Como habrán intuido en mi hilo editorial, mis escritos se basan en situaciones cotidianas que me inspiran algún tipo de crítica satírica. Pues este no es una excepción. Me encontraba escribiendo el artículo de hoy, que no era el que ahora nos ocupa, cuando al avanzar tenía todo el texto subrayado en rojo. Sorpresivamente para mí se había activado el método IA en el texto, sistema que muy amablemente le sugiere que esa palabra sobra en la interlocución o que ha expresado neciamente la idea que ha transcrito. Gracias, IA; para ese tipo de impertinencias ya tengo a mi jefe al que se lo permito porque me paga... pero gratis no, gracias.
No sé a ustedes, pero a mí hasta ahora este ente virtual cual Santísima Trinidad todavía no me ha resuelto nada en la vida, al igual que esta Divinidad no ha obrado ningún milagro en mi favor aun a pesar de ser tocayas. La última lavadora que he adquirido venía con IA de serie, una excusa como otra cualquiera de justificar el dineral indecente que costó. Liberada ante la decisión si para este lavado sería mejor un programa corto uno largo, de frío o de caliente, dejé que la IA actuara por ella misma ¿no dicen que hay que delegar? Pues por fin, felizmente delegué.
El resultado: un suéter encogido, un pantalón desteñido y una camiseta de tachuelas de DKNY que se ha convertido una réplica exacta de la Vía Láctea, con las tachuelitas cual estrellas por todo el niqui. Claro, si la lavadora la hubiera puesto Paco, pues ahora tendría con quien desquitarme y ahogar mi frustración. En cambio, tuve que hacer un ejercicio de resignación e intentar reunir las fuerzas necesarias para tirar el suéter a la basura, al tiempo que me disculpaba con todo el colectivo de ovejas merinas que han sido trasquiladas inútilmente para tan efímero final.
Si al final tienes que estar facilitándole al prompt todos los datos sobre gustos, edad, sexo, peso, altura e intolerancias de la familia, para eso ya tengo a mi madre que es la única inteligencia que con o sin algoritmos todavía no me ha defraudado"
Por no hablar de la presión laboral que está suponiendo el uso de la IA en el trabajo. El otro día, sin ir más lejos en un congreso al que asistí, se nos preguntó cuántos usábamos estas herramientas. Ahí me ven ustedes con el brazo como un mástil simplemente por no sentir el bochorno de no parecer moderna. Si supieran que toda mi relación con esta fulana se reduce a pedirle que me elabore el menú semanal. Lejos de eso no he encontrado mayor utilidad a ChatGpt. Porque si al final tienes que estar facilitándole al prompt todos los datos sobre gustos, edad, sexo, peso, altura e intolerancias de la familia, para eso ya tengo a mi madre que es la única inteligencia que con o sin algoritmos todavía no me ha defraudado.
Además, estas plataformas después de varias respuestas insulsas, siempre finalizan preguntando si desea profundizar más, en cuyo caso le invita a suscribirse a la versión de pago. ¡No pago Tinder por cinco minutos de desahogo, menos voy a pagar ChatGPT por tres párrafos de frustración! Los cinco minutos también suelen ser frustrantes, pero al menos... ya me entienden.
Dicen que estos chatbot son inteligentes y se retroalimentan cuantas más cuestiones subes a la plataforma. ¡Pues como sean de la juventud que viene! A veces, estos adolescentes te hacen preguntas (¡bueno preguntas!, eso es un lenguaje ininteligible entre gruñidos, monosílabos y apócopes) que piensas, ¿en serio con esto vamos a mejorar la especie? Vamos, que de aquí a cinco años vamos a estar chateando con Omar Montes.
Miren, no es que yo me considere una ludita, pero como comprenderán cuando se cruzan determinadas fronteras en la vida, lo único que quieres es que te hagan la vida más fácil…, pero de verdad, sin sentir que eres una víctima de los algoritmos para hacerte consumir más y manipularte. Así que bienvenido todo lo que suponga mejorarnos la existencia, pero desde el criterio y el sentido común.
Gracias por su lectura