El sábado los supermercados estaban llenos y los estantes de alcohol vacíos. A la otra España, o uno de los cinco surcos que conforman nuestro país, como diría Enric Juliana, se le hacía el culo gaseosa ante la posibilidad de que Pedro Sánchez se hubiese dado por vencido y ya estaban preparando los mejores vinos espumosos para desfogar tanta ebullición interior. El presidente del Gobierno había conseguido crear expectación entre los frikifans que el sábado salieron a la calle, y entre aquellos obsesionados compulsivamente con su figura, hasta el punto de que el único proyecto que ofrecen reposa en bandeja de plata sobre la cabeza de líder socialista; pletóricos, obviaron que la marcha del jefe del Ejecutivo tendría un relevo de garantías dentro de sus filas, no detestan sus políticas, le odian a él, les domina el sentimiento de aquel resentido con el que les ha traicionado. El gran problema de la derecha es que ha basado su acción de oposición en buscar por todos los medios socavar el sanchismo en lugar de crear una alternativa a sus políticas más allá de conformar un balance de situación empresarial.
Por eso atacan a su mujer y a todo su entorno. Han focalizado su ofensiva en el oportunismo de Begoña Gómez haciendo uso de las cloacas en las que vive un Villarejo con complejo de Batman que salva el mundo refugiado en la batcueva. El otro día hablaba con la presidenta de un think tank conservador y al decirle que no estaba de acuerdo con la guerra sucia de la derecha, me decía que entendía mis reparos pero que era la única forma de echar a Pedro Sánchez. Los que se vanaglorian de ser superiores moralmente se agarran al clavo ardiendo de unos fines que justifican los medios. Crucifican a los presuntos malhechores sirviéndose de la intermediación de otros más malos todavía. Siempre me ha hecho mucha gracia el caso omiso y el otorgamiento de bula pontificia a las declaraciones de personajes como El Mediador o las confesiones de un excomisario que se vende al mejor postor; a diferencia de Julio César, odian la traición, pero aman al traidor. No dejamos de asistir a un intento permanente de la oposición de llegar al poder cueste lo que cueste: no atisban a comprender que, como profetizó Pablo Iglesias en 2020, de no cambiar el rumbo, estarán mucho tiempo en la oposición. El Frankenstein va camino de convertirse en un PRI a la española no por su destreza sino por la torpeza de una derecha perdida en los círculos del infierno de Dante de quienes se sienten bendecidos por la legitimidad divina para gobernar. Habrá que estar ojo avizor, para ver lo que el Gobierno entiende por regeneración.
Las pasiones desatadas de los avaros están purgando las culpas de los verdaderos pecadores. Si Bildu y unos fugados están consiguiendo una influencia que no merecen es precisamente porque lo que tienen enfrente tampoco manifiesta una dignidad superior. Se han pasado de frenada, se han saltado los límites del poder legislativo solapando sus competencias con la del estamento judicial al condenar a la mujer del presidente, sentencia que deberán dictaminar los tribunales. Han inyectado a Pedro Sánchez una dosis de humanidad, usando la criptonita sentimental le han despojado de su pátina narcisista. Creo que el tiempo de reflexión, el vilo en el que nos ha tenido, además de buscar rédito electoral en Cataluña, tiene cierta veracidad. El presidente del Gobierno no es el único gobernante que ha enloquecido o se ha mostrado vulnerable ante la sensualidad de su esposa. Marco Antonio renunció a los valores del imperio y se enfrentó con Octavio movido por la mala influencia que Cleopatra tenía en el general romano. Se reprochó a Ridley Scott que en Napoleón (2023) representaba al corso como un pelele en manos de su mujer Josefina, pero, sin embargo, las 265 cartas que Bonaparte le escribió ponen de manifiesto que el director británico no iba muy desencaminado. Epístolas en las que aseguraba: "El honor me importa porque te importa a ti, y la victoria, porque te hace feliz; sin eso, lo habría dejado todo para ir a echarme a tus pies". Prueba documental de otro megalómano dispuesto a renunciar al poder por amor, una alegoría epistolar de la misiva presidencial en la que se rinde a su esposa; Begoña, Josefina y Cleopatra, tres mujeres, tres hombres, y un destino.