Opinión

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Como ayer

Inmutemur habitu: prácticas cuaresmales en Murcia

"El Miércoles de Ceniza era un hito religioso que impregnaba la vida cotidiana de la sociedad de hace unos años"

Publicado: 06/03/2025 ·06:00
Actualizado: 06/03/2025 · 09:52
  • La ermita del Calvario, sobre el Malecón, donde estuvo el Cristo del Perdón.

Cuando el lector aborde esta entrega de nuestros ayeres, ya habremos vivido un nuevo Miércoles de Ceniza, que a la sociedad de nuestros días habrá pasado casi desapercibido, pero para la de hace unos años era un hito religioso que impregnaba la vida cotidiana.

Pedro Díaz Cassou, en su recomendable Pasionaria murciana, escribía: “Una iglesia pobremente adornada, líneas recta, severas, frías como todo lo que es severo; la luz que se filtra escasa por los altos ventanales y llega al suelo dudosa y como cansada; rostros serios, cuando no tristes, trajes sencillos y pobres, altares con frontal morado y sin flores ni adornos”.

Y sigue el relato de un Miércoles de Ceniza de finales del siglo XIX: “En el coro cantan la antífona Inmutemur habitu, y el sacerdote celebrante pone sobre la frente de los que se acercan al altar un poco de ceniza, repitiendo sobre cada uno aquella terrible sentencia que sobre toda la especie humana, y en cabeza del primer hombre, dictó su Creador y Juez Supremo: Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris”.

“Cambiemos nuestros vestidos por el cilicio y la ceniza, ayunemos e invoquemos llorando al Señor, que es rico en misericordia y perdona nuestros pecados”. Esa es la traducción de la  antífona citada, tomada del libro del profeta Joel. En tanto que el Memento homo… es sobradamente conocido: “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”. Una frase que la Iglesia ha dulcificado radicalmente, transformándola en un “Conviértete y cree en el Evangelio”.

Lo cierto es que al margen de la suavización del recordatorio sobre la fragilidad humana, que la pandemia nos mostró en toda su crudeza, y de la aparente intrascendencia social de la jornada, las iglesias registran en ese día una nutrida asistencia de personas de toda edad y condición que se acercan hasta el altar a recibir la ceniza, aunque no pocos de ellos, curiosamente, no asistan al resto de la misa en cuyo transcurso se celebra el simbólico ritual.

 

Hubo un tiempo en que Murcia contó con dos Caminos de la Cruz en sus afueras"

 

También es propio de esta jornada el inicio de los vía crucis, cuya referencia principal en Murcia son los que parten de la Catedral, el Miércoles de Ceniza y los seis viernes de Cuaresma, a las seis y media de la mañana, para concluir en el mismo templo, alrededor de media hora después, tras recorrer las calles próximas, celebrándose a continuación la misa. Muy numerosa es la afluencia de fieles, a pesar del madrugador inicio, a este ejercicio durante el que se reza y medita sobre las 14 estaciones o momentos del discurrir de Cristo desde el Pretorio de Pilatos hasta el Calvario.

Hubo un tiempo en que Murcia contó con dos “Caminos de la Cruz” en sus afueras: el de los franciscanos, que partía del convento sito a la entrada del Malecón y lo recorría deteniéndose en las capillas edificadas a tal fin. En la primera se encontraba una imagen de Cristo atado a la columna de la flagelación que con el tiempo acabó en San Antolín y se convirtió, a partir de 1897, en uno de los pasos de la recién fundada Cofradía del Perdón. De igual modo, en la ermita del Calvario, que se encontraba más allá del cruce del carril de la Esparza, en la curva más amplia, recibía culto el que es hoy el crucificado que da nombre a dicha hermandad penitencial.

El otro vía crucis partía de San Miguel y recorriendo la calle llamada por ello de los Pasos de Santiago, y el carril que ocupa hoy la calle de Isaac Albéniz, alcanzaba otro Calvario, junto al convento de San Diego, en terrenos de lo que es hoy el jardín de la Seda, donde se encontraba un magnífico crucifijo de Nicolás de Bussy, obra de 1700 y destruido en la Guerra Civil. Era la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores y Santos Pasos la impulsora del acto penitencial.

Las desamortizaciones y revoluciones del siglo XIX acabaron con aquellos vía crucis, de los que sólo no queda la solitaria capilla de la primera estación de los Pasos de Santiago, que quedó a cargo de la Fábrica del Salitre hasta su cierre, y es hoy un proyecto de futura recuperación.

Pero la práctica callejera de esta devota práctica regresó en los tiempos de la posguerra, dentro de la vuelta a la religiosidad tras los años de la II República y de la Guerra Civil.

 

En la Cuaresma de 1940 se recuperó el vía crucis de Santa Catalina del Monte"

 

De hecho, pocos días después del final de la contienda bélica, Murcia se dispuso a celebrar su primera Semana Santa con procesiones desde el año 1935, y lo hizo el Viernes Santo con la de Jesús por la mañana y la del Santo Entierro por la noche, aunque saliendo de la Catedral debido a las destrucción de la iglesia de San Bartolomé. Pero antes, como preludio, partió a la una de la madrugada de aquel día, también desde la Catedral, un Vía Crucis, presidido por un Crucificado y con organización a cargo de la Adoración Nocturna y acompañamiento de tambores destemplados, en cabeza del cortejo, y una orquesta antecediendo a la imagen. 

En la Cuaresma de 1940 se recuperó el vía crucis de Santa Catalina del Monte, rememorando el que se consideraba uno de los más antiguos erigidos en España, allá por el año 1600, de la mano del franciscano fray Alonso de Vargas.

Y en la ciudad se celebró uno multitudinario. Millares de hombres (12.000 publicó un medio) de los que asistían a las Misiones evangelizadoras en las distintas parroquias asistieron al acto, que se inició a las ocho de la noche en la Catedral, donde se habían de rezar las diez primeras estaciones, que fueron dirigidas por el vicario capitular, Antonio Álvarez Caparrós.

A las nueve, y bajo un silencio impresionante, salía a la calle el Vía Crucis, precedido de cruz alzada y presidido por la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular de la cofradía del mismo nombre. El resto de las estaciones se rezaron en las plazas de Cetina, Santo Domingo, San Bartolomé y Santa Catalina, por distintos predicadores de las Misiones, interviniendo en la última el célebre jesuita Eduardo Rodríguez, natural de Moratalla.

Significativamente, aquel mismo año se recuperó el vía crucis del Malecón, a cargo de la parroquia de San Antolín, establecida circunstancialmente en el convento de Verónicas. Una vuelta a los orígenes que se vería pronto refrendada por la celebración, hasta nuestros días, de los vía crucis de la madrugada desde la Catedral.

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