Cuando Joseph Schumpeter acuñó el término "destrucción creativa", nos aportó una de las esencias de la transformación económica: el crecimiento puede activarse desde el derribo de lo obsoleto y el nacimiento de lo nuevo. Décadas más tarde, Philippe Aghion, Antonin y Bunel, en el conocido El poder de la destrucción creativa, profundizaron en esta idea revelando que la riqueza de los países y regiones depende, en última instancia, de su capacidad para innovar y renovarse. Nada crece eternamente sin cambios, las economías avanzan cuando abrazan la innovación, la competencia y la reinvención constante. Innovar es crear, pero también destruir o al menos cambiar. Cada avance reemplaza viejos procesos y productos. Cada nueva empresa desafía a los gigantes del pasado.
El secreto del crecimiento reside en "destruir para crear", es decir, abandonar actividades ineficaces para dar paso a otras que en ese momento aportan mayor valor. Pero este motor económico no se enciende solo; necesita instituciones sólidas, mercados abiertos, educación de calidad y un entorno que valore el riesgo y premie el esfuerzo. La destrucción creativa fluye donde hay Estado de derecho, acceso a financiación, libertad para equivocarse y una sana competencia. Visto lo anterior, quizás en este momento del verano en el que nos encontramos, con su pausa y sus claves, es el ideal para pensar en el futuro económico tanto colectivo como personal. Es un momento que invita a imaginar, planear y atreverse, a mirar con nuevos ojos las tendencias y los retos.
El crecimiento basado en la destrucción creativa solo es legítimo si es inclusivo"
La economía, como la naturaleza, vive ciclos de expansión y transformación; tras la consolidación suele llegar la revolución. Hoy, propondría que alguien debería estar pensando y preguntandose qué sectores, competencias y empresas deben reinventarse o en casos más extremos desaparecer para que otros, más vibrantes y sostenibles, ocupen su lugar. Si se está en eso, ¿cómo pueden entonces los territorios fomentar esta fuerza positiva? Los autores y economistas de este ámbito de investigación suelen aportar varias claves, entre otras, competencia genuina que permita la entrada de nuevos actores y restrinja los privilegios o la cierta comodidad de quienes lo dominan, educación que fomente la creatividad y la adaptación, apoyo decidido al emprendimiento y la investigación, mercados laborales flexibles y sistemas de protección transitoria, y un Estado que incentive la innovación en lugar de proteger lo caduco.
Por supuesto, la destrucción creativa tiene un lado humano que no puede ignorarse. Cambiar implica también algún proceso doloroso, empleos que desaparecen, empresas que cierran, comunidades enteras obligadas a reconvertirse. Por eso, el reto no es solo acelerar la innovación, sino también distribuir sus frutos y acompañar a quienes más pudieran sufrir en la transición. El crecimiento basado en la destrucción creativa solo es legítimo si es inclusivo. La igualdad de oportunidades no es una concesión, sino la garantía de que el progreso llega a todos.
En este escenario global o nacional, Murcia puede contar con ciertas ventajas: una buena posición estratégica, un sector agroalimentario innovador, un polo industrial en constante expectativas de seguir creciendo, un turismo manejable y que debe aspirar a competir en su nicho así como universidades y centros de investigación y tecnológicos como palancas de cambio. Sin embargo, tambien tiene grandes retos que gestionar en el horizonte: sequías recurrentes y presión ambiental sobre el modelo productivo, baja inversión en I+D comparada con otras regiones, tejido empresarial mayoritariamente pequeño y dificultades para retener talento joven y altamente cualificado.
Por ello, podriamos entender que para que la Región de Murcia sea protagonista —no espectadora— de la próxima ola de prosperidad, debe atreverse a transformar parte de su economía. Esto implica abrir aún más la puerta a proyectos tecnológicos en agro, salud o energías renovables; fomentar una red potente de financiación para startups, centrarse sin complejos en su turismo de nicho, aprovechar su polo energético y fortalecer sin burocracia la colaboración entre universidades, empresas y administraciones. Igualmente importante es repensar la educación, apostando por la formación técnica y digital, y facilitar la movilidad de trabajadores entre sectores en declive y aquellos en expansión.
Pero este proceso solo será exitoso si es socialmente justo. La reconversión debe ir acompañada de políticas activas de empleo, redes de seguridad y una narrativa política y mediática que explique los beneficios y los costes de la transición. Murcia debe, como región, recibir, acoger y mimar el nuevo empleo y las nuevas empresas tanto o más de como lo ha realizado con las antiguas. En pleno verano, mientras las chicharras acompañan el rumor de las decisiones que marcarán nuestro futuro, la cuestión es si se tendrá la valentía colectiva de aprovechar la destrucción creativa como impulso de bienestar. Porque, como aparece impregnado en toda esta propuesta, solo los territorios que fomentan el cambio dejan de temerlo y acaban encabezando la próxima etapa de prosperidad.
Salvador Marín
Economista
Catedrático Universidad de Murcia