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TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

Pandemias de todos los tiempos

28/03/2020 - 

Las largas horas de los largos días de confinamiento son propicias para, entre otras cosas, la lectura y la investigación. Y entre las muchas lecturas y los rebuscos de información, los relativos a la pandemia que nos retiene en los hogares y a otras epidemias que han azotado a la humanidad a lo largo de la historia.

Y de todo ello aprendemos, por ejemplo, que el primer gran azote documentado fue la llamada plaga o peste de Atenas, que exterminó a una población que se puede cifrar en 150.000 personas y que contó entre los fallecidos ilustres al gran Pericles, que había llevado a la ciudad-estado a la cima de su poder.

O que la peste negra o muerte negra, que alcanzó su apogeo en Europa mediado el siglo XIV, acabó con la vida, según las estimaciones más optimistas, de 25 millones de personas, sólo en nuestro continente. Con datos tan estremecedores como que la próspera Florencia, por citar una ciudad que vuelve a ser devastada en nuestros días, perdió a cuatro de cada cinco de sus habitantes. Lo que no impidió que se convirtiera, muy pocos años después, en la cuna del Renacimiento.

Sin salir de Italia, y centrados en la zona más castigada por la actual pandemia, recordemos la plaga de Milán, que causó entre 1629 y 1631 unas 280.000 víctimas sólo en la Lombardía y el Véneto. Dicen que aquella desgracia acabó con los días de gloria de la República de Venecia.

Poco más tarde, en 1649, la peste mató a 60.000 personas en Sevilla, lo que representaba entonces el 46 por ciento de la población. Entre quienes perdieron la vida en aquellos días, el eminente escultor Juan Martínez Montañés.

A lo largo de la relación pandémica, encontramos numerosos ejemplos de oleadas que fueron propiciadas por situaciones de guerra y por el movimiento de tropas que sirvieron de indeseado agente de propagación de las enfermedades. Y así, por venirnos a nuestra tierra murciana, en plena Guerra de la Independencia, año 1811, padecimos la fiebre amarilla, que arrastró a la sepultura al gran imaginero Roque López, principal continuador del arte de Salzillo, que obligó a tapiar algunas calles, a la vista de la mortandad existente en las mismas, y que provocó la huida de la ciudad de todo el que tuvo a donde ir.

Ese siglo, el XIX, fue el del cólera, que trajeron los soldados británicos de sus posesiones en la India, y en sucesivas oleadas (hasta cinco) provocó una enorme mortandad en toda Europa. La primera que nos alcanzó fue la de 1833, que penetró en el viejo Reino de Murcia, desde Andalucía, en los primeros días de junio del año siguiente. Entre los remedios más célebres estuvieron los polvos de viboreras, hechos a base del pulverizado de las plantas siguientes: cardo corredor, lengua de buey salvaje, aliso espinoso y melisa cretica o poleo; sin olvidar la horchata de pepitas de pepino. A falta de manos que enterraran y  de lugares donde enterrar, no pocos cadáveres acabaron en las acequias o en el Segura, camino de Guardamar.

Basten, por hoy, todas estas anotaciones para acreditar que la humanidad se ha enfrentado a lo largo de los siglos a numerosas pandemias, que se han propagado de forma pasmosa, sin que entonces existiera siquiera la noción de globalización y sin los medios de transporte actuales, y que han causado enorme mortandad.

Hoy estamos mucho mejor preparados para hacerles frente, torpezas y contrasentidos aparte, pero para lo que no estamos tan preparados es para someternos a disciplina y privaciones quienes gozamos de una sociedad llena de libertades, derechos y comodidades. Para lo que no estamos tan preparados es para vivir la incertidumbre de desconocer, pese a la saturación informativa, por qué, pese a todas las medidas adoptadas, sigue creciendo el número de afectados, de hospitalizados y de fallecidos; por qué hay tanto inconsciente a nuestro alrededor; y, sobre todo, cuándo es razonablemente previsible que toda esta situación remita decididamente y tienda a su fin.

Mientras llegan las respuestas, tomémoslo con paciencia… y con lectura.        


José Emilio Rubio es periodista


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