Polvorienta, concurrida, auténtica... Esta ciudad al norte de Namibia es el lugar donde comprendes la diversidad de África y te adentras en la cultura himba y herero
18/03/2024 -
MURCIA. Atrás dejo el Parque Nacional de Namib-Naukluft, con sus dunas inmensas y las enigmáticas acacias de Deadvlei; la escalofriante Costa de los Esqueletos, con los barcos encallados y ese ambiente gris y ventoso, solo roto por la colonia de lobos marinos —ya te contaré más sobre esta zona de Namibia—, o, cómo olvidarme, los flamencos de Walvis Bay. Y me parece sorprendente cómo, en este punto del viaje, me sigue hechizando este paisaje: kilómetros y kilómetros de carretera que se adentran hacia lo que parece ser la nada aunque, de vez en cuando, el horizonte lo rompe un baobab, una gacela Thomson o un avestruz. También un bar que bien podría ser de Texas y alguna persona caminando por la polvorienta carretera, algo que me resulta inquietante por esa sensación de estar en medio de la nada. Alguna historia inventamos en el vehículo, donde las complicidades en el grupo crecen en cuestión de segundos.
A pesar de ser el país con menor densidad de población de África, Namibia conserva una decena de grupos étnicos diferentes, entre los que destacan los san, los ovatue, los ovatjimba, los herero o los himba. No soy consciente de este hecho hasta que pongo un pie en Opuwo, la ciudad más al norte a la que llegamos en nuestro viaje fotográfico con Artisal. Un lugar bullicioso, en el que los niños juegan en cualquier rincón, los carros de la construcción sirven para llevar alimentos y las mujeres cocinan, sobre el suelo polvoriento, algo que parecen buñuelos, mientras conversan con un viejo móvil. Otros intentan venderte collares y pulseras, pero mi vista se va hacia una mujer que, pese al calor que hace, lleva un voluminoso y pomposo vestido de color azul intenso y sobre su cabeza lleva un sombrero con una forma que representa las astas de una res (se conoce con el nombre de oshikaiva). Es una mujer herero, que en el siglo XX fueron obligadas a vestir al estilo europeo porque los misioneros y los colonizadores se avergonzaron con su desnudez tribal. Hoy, en ese paisaje polvoriento, brillan con luz propia, con esas enaguas, mangas abultadas y colores llamativos. Hoy, ese pasado las hace presente y con una personalidad asombrosa que me eclipsa.
El mercado de Opuwo
Un bullicio que me enamora y del que quiero conocer más, de ahí que me acerque hasta el mercado. Esa es la África que me atrae, la de los puestos de mercados que se sostienen por cuatro palos de madera, con toldos hechos a retazos de telas y las frutas y verduras sobre cajas. Un lugar en el que la vida fluye y cada uno sigue con sus quehaceres: un hombre arregla zapatos, una mujer corta un animal que cuelga del techo y que es difícil de adivinar, porque apenas quedan los huesos, un chico espera en su bar-ber shop, en el que las maquinillas cuelgan sobre una mesa repleta de móviles viejos cargándose y cajas… Y, mientras tanto, himbas y herero compran los productos que necesitan mezcladas entre otras gentes y turistas. Por cierto, las himba se reconocen por sus peinados —cambia según su estatus en la tribu—, por ese tono rojizo de su piel y los adornos que llevan, que cubren sus cuerpos desnudos.
Me llama la atención un pequeño puesto repleto de sacos con especias. Lo hace por la cantidad de himbas que se concentran a su alrededor y conversan animadamente, mientras la tendera corta algo que parece arcilla. Está apoyada en una silla de oficina. Se trata del otjize, una mezcla de grasa animal, ceniza y de arcilla roja. Una sustancia natural que utilizan como protección solar y repelente de insectos, pero también para embellecer su piel.Y es que, como voy descubriendo, la belleza y el culto al cuerpo es uno de sus pocos lujos. Además, los himba nunca se bañan con agua —es un bien muy escaso—, por lo que esa pasta la usan también para realizar perfumes que neutralizan los olores corporales. La escena es preciosa: La tendera cortando en trozos esa masa mientras las mujeres con sus hijos a espaldas conversan. Una de ellas incluso compra algo de fruta. En la tienda también hay material para que ellas realicen sus collares, brazaletes y cinturones.
Un contraste que cobra más simbolismo cuando entro al supermercado, donde las himbas compran productos alimenticios. Me llama la atención, como si ellas no pudieran hacer la compra, y me río del pensamiento tan simple que he tenido. Luego, me río más, porque no soy la única que ha tenido ese pensamiento. En nuestro caso, nosotros hemos accedido a él para comprar productos de alimentación básicos que ellos necesitan, que se los ofreceremos cuando visitemos el poblado en muestra de agradecimiento. Sí, porque lejos de lo que muchos viajeros piensan, el ir a un poblado para conocer la cultura de esa etnia no implica dar dinero, porque eso, realmente, no sabes si les ayuda o perjudica. Además, una vez en el poblado puedes comprar algún objeto de artesanía. Lo que nunca hay que hacer es dar dinero sin más.
Conociendo la cultura himba
Tras un trayecto breve, llegamos a un poblado. Nuestro guía baja del coche y conversa con el jefe, que está sentado en una silla de playa bajo la sombra de un árbol. Hablan y el jefe accede a que nosotros estemos con ellos un rato. Le mostramos nuestro respeto y le damos las gracias. El poblado está tranquilo, apenas unas siete casas circulares de barro y paja y, enfrente de la casa del jefe, la cabaña del fuego sagrado, que debe estar siempre encendido. En el centro, está el lugar donde guardan los animales, en su mayoría ovejas y cabras, que, además de ser alimento, cumplen también un valor de intercambio como, por ejemplo, a la hora de casarse. Y es que, cuanto más ganado disponen, más alto es el estatus social que tienen dentro del grupo tribal.
Contemplo la escena: Una madre, repleta de adornos —incluso alguna llave e imperdible—, descansa junto a su choza con sus hijos; unos niños están sentados alrededor de lo que en un rato será una hoguera, otros corretean esquivando las cabras y, de lejos, se divisan a unas mujeres, que quizá vienen de buscar agua, acercarse al poblado. Una escena cotidiana, pues el sol comienza a descender y es hora de regresar a casa. También de mantener a las cabras en su lugar, como intenta una niña con algún problema para lograrlo. Finalmente lo consigue y con su cubo blanco parece bailar, mientras el sol cae y los animales están a su alrededor. No hago ninguna foto, fiel a disfrutar del momento, y me acerco a uno de esos niños, que se ha puesto sobre la cabeza una tela y come algo. Aunque estoy cerca no adivino a saber qué es y el humo de la hoguera que ha hecho comienza a subir sumiéndole en un aura especial. Me uno a esa paz en la que está sumido y que le lleva a abstraerse de mi presencia. Y es difícil, porque los otros niños revolotean junto al fuego que ya está encendido y les calienta.
Cuando el sol comienza a hundirse en la tierra, los niños juegan y hacen piruetas, momento que termina cuando la oscuridad se apodera del lugar y, nosotros, hasta arriba de polvo, nos vamos para dejarles en su cotidianidad. No sin antes dar ese pequeño detalle (productos de alimentación) que, ya te digo, no es ni una parte de lo que me llevo de este poblado. Los niños se despiden divertidos, y los adultos agradecidos. Una enseñanza de un país que me está dando mucho más de lo que imaginaba y que estoy segura que siempre llevaré en mi corazón. Con rumbo a Etosha, sé que aún hay camino para seguir enamorándome de Namibia.
Opuwo, Namibia
¿Qué ver al norte de Namibia?
Twyfelfontein, los petroglifos de namibia
Situado en la región de Kunene, Twyfelfontein es una parada obligatoria cuando se viaja de Cape Cross a Opowu. Lo es porque aquí se encuentra uno de los mayores tesoros arqueológicos de África: 2.500 petroglifos que datan de hace unos 2.000 a 6.000 años. En estos petroglifos se puede apreciar la fauna de la zona (rinocerontes, jirafas, elefantes...), huellas de animales y algunas figuras humanas. De ellos, llama la atención el grabado de un león, ya que en esta zona no hay, y los que representan pastores con rebaños, estos últimos realizados por los khoikhoi, una etnia relacionada con los bosquimanos o san. Un tesoro que, en 2007, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
¿Cómo viajar a Namibia?
Cómo llegar: Compañías como Qatar Airways o Lufthansa vuelan a Windhoek, la capital de Namibia.
Cómo moverse: En coche. Namibia es un destino que hay que recorrerlo en coche y disfrutar de sus paisajes. Es posible alquilar un vehículo o hacer el viaje organizado.
Moneda: Dólar namibio (NAD). 1 NAD equivale a 0,047 euros.
¿Cuál es la mejor época para viajar a Namibia? En el invierno austral, entre los meses de junio y septiembre.
Web de interés: Artisal Travel Photography. Artisal Travel Photography realiza viajes fotográficos en pequeños grupos de la mano de un fotógrafo experimentado.
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