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Wadi Rum, un desierto mítico

  • Paisaje de Wadi Rum, con una tienda de beduinos en primer término. FOTO: OLGA BRIASCO

MURCIA. No puedo dejar de sonreír. Ese momento en Petra, a los pies del Gran Tesoro y en la soledad de la mañana, ha sido único. Lo pienso y en mi cuerpo algo se agita, una sensación similar a cuando el amor surge y te devuelve a la vida. ¿Habrá algo más que me pueda sorprender en Jordania? No lo sé, pero el coche ha puesto rumbo al desierto de Wadi Rum (o Uadi Rum), un lugar que intuyo enigmático, seguramente influenciada por las películas ambientadas en otros planetas que han sido rodadas aquí. ¿Será el paisaje de Marte que imaginó Ridley Scott? ¿Será el planeta Pasaana de Star Wars? En nada lo sabré, porque, tras una hora y media de coche por la Carretera del Rey, estamos entrando en las inmediaciones del desierto, aunque todavía esos paisajes se muestran lejanos ante mis ojos… 

Antes de llegar me espera una sorpresa, una estación de ferrocarril en medio de un paisaje árido y abandonado. No es el inicio de una película, se trata de uno de los pocos vestigios que quedan del Hiyaz, la línea férrea construida por el imperio otomano para conectar Damasco con Medina y La Meca. Un tren de leyenda que ya no va a ninguna parte, pero que recuerda a Lawrence de Arabia (T. E. Lawrence), quien en su estrategia para hacerse con buena parte del mundo árabe se encargó de que el tren sufriera constantes sabotajes y asaltos. Un lugar que da pie a ahondar en la historia de la Revuelta Árabe de 1917, aunque no me da mucho tiempo porque, poco después de pasar por el centro de visitantes de Wadi Rum, llego al campamento en el que me alojo. El tiempo apremia y  corriendo dejo la maleta en la tienda, cojo un pañuelo y me subo al 4X4 que me llevará hasta las entrañas del desierto. ¡Llegó la hora de la aventura! 

Un lugar único en el planeta

En pocos minutos, el campamento se queda atrás y el paisaje ha cambiado por completo: una inmensa llanura roja salpicada por jebels (montañas de arenisca) con formas caprichosas que se van sucediendo, una tras otra, en un horizonte que se antoja infinito. El viento acaricia mi cara y me siento libre al ver ese mar rojizo y esa paleta de colores de rojos, amarillos, naranjas y grises. Un lugar único gracias a que una vez perteneció al mar, pero los movimientos de la Tierra lo sacaron al exterior y el tiempo puso su magia para crear este paisaje sobrecogedor. Una paraje inhóspito y singular que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2011.

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