En el mundo profesional y emprendedor, solemos usar indistintamente las palabras "error" y "fracaso". Como si fueran sinónimos. Sin embargo, conviene detenernos un momento y distinguirlos, porque no significan lo mismo ni generan las mismas lecciones. Y esta diferencia es crucial para quienes lideran equipos, generan innovación o han tomado la responsabilidad de emprender un proyecto empresarial.
Un error es una equivocación personal: una decisión mal calculada, un descuido o una falta de pericia. Por lo tanto, está en la esfera de lo que podemos controlar. Por ejemplo, un emprendedor que no analiza bien los costes de su producto y fija un precio inadecuado para defender su margen comercial está cometiendo un error. Lo mismo ocurre si alguien descuida los plazos de entrega o ignora los datos de mercado que tenía al alcance. Son fallos nuestros, fruto de limitaciones, falta de experiencia o de una mala elección tomada sin autorregularnos emocionalmente.
El fracaso, en cambio, puede aparecer incluso sin errores de por medio. Debido principalmente a factores externos que no dependen de nosotros: cambios de mercado, crisis inesperadas, decisiones de terceros, un contexto social o político adverso. Pensemos en un cantante que graba un disco impecable, con buena música y letras potentes, pero su discográfica no lo promociona. No hay error suyo, pero el proyecto fracasa.
En nuestro país solemos mirar ambos con recelo. El error se percibe como incompetencia. El fracaso, como un estigma que mancha el currículum. En cambio, en culturas más emprendedoras, como la estadounidense, el error se interpreta como una oportunidad de mejora, y el fracaso como una etapa natural del camino. Allí no resulta extraño que alguien hable abiertamente de las empresas que cerró antes de encontrar la fórmula correcta. Aquí, en cambio, escondemos esas historias, como si fueran vergonzosas.
Este tabú tiene un coste enorme. Nos paraliza. Hace que muchos profesionales teman innovar, que los emprendedores se queden en la zona de confort, que las empresas prefieran repetir fórmulas viejas antes que arriesgar en proyectos nuevos. En otras palabras: castigar el error y el fracaso genera organizaciones más conservadoras, menos creativas y, en el fondo, menos competitivas.
En el mundo emprendedor, muchos de los fracasos más duros se deben a errores evitables"
Los errores, al estar bajo nuestro control, deben minimizarse y aprenderse rápido. Requieren autocrítica, revisión de procesos y disposición a mejorar. Un buen líder no castiga el error, pero tampoco lo ignora: lo señala con claridad, busca sus causas y aplica medidas para que no se repita. Esa es la manera de crecer.
En el mundo emprendedor, muchos de los fracasos más duros se deben a errores evitables: no validar la idea antes de lanzarla, subestimar la competencia o gestionar mal el flujo de caja. Aquí sí cabe hablar de responsabilidad directa. No para culpabilizarnos, sino para asumir que, en el terreno de los errores, la lección está en nuestras manos.
El fracaso, al no depender siempre de nosotros, necesita una mirada diferente. Lo fundamental es entender el contexto y no convertirlo en una condena personal. No siempre fracasar significa que hicimos algo mal. A veces significa que no era el momento, que el entorno no acompañaba, que la oportunidad no estaba madura.
En el mundo empresarial, esto ocurre continuamente. Por ejemplo, en el desarrollo de nuevos productos, nos encontramos con tasas del 75% al 90% de productos que fracasan sin cumplir el primer año de vida. Lo paradójico es que, 2 o 3 años después, alguien los retoma, los saca de nuevo al mercado y son un éxito. ¿Era un mal producto? ¿Cometieron algún error al fabricarlo? No, simplemente el mercado no vio su valor en ese momento. Otro ejemplo, son las startups que desaparecen porque un inversor retira su apoyo en el último momento. Ninguno de esos fracasos se explica solo por errores internos. Pero cada uno deja lecciones valiosas para el siguiente intento.
En el ámbito profesional necesitamos normalizar esta distinción. A los errores debemos responder con aprendizaje rápido y mejora continua. A los fracasos debemos responder con resiliencia y capacidad de reemprender. En ambos casos, lo peor que podemos hacer es ocultarlos o vivirlos con vergüenza. Porque ahí, entre errores y fracasos, es donde realmente se forja la experiencia de una persona emprendedora, que algún día alcanzará el éxito.
Dr. Pedro Juan Martín Castejón
Miembro del Consejo Directivo de Marketing y Comercialización (CGE)
Profesor de Marketing en la Universidad de Murcia y ENAE Business School