La historia es conocida, pero tampoco demasiado. Winston Churchill, líder de Gran Bretaña que llegó al puesto de primer ministro en los peores momentos de la guerra, cuando los alemanes estaban a punto de conquistar Francia, y que tuvo que afrontar poco después de su llegada el desastre de Dunkerke, se convirtió durante su mandato en un símbolo de la resistencia, la perseverancia y el espíritu de lucha británicos. Churchill parecía inmensamente popular... pero en julio de 1945, cuando acababa de terminar la guerra en Europa y el conflicto con Japón daba sus últimos estertores, se celebraron elecciones en Gran Bretaña, y los resultados fueron contundentes: victoria aplastante de los laboristas, con un 49,7% de los votos, frente al 36,2% de los conservadores. El público británico estaba cansado de guerra y ardor guerrero, comprensiblemente, y lo que quería era alguien que se preocupase por la reconstrucción, por el tipo de sociedad que se iba a forjar tras la guerra. El líder laborista, Clement Attlee, sustituyó a Churchill al frente de la delegación británica en la conferencia de Postdam, que se celebraba por esas fechas.
El otro día hablábamos de Alberto Núñez Feijóo, sucesor de Rajoy en el rajoyismo, el Winston Chuches que el PP necesitaba para las presentes circunstancias. Sin embargo, aunque a la derecha española le encanta mencionar constantemente a Churchill como ejemplo de estadista resistente con firmeza democrática frente a los totalitarismos, quien últimamente está ejerciendo a menudo de "Winston Churchill" patrio es el presidente, Pedro Sánchez, que se ha volcado nítidamente con el conflicto en Ucrania y está dedicando cada vez más tiempo y energías a la política exterior.
Quizás Sánchez busca emular a Boris Johnson, que ha encontrado allí, en el conflicto entre Ucrania y Rusia, el salvavidas que necesitaba para sus problemas domésticos, pero también puede pasar que sea presa del "síndrome del segundo mandato", tan habitual en los presidentes de EEUU, que a partir de cierto momento buscan salvar el mundo (o contribuir a destruirlo, según se tercie; ¡el caso es demostrar lo que se manda y dejar huella!). Pero esto sucede, sobre todo, porque en EEUU no pueden aspirar a más mandatos, y en su segundo mandato, que es también el último, son más libres para obrar (y además se les suele hacer menos caso en casa, pues total, en breve dejarán de mandar). En España esto es menos habitual, pues el dirigente de turno siempre cree que puede aspirar a mandar más. La principal excepción a la regla fue José María Aznar, quien en su segunda legislatura se puso la armadura del Cid y se lanzó a conquistar el mundo (Afganistán, Perejil, y sobre todo Irak). Pero precisamente Aznar había prometido estar en la presidencia sólo durante dos legislaturas, así que su situación era idéntica a la de los presidentes de Estados Unidos.
Sánchez, en cambio, no ha prometido nada parecido, y quizás por eso llama más la atención que se vuelque en la política exterior. En parte, la motivación es externa, por supuesto: la guerra de Ucrania ha irrumpido en la actualidad de forma inesperada para casi todos. Pero es curioso constatar el papel de España, en segundo plano (Biden no incluye a Sánchez en las reuniones en petit comité con Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y algunos países del Este, en especial Polonia), pero con un clarísimo alineamiento con la OTAN y con Estados Unidos, con esa confianza y énfasis en la defensa de la democracia que da la distancia a Rusia y a sus misiles nucleares (por lo que he podido ver en algunos mapas, España quedaría fuera de la cobertura de los misiles de corto y medio alcance, con lo que Rusia tendría que emplear misiles intercontinentales o emplazados en submarinos).
Cuestión distinta es la del caso extraño de Marruecos, en el que España ha logrado cerrar una crisis diplomática... Por la vía de ceder su posición histórica en el Sahara sin aparentes contraprestaciones y, al mismo tiempo, abrir otra crisis con Argelia, principal suministrador de gas natural. Tal vez el Gobierno se ha visto aquí fuerte, dada la obligada reorientación de la política energética europea, que deberá sustituir el gas ruso por otros proveedores, y sobre todo por el gas licuado proveniente de Estados Unidos, que luego tendrá que regasificarse en alguna de las plantas disponibles en Europa, casi la mitad de las cuales se ubican en la península ibérica. En este aspecto, la crisis de Ucrania, que aporta pésimas noticias de toda índole, y también económicas, tiene un pequeño premio de consolación para España, que se convertirá en proveedor indirecto de gas para el resto de la Unión Europea (y también para otros países, pues no puede entenderse en otro sentido el propósito del Gobierno de volver a abrir el gasoducto con Marruecos para poder enviar gas a nuestro nuevo amigo y aliado). Eso también puede explicar un indiscutible éxito del Gobierno en el contexto de la UE (si se consolida), como es la excepcionalidad ibérica en el cálculo de las tarifas eléctricas.
Esta intensa agenda internacional contribuye a distraer a Pedro Sánchez del deprimente escenario interior, con elevada inflación, una oposición renovada que en breve puede conseguir una clara victoria en Andalucía, y múltiples problemas para el Gobierno. Algunos ya habituales, pero otros de nueva factura, como el escándalo del espionaje a líderes independentistas, donde no se sostiene la posición de la ministra de Defensa, Margarita Robles, aludiendo a la necesidad que tiene el Estado de defenderse de los independentistas que quieren destruirlo. Esa argumentación sería impecable, de no ser porque el Gobierno pretende gobernar gracias a ellos, y de hecho logró ser investido gracias a ellos.
Las encuestas no son nada optimistas para Pedro Sánchez y ya hay muchas que aventuran una posible mayoría PP-Vox, y otras tantas que delinean un empate técnico entre PP y PSOE, o incluso una victoria del PP. Así que igual Sánchez ve cómo Feijóo le sustituye en mitad de su enérgica actividad en el plano exterior. No queda mucho tiempo para las elecciones (como mucho, un año y medio), y aunque todo puede pasar, y más con Pedro Sánchez al frente, ahora mismo la hipótesis más probable es que el PSOE pierda el Gobierno en 2023. No están las cosas para espiar a tus socios parlamentarios, sin los cuales es imposible conseguir una nueva investidura, y luego soliviantarles cuando te pillan espiando. Por muy independentistas que sean.