La detención por la Interpol el 11 de marzo pasado, a su vuelta de Hong Kong, del expresidente filipino Rodrigo Duterte ha sido, sin duda, una buena noticia. Sobre todo dado el entorno de caos, transformaciones radicales y entropía en el que estamos inmersos. En efecto, el Presidente Trump parece haber empujado al mundo a una espiral de cambios de desenlace incierto. Ha encendido la mecha para que el mundo de ayer, como decía Zweig, salte en pedazos y se haga añicos. Es cierto que suelo pensar que lo que sucede, es por que conviene. No estoy tan seguro en este caso.
Sin embargo, lamentarse es vano ya que la situación es la que es. Y el lamento, para los que no somos masoquistas, solo lleva a la inacción y la frustración estéril. Y lo mejor que podemos hacer es tratar de entender lo que está pasando con cierto desapasionamiento (la pasión, para otras cosas más arcanas como la emoción de los romances o el cariño a las personas queridas).
Solo desde ahí podremos alcanzar cierto conocimiento que puede ser la base necesaria para la acción, para el cambio, para la oposición inteligente y transformadora y para la superación de situaciones con las que no estamos de acuerdo y además no nos gustan. En fin, que aparezca una noticia que se limite a decir que un presunto acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos en relación con una guerra más que sucia contra las drogas ha sido puesto a disposición de la justicia para tener un juicio con todas las garantías y, en el supuesto de que los delitos de los que se le acusan queden acreditados, ser condenado, resulta sin duda una constatación de que las cosas se pueden hacer de otra manera e incluso bien.

- Rodrigo Duterte revisa una serie de armas incautadas por la policía. -
- Foto: OFICINA DE PRESIDENCIA FILIPINAS
Es cierto, como veremos a continuación, que muchas veces actos que pueden resultar “justos” o éticamente valorables en sentido positivo, también pueden ir impulsados por intereses espurios, o en todo caso, sesgados. Es difícil encontrar el acto moral puro. Quizás en el ámbito de la caridad cristiana. Pero lo cierto es que muchas veces las acciones están contaminadas por otras fuerzas que pueden ser objetivamente maléficas pero lo relevante es que el resultado pueda ser beneficioso. Se me ocurre algún ejemplo asiático.
En la China del 2014, en un proceso evidente de consolidación de su poder, Xi Jinping emprendió una lucha encarnizada contar la corrupción muchas veces generalizada de destacados miembros del partido y del gobierno (aunque en China son casi la misma cosa). En esta campaña cayeron muchos políticos que eran intocables. Sin embargo, de una mirada atenta a este proceso en principio moralmente irreprochable se podía concluir que los implicados eran sin duda corruptos aunque también coincidía que eran enemigos políticos de Xi Jinping por su pertenencia a facciones disidentes y en su momento poderosas dentro del Partido Comunista de China.
En fin, que igualmente se trataba de una buena noticia ya que encarcelar a corruptos siempre es una alegría pero también se trata de una decisión política que contribuyó eficazmente a despejar el camino de enemigos políticos y a la consolidación del poder del actual Presidente de China.
Pero volvamos a las vicisitudes vitales y judiciales de Rodrigo Duterte. De acuerdo con datos oficiales durante el tiempo que Duterte fue Presidente, la policía, bajo sus órdenes y de forma extrajudicial acabo con la vida de 6.200 personas. Según organizaciones serias, como Amnistía Internacional, de defensa de los derechos humanos, la cifra es escalofriantemente más elevada: hablan de unas 30.000 víctimas de los cuales un número importante eran menores de edad y otros muchos ni siquiera estaban relacionados con actividades del tráfico de drogas.
Asimismo, tuvieron lugar y se han denunciado decenas de miles de detenciones ilegales, arbitrarias y que constituyen hechos que conculcan y violan derechos humanos básicos. Muchos analistas sostienen que la llamada guerra contra las drogas en realidad fue una guerra contra los pobres más díscolos y molestos lo que la hace aún más criticable. Es cierto, que los barrios más miserables y marginales así como las regiones más pobres del país se vieron especialmente afectadas.
También se cebó con algunas minorías étnicas más conflictivas como los lumads que reclaman al gobierno una mayor dosis de autonomía y han tenido que defenderse frente a la hostilidad de determinadas industrias mineras extractivas que han pretendido quedarse con las tierras que ocupan. La carrera del expresidente Duterte está jalonada de declaraciones de alto voltaje sobre el tema en cuestión. Su estilo directo, lenguaraz y explosivo no engaño a nadie. Algunas perlas a continuación. Como cuando afirmó “Cuando sea presidente, ordenaré a la policía y al ejército que encuentren a esta gente y los maten” durante su campaña para la presidencia de 2016 o “Esta campaña de disparar a matar se mantendrá hasta el último día de mi mandato.
No me importan los derechos humanos, créanme” o incluso su bravuconada desafiando al Tribunal Penal Internacional: “¿Quieren asustarme amenazándome con enviarme a prisión? ¿A la Corte Penal Internacional? ¡Qué tontería!”. Sin duda Rodrigo Duterte es un contemporáneo, con un estilo algo primitivo, pero en la línea de muchos dirigentes populistas y que mantienen un posicionamiento que está por encima de las reglas más básicas y no digamos del estado de derecho (“the rule of law”) que en mi opinión es básico para configurar una comunidad política sana, segura, con instituciones previsibles, que garantiza el respeto de los derechos esenciales de sus ciudadanos.
Y sobre todo presidida por unos valores civilizatorios que introducen un elemento cualitativamente diferenciador y que puede contribuir a hacer de dicha comunidad la mejor opción para sus ciudadanos. Lo españoles sabemos mucho de este recorrido.
Esta política de mano dura y represión arrancó años antes, durante el tiempo que Duterte fue alcalde de Davao (probablemente la segunda ciudad de Filipinas) durante unos 20 años. No obstante los hechos de los que se le acusan se circunscriben a los años 2016 a 2019 en los que ya era presidente del país y éste todavía estaba adherido al Estatuto de Roma que permite que se despliegue la jurisdicción penal internacional. De hecho, ¡qué raro! fue Duterte precisamente el que denunció el Estatuto de Roma e hizo que Filipinas, desde dicha fecha, ya no estuviese sujeta al mismo. Por eso los hechos que se le imputan se circunscriben al periodo mencionado.

- Ferdinand "Bongbong" Marcos Jr., hijo del difunto dictador Ferdinand Marcos, habla durante un mitin. -
- Foto: EP
Hasta aquí, de la caída de Duterte que a su vez y sobre todo simboliza la ruptura de dos de las tres estirpes políticas filipinas más destacadas. Dejando fuera a los Aquino, la situación evidencia la colisión entre los Marcos y los Duterte lo que ha provocado una polarización inmensa en la política filipina. En este sentido no debemos olvidar que Rodrigo Duterte contribuyó muy activamente a aupar al poder al actual Presidente del país, “Bongbong” Marcos Jr, hijo a su vez del dictador pro americano Ferdinand Marcos y su mujer Imelda (tristemente conocida por su infinita colección de zapatos).
De hecho Sara Duterte, hija de Rodrigo Duterte, fue nombrada vicepresidenta cuando arranco el gobierno del actual Presidente. No obstante, este mes de febrero ha sido destituida acusada de graves cargos: corrupción a gran escala y complot para asesinar el Presidente Bongbong. Asimismo, el Presidente Bongbong que en el pasado había declarado que Filipinas no era parte del Tribunal Penal Internacional y que por la tanto éste no tenía jurisdicción sobre sus asuntos, ahora sostiene que, dado que la orden de captura venía de la Interpol, estaba legalmente obligado a colaborar con dicho organismo. Lo que obvió es que dicho organismo estaba actuando bajo las órdenes del Tribunal de la Haya.
Lo que está claro es que esta situación perjudica, de momento (en política nunca se sabe), a una eventual candidatura de Sara Duterte para las elecciones presidenciales del 2028. Y lo cierto es que el país se encuentra profundamente dividido en cuanto al apoyo a una u otra familia como opciones políticas diferenciadas. Duterte al final de su mandato gozaba de un formidable apoyo popular cercano al 80% del que no goza actualmente el Presidente Bongbong.
En todo caso, con su detención, Duterte se ha convertido en el primer éxito en mucho tiempo para el Tribunal Penal Internacional. Y lo necesitaba. En este sentido, sus acciones contra mandatarios en el poder como Benjamin Netanyahu o Vladimir Putin han resultado infructuosas pero también lo es que Duterte es el primer ex-mandatario asiático que va a ser juzgado en el Tribunal de la Haya. Tendremos que estar atentos al proceso y sus efectos en la frágil estabilidad política de Filipinas. Pero parece que el culebrón filipino va a continuar dando grandes tardes.
Francisco Martínez Boluda