Opinión

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El eurocristiano tibio

El cartagenero Sergio y otros sufíes españoles

Publicado: 07/09/2025 ·06:00
Actualizado: 07/09/2025 · 06:00
  • Calles de Jumilla. Foto: MARCIAL GUILLÉN / EFE
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La opinión de la mayoría de los musulmanes residentes en España ha quedado de manifiesto con ocasión del suceso de Jumilla: apoyan la libertad de culto y la separación entre la religión y el Estado en los países donde no gobiernan y mantienen la supremacía del islam y la vinculación entre la religión y el Estado en los países donde gobiernan. Una minoría más radical defiende implantar la ley islámica en los barrios europeos donde son mayoritarios, segregándose así de los demás barrios de los países democráticos. Y luego están los sufíes, los místicos islámicos que aspiran a establecer una conexión directa con Dios. En eso coinciden con los místicos cristianos, como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Ambas corrientes místicas proclaman la supremacía del amor universal sobre cualquier otra consideración. En palabras del líder espiritual de la comunidad sufí del pueblo granadino de Órgiva, “Quien busca el camino sufí es gente harta de mentiras. Gente que busca el amor.” Cualquier cartujo cristiano suscribiría ese enfoque. Parecería, pues, que no debería haber ninguna diferencia entre este tipo de musulmanes, que opinan que “el sufismo es la esencia del islam”, y sus colegas cristianos, que, siguiendo a Dante, creen que el amor mueve el Sol y las estrellas. Pero esa conciliadora conclusión choca con una prosaica realidad histórica: las religiones nunca han sido asuntos puramente espirituales, sino que siempre han estado enmarcadas en culturas concretas. Y ese es también el caso de los sufíes españoles que, nacidos en una sociedad de raíz cristiana, se han convertido al islam.

Uno de ellos es Sergio, que afirma lo siguiente: “mi espíritu es pleno gracias a Alá. Y estoy en el camino de la revelación.” Ahora ya no se llama Sergio, sino Alí. Era joyero en Cartagena y ahora es fontanero en Órgiva.  Y, según dice, “mis amigos de entonces ya no existen”. Ya se ve que Sergio no solo experimentó durante la pandemia del coronavirus una crisis espiritual que lo llevó al islam, sino que también cambió de entorno cultural. De otro modo seguiría llamándose Sergio, seguiría vistiendo como la mayoría de los españoles, seguiría siendo joyero y conservaría sus amigos cartageneros. Pero no, ahora es Alí, un fontanero que se viste como los otomanos y cuyos nuevos amigos son otros conversos al islam. Estamos, pues, ante una mutación de cultura, de civilización, lo que se corresponde con la realidad histórica de que el cristianismo y el islam siempre fueron religiones separadas cultural y políticamente.

Estamos, pues, ante una mutación de cultura, de civilización, lo que se corresponde con la realidad histórica de que el cristianismo y el islam siempre fueron religiones separadas cultural y políticamente

Esa impresión queda plenamente ratificada al escuchar a los líderes de la comunidad sufí de Órgiva. Un de ellos es Suleyman, que antes se llamaba Juan Antonio, un madrileño que lo dejó todo por Alá. Y su máximo líder es Umar Margarit, un barcelonés que antes se llamaba Felipe. Por algún motivo, tratar de vivir solo para Dios no les ha resultado compatible con conservar sus nombres iniciales. ¿Hay algún motivo para que uno no pueda consagrarse a Alá llamándose Sergio, Juan Antonio o Felipe? No se me ocurre otro que admitir que, efectivamente, las conversiones religiosas suelen ir acompañadas de las correspondientes trasmutaciones culturales. Y Umar Margarit tiene al respecto las ideas bien claras: “Es hora de comprender que la civilización occidental no existe. Es un nihilismo.” Más claro agua. Resulta que Pitágoras, Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Cervantes, Velázquez, Kant, Galileo, Newton, Mendel, Darwin, Wallace, Marx, Einstein, Shakespeare y tantos otros no significan nada. Y tampoco mis tres Bs favoritas: Bach, Beethoven y Beatles. Todas las aportaciones de esos genios occidentales son puro nihilismo. Hemos dado con el meollo del problema. Ni siquiera un respetable converso, que cree de buena fe que “nuestro trabajo es volver a la realidad primordial” (es decir, a Dios bajo el nombre de Alá), puede sustraerse a la dualidad de civilizaciones que constituyen las sociedades de raíz cristiana y los países islámicos. Sin percatarse de que está expresando una forma de supremacía islámica, el barcelonés Umar nos sentencia: “la civilización occidental no existe.” Entonces resulta difícil entender por qué decenas de miles de musulmanes se largan de sus países para fijar su residencia entre nosotros. ¿Qué esperan de una nihilista sociedad carente de civilización?

Hay que asumirlo. Las diferencias entre el cristianismo y el islam no se limitan al campo de la teología. No se trata solo de discutir si Jesús de Nazaret poseía una doble naturaleza, divina y humana, como dicen los cristianos trinitarios, o era un eminente profeta musulmán, como dicen los islámicos. O de elucidar si murió en la cruz y luego resucitó, como admiten los cristianos, o evadió la crucifixión, como dicen los islámicos. O si Mahoma fue el sello de los profetas de Dios, como dicen los musulmanes, o un líder guerrero árabe que logró unificar varias de sus tribus y les legó un nuevo ideal político y religioso, como dicen los cristianos. Se trata, además, de que el cristianismo ha sido durante muchos siglos la religión hegemónica en Europa, y luego a su través en América, mientras que el islam ha predominado en varios países africanos y asiáticos. Y las diferencias, incluso las confrontaciones militares, entre esas dos civilizaciones forman una irreversible parte de la historia mundial. Eso es algo a lo que ni siquiera los españoles conversos al sufismo han podido superar. Después de todo, fue cerca de Órgiva, en plena Alpujarra, donde Boabdil, el último sultán del reino nazarí de Granada, se cobijó tras ser derrotado por los Reyes Católicos. Y donde su madre le espetó aquello de “Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. Como es sabido, Boabdil falleció en Fez, donde no alcanzaba la influencia cristiana.

Se trata, además, de que el cristianismo ha sido durante muchos siglos la religión hegemónica en Europa, y luego a su través en América, mientras que el islam ha predominado en varios países africanos y asiáticos

Por cierto, ¿qué opina Umar Margarit, antes Felipe, de los sucesos de Torre Pacheco y Jumilla? Lo siguiente: “Lo que ha sucedido en esos lugares es propio de un buenismo que genera jóvenes monstruosos…Lo que ha sucedido en Murcia y lo que sucede en tantos otros lugares delata que la mala educación asalvaja.” La culpa es de los buenistas y los asalvajados, he ahí su explicación. Lo curioso es que eso mismo podrían haber dicho algunos políticos españoles denostados por la mal llamada extrema izquierda, cuya verdadera denominación es izquierda alternativa o izquierda a la izquierda del PSOE. 

A cada uno lo suyo: no podría haber escrito este Tibio si Antonio Lucas no hubiese publicado en el diario El Mundo un excelente reportaje sobre los sufíes conversos de Órgiva. Gracias a él sabemos que a los sufíes no les gusta el buenismo y piensan que la civilización occidental no existe. Y luego se quejarán de que se extienda por Europa una cierta islamofobia.

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