"A mí me gusta la navidad…", me dice una vecina en el parque mientras nuestros perros se olisquean ahí atrás. No es una militante navideña, pero en ese "a mí" está implícita la idea de que toca quejarse de estas fiestas, ser un Grinch o un pitufo gruñón y protestar por los empachos, el colesterol y María Carey en las cajas de los comercios.
La oigo y decido adherirme a su liga. Me siento liberada al instante. A este lado del mundo, si no vamos a echar una mano al otro, lo único que nos queda es no ser ingratos. Llenamos nuestras mesas y las colas de los grandes almacenes, pero el buen humor parece muy amenazado incluso donde no falta de nada: requiere un Día Internacional como el del Orgullo Gay, la Salud Mental, el Trabajo o la Mujer; la dicha merece espacios protegidos y la navidad lo es, por excelencia.
Así es como me olvido de las súper ventas de antidepresivos y omeprazol estos días y decido que me gusta la navidad, que la sonrisa hay que forzarla si hace falta y que ya tenemos el resto del año para anunciar que el mundo se acaba. A fuerza de acordarse de que la familia es un valor, se calienta el alma. Nos fijamos también estos días en que tenemos amigos y que el “a ver si nos vemos” se puede convertir en un tardeo o una sobremesa estirada. Ese mimo, esa atención a quienes conocen y perdonan nuestros secretos y faltas, es un pilar contra la fatiga y la aflicción.
A fuerza de pensar en ello estos días, abro mi nueva agenda y me pregunto cómo haré para verlos más a todos (amigos, familia) en 2024. La que me ha traído Papá Noel (de Blackie Books), trae un calendario desplegable y me quedo mirando los doce meses como un enigma: ¿y si, en vez de una mera agenda, se me hubiera regalado un año de vida? Enzo Traverso lo llama “presente comprimido” y parece la estación mental que va a reinar también el año entrante: una especie de extrañeza sin pasado y sin futuro. Sin embargo, brindaremos, hincharemos los carrillos y nos imaginaremos inmortales por un instante.
Ya todo está permitido, especialmente en navidad. Mi sobrina me confesó estos días que, con cada calendario que le regala a su iaia, sueña que le regala un año más de vida. Psicomagia. Los adalides del pensamiento positivo no se cansan de repetirlo: piensa en grande y el universo te responderá a lo grande.
“Cuida tu tiempo”, han estampado el equipo creativo de Blackie en mi agenda, ¿sabré hacerlo? En la página de inicio abren un espacio donde debo hacer dos dibujos: uno de mí misma ahora, otro en el futuro. Me pongo a la tarea y surge una extraña sin expresión al lado de otra igualmente extraña, pero llena de arrugas. No soy buena con el dibujo, soy mejor imaginando. Cuando me fijo bien, descubro que la mujer del primer dibujo está algo cabreada pero la futura sonríe con placidez, ¿estoy haciendo psicomagia?, ¿o simplemente empujo mi deseo? Quizá sólo esté pidiendo cosas a los Reyes, como los niños.
Me conformaría con entender qué estar en el mundo. "Existir, es ser acariciado, tocado", nos recuerda Annie Ernaux en No he salido de mi noche. La degradación física de su madre le provoca horror y rastrea las huellas de su humanidad en medio del declive senil, el chupeteo, la cabeza desgreñada y la torpeza motora. "Peinada, afeitada, se ha vuelto humana", dice después; cuando había entrado a verla a su habitación, la compañera estaba tocándole el cuello y las piernas, llenándola de caricias.
Ternura, contacto, curiosidad y experiencias compartidas. Por navidad añadiría recordar a los que no están y amar a los que están. Es todo lo que se nos pide estos días cuando se nos convoca alrededor de una mesa. No parece una fórmula compleja, sino algo universal y de fácil alcance, bajo coste, cero títulos académicos. Sin embargo, ¿cómo hacemos para emprenderla con tantas guerras, explotación y otras cosas complejas?, ¿por qué olvidamos lo sencillo?
Para el año que entra, un brindis por nuestro talento para lo sencillo y un deseo: que los hombres lo cultiven por encima del arte de complicarse la vida.