El final del verano marca un cambio de estación. Se percibe en el color de la luz y su ligera inclinación, en el aire nuevo y suave, que evoca olor a grafito y goma de nata…, y sobre todo en el paisaje urbano, a primera hora, plagado de colegiales apresurados, mochila al trote… en todas direcciones. La escena me trae a la memoria el día, relativamente reciente, que me revelaron con tono impreciso y enigmático, pero con la suficiente insinuación, un caso de acoso escolar.
El término bullying denomina la persecución y atosigamiento por un compañero o grupo de compañeros, que un niño o adolescente padece en el entorno académico, causando lesiones en su salud física y psicológica. Cuando el ataque tiene lugar por medio de Internet, de móviles u otros dispositivos de comunicación hablamos de ciberbullying. Lamentablemente esta crueldad es asidua tanto en redes como en instituciones educativas.
Un estudio desde la Unidad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (Gabinete de Comunicación) y la Fundación ColaCao sobre el acoso escolar y el ciberacoso en España en la infancia y la adolescencia, con una muestra de casi 21.000 estudiantes de las 17 comunidades autónomas, reflejó que: "Desde 4º de primaria hasta 4º de secundaria hay un 6,2% de los estudiantes que se reconocen como víctimas de acoso escolar"; "haber sufrido acoso escolar incrementa el riesgo de sufrir ciberacoso..."; "la relación del bullying y el suicidio es muy alarmante..."; y que "el acoso escolar es una de las principales barreras psicológicas, emocionales, sociales y educativas en el desarrollo de la personalidad infantil".
El comportamiento del acosador dibuja un perfil egoísta, resentido, envidioso, y ansioso de admiración, para cuya consecución humilla y somete abusivamente al acosado.
Entre las armas que utiliza están la amenaza, el chantaje, el insulto, el menosprecio, la murmuración y el bisbiseo, junto con la burla, y la difusión de bulos. No faltan, en el intento, los ataques físicos directos o velados (acorralamiento, empujones, patadas, zancadillas…), con los que logra infundir el miedo en la víctima, dañar su autoestima y aislarla socialmente.
Su cacería le aporta el reconocimiento y el respeto, afianzando liderazgo dentro del grupo que adquiere una organización mafiosa.
El mundo se les vino encima el día que el niño regresó a casa temblando, ajado y empapado de orina, resultado de un episodio de terror sufrido en la escuela"
Escuché, conteniendo la respiración, el relato desgarrador de unos padres cuyo hijo se encontraba confinado en casa, víctima de agresiones y vejaciones en el colegio. Estaban agotados de recorrer pasillos empolvados, inundados de risas y pasos atropellados, para reunirse, en vano, con directivos del centro donde promesas y normativas se desvanecían y convertían en palabras huecas.
El mundo se les vino encima el día que el niño regresó a casa temblando, ajado y empapado de orina, resultado de un episodio de terror sufrido en la escuela.
La indignación, impotencia y dolor de los padres se intensificaron cuando, más tarde, con motivo del cumpleaños del niño acosador, todos los compañeros de clase, incluidos los padres de estos, acudieron a la fiesta del agresor con sus regalos.
Me transmitieron su impotencia, su trauma… Los acosé a preguntas: pero… y ¿la normativa…? y ¿los directivos?, y ¿los profesores…?, y ¿las asociaciones de padres?... Me faltó preguntar y ¿la sociedad?: que no tenían protocolos, que no sabían, que no se daban cuenta, que no contestaban…
Días después, viendo un documental sobre un asesino enlacé los dos temas de agresión y me pregunté si este criminal no sería de niño o adolescente un acosador. Inconscientemente me respondí, sin dudarlo, que sí.
Esta conclusión, ipso facto, me proyectó sobre la responsabilidad de la sociedad y la repercusión en la misma, de la formación de los niños, quienes son potencialmente poderosos agentes de cambio. Un niño es un paquete de posibilidades. Una concentración de energía física y psicológica que se desarrolla en el tiempo hasta su plena manifestación en la adultez.
El niño que ejerce acoso hoy, el cabecilla de la panda juvenil podría convertirse mañana en el líder de una banda terrorista. Su comportamiento de intimidación y abuso en la infancia puede derivar en formas más graves, extendiéndose a otros ámbitos de la vida, desde ser un jefe despótico en el trabajo, hasta convertirse en un delincuente, un violador, un maltratador, incluso un asesino. Porque este agravio, en la inmediatez, parece una cuestión sesgada cuyos efectos se limitan solo a la víctima y su entorno. Pero con el devenir las consecuencias pueden ser extensibles a la colectividad.
Los padres, representados en la Comunidad Escolar parecen vivir ajenos a esta consideración. Quizás, hoy no veas a tu hijo/a entre los acosados, pero ¿quién puede garantizarte que no se tropezará de mayor con ese niño acosador convertido en un violador, un delincuente o...?
Varias investigaciones han demostrado que los niños que son acosadores en la infancia tienen más probabilidades de participar en pautas de agresión sexual y delincuencia violenta en el futuro.
Un estudio realizado por Dan Olweus (School bullying: Development and some important challenges, 2013) aborda el fenómeno del acoso escolar desde la perspectiva de su evolución y observa cómo los niños con propensión a la dominación en la infancia son candidatos a desarrollar conductas y practicas reprensibles de adultos.
Estas observaciones señalan la necesidad de acometer el tema del acoso infantil de forma temprana y eficaz, para proteger a las víctimas de los efectos de éste, y evitar su progresión hacia actuaciones delictivas posteriores.
El centro educativo es responsable, no solo de impartir disciplinas didácticas a los alumnos, sino, de formarles en valores, civismo y aprendizaje del individuo, como elemento de una sociedad y su desenvolvimiento en la misma. Las aulas, donde se moldea el barro humano deben ser un refugio, un lugar seguro y no un espacio en el que germinen semillas de conductas delictivas.
¿Qué no tenían…?, ¿Qué no les dijeron…?, ¿Que no sabían…?, En situaciones en las que un niño/a puede acabar en suicidio, no puede admitirse una respuesta que contenga un NO.
El acoso es un trato vejatorio que se extiende en el tiempo, pudiendo provocar en la victima cicatrices emocionales de por vida, que influyan en la interacción de aquella con el conjunto social y desplieguen, Incluso, modelos de resarcimiento por el menoscabo sufrido.
La colectividad, a través de la comunidad escolar, incluidos los padres del niño acosador: "Es horrible saber a tu hijo acosado, igual de horrible debería ser saberlo acosador". Debe adoptar las medidas preventivas y represivas oportunas para evitar esta categoría de maltrato.
Y la sociedad no puede ser pasiva, permaneciendo agazapada tras el silencio perverso y cómplice. Debe asumir su cuota de competencia en lo que, a corto plazo, se contempla como un episodio particular pero que, a largo plazo, puede afectar a la generalidad.
Porque no actuar hoy puede ser pagar mañana un precio más alto, porque vale mas prevenir que curar. Si sabes de algún niño que está siendo acosado, no vuelvas la espalda: va contigo.