TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

Noocracia o el fin de los mediocres

2/06/2020 - 

La sociedad lleva asumiendo demasiado tiempo un sistema político que permite el gobierno de personas cuyos méritos en realidad desconoce y sin embargo pone en sus manos grandes decisiones por el mero hecho de militar bajo unas siglas concretas, teniendo como premio competencias que en realidad no les corresponde. Hemos llegado a un punto, con esta sociedad complaciente y resignada, que no se sabe si es ella misma la responsable de sus desgracias.

Se hace difícil, incluso para los más templados de pensamiento, inhibirse de todo lo que vive esta sociedad en este momento concreto. Es como si, llegados a este punto, hubiéramos alcanzado el colapso y nos haya hecho falta enfermar y hasta morir en abundancia a causa de la pandemia para reconocer que esta democracia se ha convertido en el “desgobierno de los mediocres”, elegidos paradójicamente por la ingenua torpeza de quienes ejercemos el voto, un voto que sirve, entre otros grandes errores, para dirigir de forma nefasta la calamidad más grande que hayamos conocido durante siglos. De tal modo es así que, si esta sociedad no reacciona como debe, pensando mejor a quiénes elegir para su gobierno, será cómplice de su propio fin.

Sin perjuicio de la dignidad de algunos representantes políticos y de una profesión destacada socialmente durante siglos, elegir ahora a gobernantes tan mediocres de cualquier formación y color, bien es cierto que abundan más en unos partidos que en otros, es mal endémico de nuestra política que permite que grandes ignorantes decidan las más importantes cuestiones. Y lo más extraño a la razón es que la sociedad les vota sin censurarles aunque esos que denunciaban las castas antes, son ahora, conseguido su fin, otra cosa, otra élite torpe, soberbia y orgullosa de sí.

Lo que sería inviable en una empresa, en un proyecto de Ingeniería, en el Deporte, en la Ciencia, en Medicina, justo lo contrario de lo que debe ser que es buscar la excelencia, se torna norma corriente en nuestros gobiernos designando para materias complejas a los que ningún mérito académico tienen, a los que nulas experiencias acreditan, a los que por su juventud en algunos casos o por mil motivos distintos, jamás podrían ser los mejores. Y dejándonos avasallar por su torpeza, por su ignorancia, por su osadía, justo ellos, los más mediocres, son los que deciden nuestra vida completa, incluso la de aquellos que notoriamente les superan en condiciones. No es un reproche gratuito, por mucho que moleste oírlo para quienes les tengan confiadas sus pasiones, pues tan incapaces representantes que nos gobiernan han demostrado que no son siquiera aptos para tener diseñado un plan de contingencias, que son inútiles para prevenir ni grandes ni pequeñas desgracias ni tragedias como una guerra, como una pandemia, algo que, no por indeseable, ha dejado de ser infrecuente en la Historia del hombre. Y es una evidencia que no se excusa en este momento con la rareza del virus ni por ser algo sobrevenido pues tener respiradores suficientes por ejemplo, camas bastantes en unidades especiales, equipos de seguridad, análisis de detección que funcionen, simples mascarillas, reservas y una buena batería de medidas económicas, es lo mínimo que exige esta sociedad, tan avanzada que hace ya cincuenta años había llegado hasta la Luna, haciendo gala de los medios técnicos más complejos y precisos. Así que la sociedad contemporánea es capaz de llegar a otro planeta en manos de los científicos e inútil al mismo tiempo cuando lo deciden los políticos, ni aun estando sobre aviso, ni para comprar test y mascarillas preventivos. Y, una vez que llega el problema, no se arrugan ni avergüenzan cuando mandan a los médicos y sanitarios a que sean ellos solos quienes acaben con esta suerte de guerra.

No nos damos cuenta pero, por muy digno y necesario que sea su oficio, es deleznable que les votemos pues sus errores nos cuestan mucho sacrificio, tanto que para disimular los lamentables efectos empieza a ser norma comúnmente aceptada que la desgracia sea menos relevante si quienes nos dejan son nuestros mayores y no nuestros jóvenes cuando debería ser lo mismo, personas al fin y al cabo, sacrificando a los primeros en las residencias cuando no en sus propias casas pues, queremos pensar que por falta de medios que no por genocidio, había que ser selectivo y fue dada la consigna de que en las puertas de urgencias no fueran alegremente recibidos. Poco a poco una mano oscura va consiguiendo una nueva sociedad, más cruel e inmoral, que también empieza a justificar morir en acto de servicio pues nada pasa, se hace un homenaje al fallecido, unos buenos aplausos, las emociones de la familia se compensan y al tiempo cada uno vuelve resignado a su oficio. Todo es tan absurdo que cuando un presidente del Estado, de la Autonomía o del Municipio nombra para su gobierno a un buen técnico en vez de ser la regla es todo un alivio.

Y así asistimos casi mudos a seguir defendiendo la democracia como “sistema político inmejorable”, tachando a quien se atreva a criticarlo, cuando debiera resultar al final todo lo contrario, tendría que ser un instrumento descartado, pues esta zafia y cutre “autoridad de la multitud” se ha vuelto fétida y acabada, un sistema ridículo y torpe en un mundo que merece avanzar mucho más y mejor, un mundo globalizado en el que la Ciencia, los avances de la técnica, pero también la Economía, en manos de tecnócratas, la Lógica, la Educación, las Artes y la Ética van muy por delante. Tanto y tan evidente, reconozcamos sin complejos, que o cambiamos, votamos de otro modo y exigimos que otros gobernantes superiores merezcan nuestro reconocimiento, o tendremos que afirmar sin rubor que tenemos secuestrado nuestro voto por una mayoría populista e ignorante.

Y es duro el pensamiento que sigue, aunque en la práctica sea inejecutable, fácil reproche de “fascista” reciben quienes se atrevan a confesarlo, callados y escupidos en la cara por estos mismos mediocres, pero mientras no aceptemos que no vale lo mismo el voto de alguien formado, capaz de aportar valor, que aquel emitido por quienes no han podido formarse, todo irá peor, pues no pueden los menos preparados ser precisamente los que con su voto limiten el desarrollo o el gobierno de un país, pues encontramos entre ellos gente extraordinaria y con criterio, pero también gente fácil de influir así como muchos arribistas motivados por una demagogia estéril, por populismos anacrónicos cuando no por la envidia y por un estúpido rencor contra quienes saben más y, por pudor, acomplejados, nos negamos a aceptar que siempre los haya mejores y peores sin aceptar clasificaciones. Sin embargo, mientras disimulamos, aunque nuestra vida esté en peligro, lo que no es de recibo es que maneje el navío durante la tempestad un grumete en vez de un almirante o un capitán, y quienes no tengamos esas aptitudes, pues no solo la academia hay que vigilar, no debemos pensar de otro modo distinto que exigir que quien decida nuestro futuro ha de ser igual o mejor pero nunca peor ni más torpe que nosotros mismos.  

Noocracia al fin, descrita por Platón, como la democracia lo fue por Aristóteles, tan antiguas ambas en el pensamiento humano que ni la una ni la otra nos debe resultar extraño, pero una está en declive y la otra sin descubrir. Votemos por un cambio radical, y si no queremos la tiranía de los mejores exijamos buenos políticos, a los más capacitados, a los que demuestren mejores competencias y, sin privarnos de algunos oportunistas en nuestras Listas electorales, en mor de esta democracia populista en la que todos somos iguales, no permitamos, al menos, que ni Ministros, ni Consejeros, ni Directores sean los candidatos premiados de esas listas ganadoras sino aquellos expertos, funcionarios y profesionales, que curricularmente demuestren ser sencillamente los “mejores”. Y en ellos confiaremos. Exijamos solo eso y todo puede cambiar. De lo contrario todo será nuestra culpa.

Antonio Fuentes Segura, es abogado en Fuentes y Máiquez

Linkedin: Antonio Fuentes

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