Vivimos en una época en la que todo parece girar alrededor de lo digital. Tener un perfil impecable en LinkedIn, una web cuidada y redes sociales con publicaciones bien diseñadas se ha convertido en una especie de carta de presentación universal. Y es cierto: hoy en día nadie duda de que la marca personal online es importante. Pero la verdadera coherencia se pone a prueba cuando pasamos del clic al contacto humano.
No es la primera vez que me encuentro con profesionales cuya presencia en internet es impecable: fotografías estudiadas, textos inspiradores —a veces redactados incluso por la inteligencia artificial— y una estrategia digital que podría servir de ejemplo en cualquier curso de marketing. Sin embargo, cuando esa misma persona llega a un evento presencial, la impresión no siempre es la misma: un saludo frío, un apretón de manos sin energía, un gesto distante o una falta de interés en escuchar al otro. Todo aquello que parecía perfecto en la pantalla se desmorona en el cara a cara.
Y es que la marca personal no es un escaparate, sino un relato coherente entre lo que mostramos y lo que somos. El modo en que nos presentamos ante los demás, cómo tratamos a las personas, la educación con la que conversamos o la amabilidad con la que nos dirigimos a alguien, transmiten tanto o más que cualquier currículum publicado en redes.
El carisma ya no es hablar más alto, sino saber escuchar mejor"
El liderazgo, además, ya no se mide solo por los logros profesionales o por un cargo en la tarjeta de visita. El liderazgo de esta época se construye sobre la capacidad de inspirar, de conectar con la gente y de generar confianza. Y para eso, la educación y la amabilidad son factores diferenciales.
Durante años, muchos líderes pensaban que la distancia, la altivez o el tono autoritario eran signos de respeto. Hoy es todo lo contrario: en un mundo en el que valoramos la cercanía, la empatía y la capacidad de escuchar, esas actitudes restan más que suman. El carisma ya no es hablar más alto, sino saber escuchar mejor; ya no es imponer, sino convencer con respeto; ya no es mantener una barrera, sino tender puentes.
Un ejemplo muy cotidiano: imagina que asistes a un evento empresarial. Allí coincides con alguien cuyo perfil en redes sociales sigues desde hace tiempo: elegante, con publicaciones brillantes, con una fotografía de portada impecable. Tienes ganas de conocerlo en persona. Sin embargo, cuando se cruza contigo apenas te devuelve el saludo, no te mira a los ojos y parece más interesado en revisar su móvil que en compartir unos minutos de conversación. La decepción es inevitable. Esa incoherencia entre lo online y lo presencial no solo rompe la magia, sino que debilita la credibilidad de todo lo que proyectaba.
Lo contrario también sucede. A veces, alguien puede tener una presencia digital discreta, pero cuando lo conoces transmite carisma, cercanía y respeto. Ese tipo de personas nos recuerdan que, por mucho que lo digital sea importante, lo presencial sigue siendo decisivo. Porque la marca personal, al final, se graba en la memoria de los demás a través de experiencias y sensaciones compartidas, no solo a través de pantallas.
La estrategia digital más brillante pierde valor si no se respalda con una presencia humana coherente"
La coherencia, por tanto, es la clave. No se trata de elegir entre online u offline, sino de trabajar ambos planos de manera alineada. Una buena fotografía en LinkedIn es importante, pero debe corresponderse con la seguridad y el respeto que transmites cuando das la mano. Un texto inspirador en tu web puede ser atractivo, pero debe estar en sintonía con tu forma de hablar en una reunión. La estrategia digital más brillante pierde valor si no se respalda con una presencia humana coherente.
En esta sociedad hiperconectada, la educación y la amabilidad son más que valores tradicionales: son herramientas de liderazgo. En un mundo saturado de mensajes, la diferencia la marcan los gestos sencillos. El modo en que escuchas a alguien que apenas conoces, el interés genuino por lo que te cuenta, la forma respetuosa de disentir en una conversación o el agradecimiento por el tiempo compartido. Son detalles que no cuestan nada, pero que lo cambian todo.
Quizá por eso la amabilidad y la buena educación están hoy más de moda que nunca. No como un gesto superficial, sino como una estrategia real de conexión humana. Porque las personas no recordamos tanto lo que alguien publicó, sino cómo nos hizo sentir cuando estuvimos frente a frente.
La marca personal, en definitiva, es un puente. Un puente entre lo que proyectamos en lo digital y lo que vivimos en lo presencial. Si ese puente está construido con coherencia, carisma, amabilidad y respeto, no solo inspira confianza: genera auténtico liderazgo.
MªJosé Puche Baño
CEO RojoLover
Cátedra de la Mujer Empresaria y Directiva