En estos días de diciembre de año 1975, el Ayuntamiento acordó establecer una parada de taxis en la plaza de Juan XXIII, para dar servicio a una población que iba creciendo en el extremo nordeste de la ciudad. 50 años más tarde, allí sigue, convertida en una de las clásicas. Aunque es obvio que las hay más antiguas, como la del Carmen, unos metros más delante de la iglesia, la de la Glorieta, la del Banco de España o la del cine Rex.

Esta última procedía de la plaza de la Cruz, de donde en abril de 1952 fue desalojada, como el resto de los automóviles, para llevarla a Cetina, y de allí a Vara del Rey, a las puertas, como queda dicho, del Rex, que sólo llevaba seis años usando ese nombre.

A los coches turismos se les recolocaba en la calle de Lucas (hoy Radio Murcia), acera de los números impares; en Vara de Rey, en el ensanchamiento frente al Cine Rex; plaza de Fontes y calle de Apóstoles, en la acera opuesta a la Catedral, entre los números 2 y 16.

Igual que los taxis emiten humos, los caballos que tiraban de las viejas galeras emitían otro tipo de vertidos, que daban lugar a las quejas de los vecinos"

Antes de los taxis, y más tarde en paralelo a los vehículos de motor, existió el servicio de galeras, de tracción animal, que durante largos años prestó eficaz servicio en la ciudad. Claro que igual que los taxis emiten humos, los caballos que tiraban de las viejas galeras emitían otro tipo de vertidos, que daban lugar a las quejas de los vecinos, sobre todo de los que habían de convivir con una parada de galeras.

El diario Línea sufría esto en primera persona, ya que unas de las paradas más conocidas era la situada en la calle de Jara Carrillo, a las puertas de la redacción, sita por entonces en el mismo edificio que antaño fue de la Inquisición y hoy es sede del Colegio de Arquitectos.

Como las quejas de la prensa, o a través de la prensa, suelen tener más y mejor eco en las administraciones públicas, pronto el periódico ofreció cumplida respuesta a las atenciones recibidas en forma de entusiasta gratitud “por haber atendido el ruego de que ésta (calle) sea rociada y. limpiada como se hacía antes. Al requerimiento de estos vecinos, los mangueros han vuelto a usar las mangas para dejar libre la calle de los residuos que arrojan los caballos de la parada de galeras”.

Y añadía: “Gracias a su .gestión, los malos, olores han desaparecido por completo. También hacemos extensiva esta felicitación al encargado de la limpieza de la ciudad, por el celo demostrado en el cumplimiento del deber”.     

Sucedía esto en julio de 1952, y el 1 de septiembre, la parada era trasladada al vecino plano de San Francisco, como la de Apóstoles recalaba en Eulogio Soriano, cerca de la iglesia de San Juan de Dios.

En 1952 el Ayuntamiento trataba de poner orden en aquEl desparrame de autobuses estacionados por aquí y por allá"

Por cierto que aquella misma reordenación incluyó al servicio de autobuses. Aún no llegarían hasta el año siguiente los urbanos, pero los que daban servicio a pedanías y a otros municipios tenían sus paradas repartidas por toda la ciudad, a falta de una estación que los acogiera. Ya explicaron a nuestros lectores estos ‘ayeres’ que la estación de San Andrés, que tiene sus días contados, según proyectan los munícipes, tardó en convertirse en realidad y no estuvo disponible hasta el año 1975, hace ahora 50 de aquello.

De modo que en 1952, el Ayuntamiento trataba de poner orden en aquEl desparrame de autobuses estacionados por aquí y por allá y determinó que las líneas con salida de la calle de los Apóstoles, plaza de Belluga, plaza de Martínez Tornel, plano de San Francisco, plaza de Santo Domingo, calle de Jara Carrillo y calle de San Pedro no podrían permanecer aparcados junto a sus oficinas por tiempo superior a media hora antes y después de la señalada para la salida y llegada de los autobuses.

Allá por el año 1976, firmaba Huertano, que se prodigaba entonces con sus escritos en la prensa y diferentes publicaciones, un recuerdo, que iba sonando a elegía, sobre los conductores de galeras: “En un banco de jardín, solitario con su perro, un conductor de galera, tristón, encorvado y viejo. El cigarrillo apagado. Rasca que rasca el mechero. ¿Qué estará pensando el hombre, la vista fija en el suelo, con estampa de amargura, sin galera y sin empleo? Yo, por mi cuenta he mirado a ese camino del tiempo que se va quedando atrás jalonado de recuerdos, y he visto al viejo de hoy, en sus años de mozuelo, con los brazos de hormigón, rostro de sol casi negro, sentado sobre el pescante .de una galera de espejos, dando látigo al caballo en su trotecillo lento y transportando en volandas a los tranquilos viajeros. No había nacido la prisa de los años del progreso, esa lucha de reloj contra el espacio y el tiempo, y pasaba la galera, toda aire, el Puente. Viejo, recortando su silueta en el río y en el cielo”.

En los primeros años 80, Carlos Valcárcel Mavor escribía, al referirse a oficios desaparecidos o a punto de extinción en Murcia: “Hay otros oficios que están en total declive, en trance de desaparición, como son los tartaneros o conductores de galeras. Quedan muy pocas, casi diría que al servicio del tipismo o del turismo veraniego”.

Uno recuerda el paso por Murcia de alguna de las últimas galeras, como también de alguna de aquellas paradas de galeras que aún funcionaban en la ciudad. Incluso viene a mi memoria aquel célebre conductor llamativamente encorvado, capaz de alcanzar el pescante con sorprendente agilidad para guiar con destreza su vehículo por las calles, alguna de las cuales aún lucía el clásico adoquinado.