Los hechos del caso Jumilla son bien conocidos. Un concejal de Vox, un abogado que antes había militado en el PP, presentó una moción con claros visos de anticonstitucionalidad contra determinadas actividades islámicas. Para ajustarla a la legalidad, la alcaldesa de Jumilla, del PP, convirtió la versión inicial en una prohibición de realizar en el polideportivo municipal actos que no fuesen deportivos. Implícitamente, quedaba prohibida la celebración de la fiesta musulmana del sacrificio, popularmente conocida como la fiesta del cordero. Dicha fiesta conmemora el pasaje bíblico en el que Abraham se mostró dispuesto a sacrificar a su hijo Ismael (en la versión cristiana era Isaac) para probar que su fidelidad a la divinidad era superior a su afecto paternal.
En aquel tiempo y en aquellos parajes los sacrificios humanos no eran desconocidos. En el libro de los Reyes se relata que Mesha, un rey de los moabitas derrotado por los israelitas, ofreció en holocausto a su primogénito al dios Quemos para aplacarlo. Disgustado, ese dios no había querido proteger a su pueblo frente a los adoradores de Yahveh. Y en el libro de los Jueces se nos narra la trágica historia del juez israelita Jefté, el hijo de una prostituta que prometió sacrificar a la primera persona que se encontrase al volver de la batalla si Yahveh le concedía la victoria sobre los amonitas. Quiso el destino que esa persona fuese su única hija, virgen todavía para mayor conmoción. Tras concederle un plazo para que llorase su destino, Jefté se cargó a su hija. El caso de Ismael acabó mejor porque un ángel detuvo la mano de Abraham cuando se disponía a cumplir lo acordado, apareciendo un carnero enredado en un matorral como víctima propiciatoria alternativa. No me preguntéis por la conveniencia de adorar a dioses que aprueban los sacrificios humanos o, en su defecto, los de grandes mamíferos en su honor. Pero, sea como sea, ese es el sentido de la fiesta del cordero, donde el animal debe ser degollado, quedar exangüe y sus restos repartidos a partes iguales entre el oferente, sus familiares y amigos, y los necesitados e indigentes. Por cierto, este año el rey de Marruecos, gran comendador de los creyentes, ha recomendado sustituir el sacrificio del cordero por oraciones puramente espirituales. Después de seis años de sequía, la cabaña ganadera marroquí ha quedado lo suficientemente mermada como para que no sea aconsejable degollar unos cientos de miles de ejemplares más. Pero, a pesar de lo que dice un malintencionado bulo, no ha prohibido la degollina; simplemente ha sugerido sustituirla por otros ritos. Tendría gracia que este año no hubiese degollina en Rabat, pero la hubiese en Jumilla.
El análisis de ese suceso murciano da de sobra para un enjundioso ensayo. No obstante, me conformaré con dedicarle dos Tibios, uno sobre la reacción de la extrema izquierda y otro sobre las reacciones de las tres corrientes principales de la iglesia católica. En primer lugar, la extrema izquierda, que forma parte del Gobierno español, ha condenado como islamofobia la moción de Jumilla, ha instado a la Fiscalía a investigar si se ha cometido un delito de odio y ha exaltado el párrafo constitucional en el que se protege la libertad religiosa y, en particular, la libertad de culto. ¿Obliga esa norma a las administraciones públicas a ceder edificios para celebraciones religiosas? Como los antecedentes izquierdistas iban justo en sentido contrario, muchos se han sorprendido de que hayan dado una respuesta positiva en este caso a esa pregunta. Veamos por qué.
En 2007, cuando era teniente de alcalde y concejal de Cultura del Ayuntamiento de Ferrol, Yolanda Díaz prohibió que se celebraren actos religiosos en el teatro Jofre de su ciudad, pues solo debía emplearse para divulgar la cultura, en especial la cultura gallega. La oposición, básicamente el PP, denunció que lo único que quería era cargarse el tradicional pregón de Semana Santa. La Coordinadora de Cofradías protestó, pero de nada sirvió: tanto sus compañeros de IU como los gobernantes del PSOE y sus aliados del BNG la apoyaron. Algún tiempo después, Xosé Manuel Beiras, del BNG, la tachó de la mayor traidora que había conocido en política. Y más tarde Pablo Iglesias, de Podemos, se vio obligado a compartir la opinión de Beiras. Ahora, Yolanda, vicepresidenta del Gobierno español por Sumar, anda reclamando que los musulmanes celebren su fiesta del cordero en el polideportivo de Jumilla. Y sí, es la misma Yolanda que no consideraba oportuno que se impartiese el pregón de Semana Santa en el teatro de Ferrol porque un Estado aconfesional debía permanecer al margen de los cultos públicos religiosos.
En esa misma línea, Rita Maestre participó en 2011 en una movida contra la capilla cristiana de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense. Como es sabido, Rita empezó su trayectoria política en Podemos antes de pasarse a Más Madrid, formación con la que ocupó importantes puestos en el Ayuntamiento de Madrid dirigido por Manuela Carmena. Su alegre contribución a la aconfesionalidad del Estado fue interrumpir con las tetas al aire una misa en esa capilla. En suma, la misma historia: las celebraciones religiosas deberían quedar restringidas a sitios específicos de culto. Pero ahora a Rita le parece muy mal que la alcaldesa de Jumilla no ceda el polideportivo para la fiesta del cordero. Y la posibilidad de plantarse con el torso descubierto en la fiesta ni se le ha pasado por la mente.
En 2020 Ada Colau, a la sazón alcaldesa de Barcelona, prohibió que se instalase el tradicional Belén de la Plaza de San Jaume. Según ella, era un riesgo muy grande en plena pandemia. Indignados, los cristianos barceloneses montaron aquel año un Belén viviente. Ya otros años Colau lo había desfigurado, pues le parecía una manifestación ridícula. De hecho, abogaba por felicitar el solsticio de invierno, que no la Navidad. Se trataba de una innovación debida, años atrás, al sindicalista sevillano del PCE Rodríguez Torrijos. En cambio, Colau no felicitaba a la comunidad musulmana por el equinoccio de primavera, sino directamente por el Ramadán.
Los marxistas y los anarquistas no arremetieron contra el islam por el sencillo motivo de que la religión hegemónica en Europa era el cristianismo"
Podría seguir citando ejemplos de próceres izquierdistas que han defendido la aconfesionalidad estatal cuando bregaban con cristianos y la libertad religiosa cuando lo hacían con musulmanes. ¿Por qué esa diferencia de actitud? Tratar de entender ese enigma nos obliga a remontarnos a Ludwig Feuerbach. En su libro La esencia del cristianismo, de 1841, este filósofo alemán proponía que la idea de Dios reflejaba el contenido de nuestras sensaciones y aspiraciones más sublimes. No es que Dios hubiese creado a los hombres, sino que los hombres habíamos imaginado a Dios para suplir nuestras obvias insuficiencias. Como no éramos inmortales, ni todopoderosos, ni omniscientes, Dios lo era por nosotros. Depositar en una entidad imaginaria nuestras mejores esperanzas nos había alienado, una condición que urgía superar abandonando la religión. Eso sí, el recién desalienado Feuerbach se atenía a la moral cristiana, con sus virtudes del perdón y la caridad, pues la consideraba inmejorable.
A Marx y a Engels la crítica de Feuerbach a la religión les pareció acertada, pero insuficiente. Se había limitado a interpretar el mundo, pero de lo que se trataba era de transformarlo por métodos revolucionarios. Y, desde esa perspectiva, la religión era peor que una mera fantasía consoladora; era un factor que, amansando a los trabajadores, dificultaba la revolución. Había que combatir a las iglesias porque suministraban un adormecedor opio al pueblo. Un buen revolucionario comunista tenía que ser ateo, anticristiano y anticlerical. Y así lo demostraron durante nuestra Segunda República.
Los marxistas y los anarquistas no arremetieron contra el islam por el sencillo motivo de que la religión hegemónica en Europa era el cristianismo. Y lo había sido desde que el emperador Teodosio la convirtiese en la única religión oficial del imperio romano y después Carlos Martel impidiese la islamización de Europa derrotando a los sarracenos. Por cierto, al describir esa batalla el cronista empleó por primera vez la palabra “europeos” y le añadió “cristianos”. Como bien sabía Benedicto XVI, la identidad de Europa era cristiana. Y también lo sabían nuestros izquierdistas, solo que ellos se oponían al cristianismo, a la colonización y, en general, a la cultura occidental, tan vinculada al capitalismo. De hecho, es costumbre entre nuestros izquierdistas boicotear la fiesta anual de conmemoración de la toma de Granada por los Reyes Católicos.
En el siglo XX empezaron a llegar en abundancia a los países europeos inmigrantes musulmanes. Entonces algunos pensadores izquierdistas no vieron en el islam el nuevo opio del pueblo, sino que consideraron que también los musulmanes eran proletarios explotados por los capitalistas cristianos. Echando mano de su concepto de la interseccionalidad de las luchas, los juntaron con las demás minorías supuestamente oprimidas. Había nacido lo que luego fue llamado el islamo-gauchismo, una polémica noción en la que la crítica a la religión quedaba inhibida en favor de la interseccionalidad. Lo importante no era si el islam era compatible con la democracia, sino que los salarios de los musulmanes eran muy bajos. Se pensaron que eran unos aliados objetivos contra el capitalismo. Esa noción luego fue destripada por muchos sociólogos, entre ellos el judío Alain Finkielkrault. Esto requeriría mucho más desarrollo, pero de momento quédense con la copla del islamo-gauchismo. Lo mismo les ayuda a entender las contradictorias actitudes religiosas de Yolanda, Rita y Ada.