El curso empezaba también en el arranque del mes de octubre de 1975 en el seminario menor de San José, emplazado en Vistabella, a espaldas del Hospital Provincial. Funcionaba en aquel lugar desde que se reanudaron las actividades en el año 1941, si bien el obispo Miguel de los Santos Díaz y Gómara ya había determinado en 1935 la separación de los seminaristas mayores y menores, que estudiaban juntos hasta entonces en el edificio que es hoy Escuela de Arte Dramatico y Danza, en el arranque de la calle de los Apóstoles.
El edificio de la prolongación de la calle de la Gloria había funcionado hasta entonces como Escuela de Vocaciones, y fue una fundación de los Sacerdotes Operarios Diocesanos, que lo crearon en la calle de Vinader en 1888 bajo la dirección de su fundador, el hoy beato Manuel Domingo y Sol, que cinco años había constituido esta congregación religiosa en Tortosa.
Los operarios diocesanos, que han permanecido en Murcia hasta el mes de julio del pasado año, radicados en la iglesia de Santa Catalina, tienen por objeto principal el fomento, la ayuda y la guía de las vocaciones eclesiásticas y religiosas y la educación de los jóvenes y los seminaristas. Y de ahí la ilustrativa denominación que recibió su decimonónica fundación murciana. Ni sospechaban entonces que acabarían dirigiendo la iglesia radicada a dos pasos de su Colegio y manteniendo el culto en ella a lo largo de siete décadas.
Fue en el mes de octubre del año 1888 cuando arrancaron las clases en el nuevo centro de estudios eclesiásticos, si bien los anuncios que publicaba la prensa advertían de que aunque se iniciarían en la segunda semana de octubre, los alumnos no podrían ingresar hasta la tercera semana, por el retraso en las obras de reparación del edificio. Los admitidos quedan obligados a pagar al menos 70 reales mensuales.
Manuel Domingo y Sol había ido dando con firmeza, aunque con no pocas dificultades, los primeros pasos para extender su radio de acción desde Tortosa a la diócesis de Valencia, y de la capital del Turia, su siguiente paso fue a la del Segura, con lo cual la de Murcia fue la tercera de sus fundaciones, a la que seguirían Orihuela (1889), Plasencia (1893), Almería (1894), Burgos (1895) y Toledo (1899).
En la tarde del 9 de octubre del año 1889 se puso la primera piedra del edificio que nació como Colegio de Vocaciones, fue luego Seminario Menor, más tarde Menor y Mayor y hoy solo Mayor, desde el traslado de los más jóvenes a Santomera. Y en el mes de febrero de 1891, se colocaba por vez primera el Santísimo en la Capilla, con solemnes cultos matutinos y vespertinos.
El alcalde Fernández Picón pidió a la jerarquía eclesiástica que no se privase a los fieles de la visita al Santísimo a, prácticamente, cualquier hora del día"
El autor del imponente edificio fue el hellinero Justo Millán, autor también de otros conocidos edificios públicos de la ciudad, como la vecina plaza de Toros, pero también de las dos reedificaciones del Teatro Romea tras los incendios, una en 1879 y otra 1899, amén de la Iglesia de San Bartolomé, la profunda reforma del Hospital de San Juan de Dios, el Teatro Circo, el Manicomio, cuya portada de acceso se conserva como acceso al futuro espacio arqueológico de San Esteban, el Teatro Circo, o la adaptación del Instituto denominado en nuestros días Saavedra Fajardo.
Cuando la diócesis se hizo cargo de la dirección de ambos seminarios, Mayor y Menor, en 1961, y del edificio creado por los Operarios Diocesanos, estos sacerdotes ya se encontraban instalados en la céntrica Iglesia de Santa Catalina, ocupando el lugar que habían dejado las monjas Reparadoras.
Fue en septiembre del año 1955, cuando se pudo leer en la prensa: “La iglesia de Santa Catalina, la más antigua de Murcia, después de la histórica ermita de Santiago, está siendo objeto, por fin, de una restauración a fondo -más de una vez abogamos en este sentido desde nuestras columnas- para reintegrarla al culto y restablecer en ella las tradicionales y piadosas visitas al Santísimo, suspendidas hace unos meses a raíz del traslado de las Madres Reparadoras a su nuevo convento de los Pasos de Santiago".
El alcalde Fernández Picón pidió a la jerarquía eclesiástica que no se privase a los fieles de la visita al Santísimo a, prácticamente, cualquier hora del día, y el obispo, que lo era por entonces el catalán Sanahuja, dio toda clase de facilidades para que los Operadores Diocesanos se encargaran en adelante de la custodia y culto de la iglesia tras las obras que se venían desarrollando.
Y aprovechando que aquel Segura informativo pasaba por la céntrica plaza que lleva el nombre del templo, el cronista sugería que la fachada del mismo, cuyo color “no se caracteriza, precisamente, por su discreción, y mucho menos por su belleza”, recuperara.la vista de su “noble piedra”, dejándola al natural, “sin maquillajes baratos”. Y, puestos a pedir, que se restableciera la antigua hornacina de las Ánimas, destruida durante la guerra, lo que “contribuiría a realzar el encanto de la iglesia y, por extensión, de la plaza”.
Ni lo uno ni lo otro se hizo, pero sí se produjo el cambio de manos de Santa Catalina. Sucedió el domingo 30 de octubre de aquél año, por lo que a finales de este mes se cumplirán (ahora sí) 70 años. Por la mañana tuvo lugar el traslado solemne del Santísimo desde la capilla del Seminario Mayor al templo, con la asistencia del obispo. Y por la tarde, Hora Santa, bendición y reserva. En esa etapa que se abría aquél día, varios miembros de mi familia hicimos la Primera Comunión en Santa Catalina, pero esa es otra historia.