Nunca imaginé que un libro pudiera funcionar como un laberinto tangible. Hasta que me topé con Casa de hojas (Duomo editorial, 2025) uno de esos textos que no solo cuentan una historia, sino que te la obligan a vivirla, página a página. Y allí descubrí lo que desde entonces me obsesiona: la literatura ergódiga.
Y tú ahora me dirás: ¿qué es la literatura ergódiga? Porque, seamos sinceros, esa palabra parece que me la acabo de inventar. Pero son una tendencia, aunque algo minoritaria, dentro de la literatura. Se trata de libros donde no basta con seguir el hilo, donde la forma del texto es casi un personaje más: márgenes que se escapan, tipografías que cambian, espacios que respiran y calles invisibles que solo el lector tiene que construir. Es como si el libro te dijera: «Aquí no vienes a pasar las páginas, vienes a armar el puzzle». Eso es lo que sucede cuando leer deja de ser un acto pasivo y se transforma en una experiencia de ensamblaje mental.
Es como si el libro te dijera: «Aquí no vienes a pasar las páginas, vienes a armar el puzzle». Eso es lo que sucede cuando leer deja de ser un acto pasivo y se transforma en una experiencia de ensamblaje mental.
Al principio te sientes descolocado y no sabes por donde empezar: unas páginas en blanco, notas que se bifurcan, fragmentos que se deben encajar. El libro se convierte en un espacio físico que hay que explorar. No es solo seguir una línea, es tomar decisiones: ¿leo esta nota al pie o regreso luego? ¿Salto, rebobino, vuelvo atrás? Y en ese pulso entre la lógica narrativa y tu intuición, nace algo muy profundo: eres lector y arquitecto al mismo tiempo.
Y entonces coges valentía y te enfrentas a esa novela de la que apenas había oído rumores, convertida ya en mito personal. No es solo su historia: es su formato. Tiene notas que encierran otras notas, narraciones que se enredan, escenas que parecen surgir bajo tus dedos conforme avanzas. El libro te pone en una especie de “modo lector activo”: ya no te contentas con entender, quieres interpretar, reorganizar, sentir los pasajes claustrofóbicos, y saborear la tensión de esa arquitectura imposible que se expande en vuelta de hoja. Todo está ahí: la casa se mueve, los espacios crecen, las voces se multiplican, y tú caminas con las manos extendidas tanteando cada recodo del texto.
Es esa comunión entre lector y libro lo que me atrapa hasta la obsesión. En lo personal he de decir que mi primer acercamiento a este tipo de lectura fue con “El barco de Teseo” (Duomo editorial, 2023), que es un producto tan difícil de editar (pues tiene recortes de periódico, fotografías a color intercalada entre páginas, mapas, polaroids…) que en España resulta muy complicado conseguir un ejemplar. Luego oí rumores sobre un libropuzzle viral en Tiktok llamado “El enigma de Caín” (Alfaguara, 2022 aunque publicado originalmente en 1934 y descatalogado hasta su reedición en 2019) con 100 páginas independientes que esconden 6 misterios desordenados. El interés radica en ordenar bien las páginas y conseguir leer esas historias: se dice que en 90 años solo 4 personas lo han conseguido.
Al final entiendes que ese modo de lectura radical no es una aberración, sino un recordatorio: en un mundo saturado de estímulos hiperconectados, sigue siendo posible frenar, desmontar la narrativa uniforme y redescubrir el libro como objeto físico, laberinto íntimo y diálogo necesario.
Al final entiendes que ese modo de lectura radical no es una aberración, sino un recordatorio: en un mundo saturado de estímulos hiperconectados, sigue siendo posible frenar, desmontar la narrativa uniforme y redescubrir el libro como objeto físico, laberinto íntimo y diálogo necesario.
Así, sin anuncios, sin etiquetas, solo dejándome arrastrar por la curiosidad, descubrí que la lectura con la que más disfruto es aquella que me exige estar del todo presente. Esa que te reclama como amante, no como espectador. Un placer parecido al de un paseo nocturno en buena compañía
Sumergirse en este tipo de lectura es despertarse del hipervínculo constante y reencontrarse con la textura del papel. Y al salir, tu percepción del libro —y de ti misma— ya nunca será la misma.