estivales, espoleados por nuestras necesidades de expansión, solemos exagerar nuestras expectativas de ocio y disfrute y, posteriormente, confrontarlas decepcionados con la cruda realidad. Estar rodeados de multitudes en playas, terrazas, bares, restaurantes, conciertos, o incluso de la familia extensa (ya saben, suegros, cuñados, sobrinos y demás) no sólo no es garantía de comunicación positiva y fluida, sino que, a veces, es compatible con situaciones de soledad.
¿Cuántos mensajes de socorro en una botella nos lanzarán este verano mientras estamos ocupados con nuestras cosas? ¿o, acaso seremos nosotros quienes nos atrevamos a lanzarlos, esperando que al otro lado haya alguien sensible, interesado en conocernos, que se atreva asomarse a nuestro interior y descifrar nuestras tímidas llamadas de auxilio? ¿Somos Pepa o Candela?
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