Cartagena

"Aquí estaremos, hasta que se sienten": el metal se planta a las puertas de Navantia Cartagena

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  • Cortes en el puente de acceso a Navantia Cartagena este jueves
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A las puertas del astillero de Navantia en Cartagena ya no hace falta preguntar qué pasa. Solo hay que mirar. El ambiente está cargado, no solo de calor, sino de desgaste. De ese que no se ve pero que se nota en cada conversación. 

Hoy se cumplira el tercer día huelga indefinida en el sector del metal y el clima ha cambiado. La Guardia Civil desplegó durante la jornada de ayer jueves a los antidisturbios en la puerta de Santa Rosalía. Una imagen que, aunque no ha ido a más, resume bien el punto al que ha llegado el conflicto: una paciencia colmada y una negociación que no llega. Hoy los trabajadores han cortado los accesos al puente que da acceso a la factoría, el ambiente se caldea conforme pasan los días y las horas.

“¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí? Pues hasta que se sienten y firmen. No queremos otra cosa”, dice Raúl Vicente Lozano, representante sindical perteneciente a la Unión de Empresas Auxiliares de Cartagena. Y lo dice con los brazos cruzados, como quien ya no está para rodeos. “Nos tienen abandonados. Y lo que pasa es que no nos quieren hacer caso. Así de claro”.

Los trabajadores no se andan con rodeos. No se habla de futuribles ni de líneas rojas abstractas. Se habla de lo concreto: las subrogaciones, los contratos, la entrada de nuevas empresas sin vínculos con el astillero. “Lo que no queremos es que venga nadie de fuera, de la mafia de empresas, a quitarnos lo que nos ha costado años conseguir aquí dentro”, apunta Raúl.

  • Cortes en el puente de acceso a Navantia Cartagena este jueves -

El conflicto ya no se contiene

La huelga, convocada por UGT desde el 17 de junio y a la que se ha adherido CSIF, no surge de un día para otro. Viene cocinándose a fuego lento desde hace semanas, con concentraciones que ya se han hecho notar en la refinería del Valle de Escombreras y en el entorno de Navantia. El hartazgo viene de lejos.

“Estamos esperando que alguien dé una señal. La FREMM (Federación Regional de Empresarios del Metal) no dice nada, y desde el viernes pasado estamos esperando una respuesta”, explica Antonio José Conesa Palacios, presidente de la Unión de Empresas Auxiliares de Navantia Cartagena. “Estuvimos en mediación. El lunes también. Pero no hay avances. Nada”.

Los ánimos no apuntan a una resolución rápida. “Esto no se va a acabar mañana ni pasado. Vamos a continuar. Y cuando quieran hablar, estaremos”, aclara Antonio José. Sus palabras no suenan desafiantes, sino cansadas. Pero firmes.

Pero, por contra, dentro del astillero, no hay una sola voz. Algunas partes del comité de Navantia respaldan la huelga, otras no. Y fuera, en la puerta, se han ido sumando trabajadores de más empresas que el martes aún dudaban.

“Sí, ha ido llegando más gente”, confirma Raúl. “Empresas que ayer entraron, hoy se han quedado con nosotros. Y seguirán. Porque esta lucha es de todos”.

Eso sí, remarcan que no se ha impedido trabajar a nadie. “Aquí no se le cierra la puerta a quien viene a currar. Pero el que se quiera quedar, que se quede. Esto es voluntario, pero es necesario”.

Entre las reivindicaciones está también el reconocimiento de los riesgos específicos a los que se enfrentan muchos trabajadores del sector. Las condiciones de trabajo en determinadas áreas -exposición a sustancias tóxicas, ruido constante, maquinaria pesada- no están siendo adecuadamente valoradas, ni compensadas económicamente, según denuncian desde el sindicato.

El sector del metal, tradicionalmente fuerte y con gran peso en la economía regional, arrastra además otro problema de fondo: la pérdida de atractivo para las nuevas generaciones. Con salarios estancados y escasa proyección, muchas vacantes quedan sin relevo, y el envejecimiento de la plantilla es ya una realidad que preocupa a empresarios y representantes laborales por igual.

La imagen de los antidisturbios en la puerta de un astillero público impacta. Porque no es habitual. Pero más impacta el silencio institucional. Los trabajadores insisten: no ha habido ni un intento real de negociar desde el otro lado. Y no ven señales de que eso vaya a cambiar pronto.

La huelga indefinida no tiene fecha de caducidad. Ni siquiera un horizonte claro. Pero quienes están al pie de la puerta, al pie del conflicto, tienen claro por qué están ahí. Y no parece que vayan a moverse.

“Estamos hartos de promesas y de esperas. Lo que queremos es claridad, un compromiso firme y respeto a lo que hemos construido. Nada más. Pero tampoco nada menos”, sentencia Raúl, antes de volver al grupo. El calor sigue apretando. Y la tensión también.

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