Hubo un tiempo en el que las modas duraban. No unos meses, ni una temporada: años. Se instalaban en las carpetas del instituto, en los videoclubs del barrio, en los escaparates del centro. Si eras gótico, lo eras en serio; si llevabas muñequeras con pinchos, no era por un TikTok: era por Marilyn Manson, por Rammstein y verdaderamente lo sentías. Y esa estética podía acompañarte durante años… o toda la vida.
Hoy las modas nacen y mueren casi antes de que puedas nombrarlas. Lo que ayer era tendencia en Instagram, hoy ya es “del año pasado” en TikTok. La velocidad con la que consumimos y desechamos fenómenos culturales es vertiginosa. O sigues el ritmo o te quedas fuera.
Shein lanza productos nuevos cada semana, al ritmo exacto que marcan los algoritmos. Lo que antes decidían las pasarelas ahora lo dicta un vídeo de diez segundos. Una microtendencia nace en Londres, se viraliza en Los Ángeles, se fabrica en China y llega a tu casa en Murcia en menos de dos semanas. ¿El problema? Que cuando te la pones, ya es “old”. Dos semanas pueden ser una eternidad.
Las redes sociales no solo son escaparate: también son trituradora"
Las redes sociales no solo son escaparate: también son trituradora. Nos empujan a descubrir lo nuevo, pero también a cansarnos de ello con rapidez. Ya no consumimos cultura pop: la scrolleamos. Una canción viral dura lo que dura un trend. Un personaje se quema antes de que el fandom tenga tiempo de organizarse. Un videojuego es trending topic tres días… y luego desaparece entre lanzamientos.
Desde mi experiencia regentando una tienda de coleccionismo, entender el mercado actual es una locura. ¿Qué traer? ¿Qué va a durar más de un mes? ¿Qué será tendencia y qué quedará enterrado bajo el siguiente hype?
Y no es solo nostalgia: este ritmo tiene consecuencias. Para quienes crean, significa vivir bajo presión constante, obligados a generar virales, reinventarse y no quedarse atrás. Para quienes consumimos, significa un cansancio silencioso. Como si coleccionáramos hype, pero no recuerdos. El FOMO —ese miedo a quedarse fuera— ya casi ni se nota: lo llevamos incorporado.
También está el coste ecológico de todo esto. Producir a esta velocidad implica toneladas de residuos y un agotamiento de recursos que rara vez se menciona. Detrás de cada “haul” de moda rápida hay una cadena de impacto que no vemos… o que no queremos ver.
Cuando algo logra quedarse un poco más, cuando conecta con lo que somos, lo cuidamos como a un tesoro"
Y sin embargo, hay modas que resisten. Pasiones que no necesitan viralidad para sobrevivir. Ahí están los fans de Masters del Universo, organizando convenciones y compartiendo en grupos de WhatsApp. No necesitan que TikTok los redescubra para saber que Skeletor nunca se fue. Igual que tampoco lo hicieron Star Wars, los vinilos o los juegos de cartas. Hay cosas que no entienden de algoritmos y castillos que solo se levantan gracias a idealistas.
¿Es esto una crítica a las nuevas generaciones? En absoluto: ellos también están cansados. Cansados de que todo pase tan rápido, de no tener tiempo para saborear una estética, un personaje o una canción. En realidad, todos —millennials, zetas o boomers— vamos en el mismo agotador tren bala de consumo cultural.
Quizá por eso, cuando algo logra quedarse un poco más, cuando conecta con lo que somos, lo cuidamos como a un tesoro. Una serie que resiste, una canción que volvemos a escuchar o una figura que desempolvamos del estante. Porque, aunque el mundo gire más rápido que nunca, seguimos buscando anclas; pequeños fragmentos de sentido que encajen con nuestra esencia y nos devuelvan, aunque sea un instante, a lo que realmente somos.
Y tal vez, en esa búsqueda, esté el verdadero acto de resistencia: parar, recordar, elegir qué modas dejamos pasar… y cuáles, por muchos años que pasen se quedan en nosotros.