Septiembre siempre está lleno de regresos. Volvemos a la rutina, a los horarios, a los equipos, a los proyectos que dejamos “para después del verano”. Volvemos con energía, con cierta ilusión incluso. Volver está bien. Este año, en mi caso, he vuelto con todo lo que septiembre suele traer: libros de texto, grupos de WhatsApp del colegio a todo gas, mochilas preparadas por la noche, calendarios que ya no dan más de sí. Y una mudanza. Así, tal cual. Para hacer el regreso aún más entretenido, decidí mudarme. Todo a la vez, como buena amante de los retos innecesarios.
La casa patas arriba, las cajas sin abrir y los armarios de tres hijas que no entienden de minimalismo y acumulan tesoros en cada cajón. Un nuevo comienzo “literal”, como diría mi hija preadolescente. De los que ilusionan, sí, pero también agotan. Todo a la vez. Como la vida misma. Y entre ese caos doméstico y el arranque laboral de septiembre, ha vuelto también esa sensación de inicio que trae este mes: todo empieza de nuevo, pero no todo vuelve igual.
Quizá por eso no dejo de pensar en algo que va más allá de la rutina y las agendas: volver lo hacemos todos. Pero quedarse, quedarse de verdad, con sentido, eso es otra historia. No hablo de marcharse físicamente. Hablo de eso que se nota sin que nadie lo diga: el agotamiento, la distancia emocional. Estar, pero no estar del todo. Lo pienso muchas veces mientras leo correos de compañeros, o cuando alguien pide una reunión "solo para hablar". Lo pienso cuando alguien vuelve de vacaciones sin ganas de retomar lo que dejó. Y también cuando te cruzas con alguien que sostiene mucho más de lo que parece, en silencio y sin aplausos.
El reto no está solo en atraer talento, sino en cuidar lo que ya tenemos"
En Recursos Humanos lo ves antes de que llegue la renuncia. En la forma de saludar. En los silencios en las reuniones. En ese brillo que falta y que antes sí estaba. Volver es fácil. Basta con que suene el despertador. Pero quedarse, quedarse de verdad, requiere algo más.
Cada vez tengo más claro que el reto no está solo en atraer talento, sino en cuidar lo que ya tenemos. Y que, en un entorno donde todo parece acelerado, cambiante, exigente, hay un valor enorme en quien sigue. En quien apuesta por quedarse. En quien no se va, aunque podría.
Y no, no hablo de heroicidades ni de compromisos eternos. Hablo de cosas mucho más simples, pero profundamente significativas: sentirse útil. Ser tenido en cuenta. Saber que tu tiempo se respeta. Que, si un día flojeas, no se borra todo lo que has hecho bien.
Las personas no se marchan solo por una oferta mejor. A veces se van porque dejaron de verse a sí mismas en lo que hacen. Y eso no siempre se arregla con una subida salarial ni con una frase motivadora. Lo veo en igual medida en las generaciones más jóvenes que se incorporan con talento, impulso y muchas ganas de aportar, pero también con poca tolerancia a los días grises. A los procesos lentos. A los entornos imperfectos.
No es una crítica, es un síntoma. De un modelo educativo que ha reforzado la inmediatez. De una sociedad que romantiza el “trabajo soñado” sin contar todo lo que implica sostenerlo. De unas redes sociales que muestran mucho inicio brillante y poco recorrido real.
Por eso, acompañarles también significa enseñar que a veces quedarse cuesta. Que hay días difíciles. Que construir algo valioso no todos los días es emocionante. Pero que, si hay vínculo, si hay coherencia, si hay espacio para crecer, quedarse también puede ser una forma de encontrarse.
A veces, el mayor acto de compromiso no es entrar con fuerza, sino quedarse cuando nadie te lo exige. Y hacer tu trabajo con sentido, incluso cuando nadie te mira"
Las empresas que logran que su gente se quede, y se quede bien, no siempre son las más innovadoras ni las más visibles. Son, muchas veces, las que construyen relaciones reales. Las que escuchan de verdad. Las que entienden que fidelizar no es retener, sino acompañar.
Yo misma, al volver este septiembre, he sentido esa mezcla de ilusión y responsabilidad. Porque cuando vuelves sabiendo que tienes cosas por hacer, proyectos por delante, personas por cuidar y conversaciones pendientes, también estás decidiendo quedarte. Y eso, como profesional y como persona, tiene un peso muy distinto.
En estas semanas donde todo se reinicia, donde las reuniones se acumulan y la planificación se impone, quizás podríamos parar un momento a mirar hacia dentro. ¿Quién ha vuelto? ¿Y quién se está quedando de verdad? Porque a veces, el mayor acto de compromiso no es entrar con fuerza. Sino quedarse cuando nadie te lo exige. Y hacer tu trabajo con sentido, incluso cuando nadie te mira.
Y si os preguntáis si me he quedado… La respuesta es sí. Con más cajas de las que caben, menos horas de las que quisiera, pero con muchas ganas de seguir construyendo. Porque a veces quedarse también es una forma de empezar otra vez.
Elena Gil Ortega
Directora de RRHH Hozono Global Grupo Corporativo
Cátedra de la Mujer Empresaria y Directiva