MURCIA. Casualmente mi artículo quincenal en Murcia Plaza sale el 8M. Defiendo la conmemoración de esta fecha desde la razón y el corazón. No me interesan los extremismos ni los efectismos, sino que soy más afín al realismo. Y por ello la cruda realidad se abre paso en mi mirada como mujer mientras proceso la información sobre esta nueva guerra de sometimiento territorial, que llena los pasos fronterizos con un porcentaje muy superior de mujeres y niñas, mientras la mayoría de los varones caminan hacia el frente. Como en todas las guerras humanas desde que moramos el planeta Tierra.
La resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Mujeres, Paz y Seguridad, de octubre del año 2000, reconoce que la guerra afecta a las mujeres de forma desproporcionada y específica, e insta a que seamos parte fundamental de la prevención, la gestión y la resolución de conflictos. La OTAN cuenta desde mayo de 2009 con el Comité sobre Perspectivas de Género y una Oficina vinculada. En julio de 2010, la ONU crea la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres (ONU Mujeres) con el objetivo de avanzar en la atención de las necesidades de las mujeres y las niñas de todo el mundo.
"PODEMOS SER HEROÍNAS POLIFACÉTICAS CUYA ACCIÓN ESTÁ ACTIVADA EN MODO DAR"
Son pasos al frente, un frente femenino y necesario, que aún ocupa cifras mínimamente superiores al 11% en las naciones aliadas respecto a la presencia de la mujer como militar en la Fuerzas Armadas. En España llegamos al 13% y contamos dos mujeres oficiales generales, dos mujeres de bandera. A un nivel estratégico, en el staff internacional del Cuartel general de la OTAN en Bruselas, las mujeres alcanzamos más del 41% de presencia. Y dentro del género femenino, la mayoría de mujeres militares están en la base de los rangos. Como las que hay en las bases de los gobiernos donde se toman decisiones sobre conflictos armados.
Resulta que estos conflictos amplían las diferencias entre mujeres y hombres. No solo las mujeres y niños conformamos la mayor parte de la población desplazada y refugiada, sino que disponemos de menos recursos para protegernos. Existen lideresas de movimientos de paz y recuperación, pero la participación de las mujeres es aún insuficiente incluso en las labores y diseños de reconstrucción. En cualquier caso, no es solamente a posteriori donde queremos estar, sino en los previos y en el partido, porque antes de la paz, se sufre la guerra.
La población femenina participa en los conflictos bélicos de diferente modo a la masculina muchas veces: ocupando una retaguardia silenciosa, resiliente, en la que desplegamos nuestras poderosas armas sin balas ni fusiones nucleares. Estas armas las llevamos de serie y se activan con el instinto de dar vida. Comienza así la otra guerra, tan cruenta, en la que no tenemos nada que ver con el estereotipo de plañideras. Podemos ser heroínas polifacéticas cuya acción está activada en modo dar. Y es ahí, en esas historias de entornos femeninos luchadores, cuando nacen las mejores interpretaciones para sobrevivir:
En el fulgor de las batallas y entre ellas, las mujeres se convierten en magas para alimentar a personas dependientes, sean mayores, enfermas, hijos o hijas. Se transforman también en payasas para intentar superar el dolor propio y ajeno creando sonrisas. Otras veces son cantantes que acompañan a dormir o a caminar como si las notas pudiesen mecer la paz. Sus cuerpos abrazan en el frío, intentan sanar en las heridas y el dolor. Sus manos buscan alimentos, creyendo cocinar en una nueva edición de cocina nunca escrita. Espoleadas por el hambre que agudiza la audacia, comparten, seguras de tener menos necesidades que los demás. Ocasionalmente revierten en modistas capaces de improvisar un look rompedor y guarecer del frío o proteger del calor. Trenzan pelo, hacen coletas, peinan con sus dedos flequillos. Se convierten en lectoras, narradoras de historias reales o ficticias, evocadoras de recuerdos, hacedoras de realidad. Rocas y estímulo para sus hombres. Almohadas en la que apoyarse, cajas donde guardar el dolor y la falta de respeto a unos derechos. Sumidero de gritos cuando llegan las violaciones de guerra, las correctivas, y saben que esto también pasará, aunque ellas mueran en el intento de querer vivir con dignidad.
Hay lugares donde las caras de las mujeres han sido borradas de pancartas y escaparates, donde se las condena a la ignorancia negando la educación básica. Donde, en un intento de silenciar, se les cubre como muebles en desuso con la idea de que se conviertan en polvo tras alumbrar hijos que apenas las verán. Algunas barren cristales rotos sobre el alféizar de sus ventanas mientras cantan el himno del país que aman, en el que resisten y en el que creen, con una valentía a prueba de tiranos. Ellas esperan la llegada de la paz para recomponer los trozos de un puzle tremendamente esparcido, y que ha perdido piezas.
Ojalá todos los 8M nos trajesen ucranianas yendo a sus trabajos, paseando por las calles de su querido país, afganas sonriendo desde vallas publicitarias, en comercios y escuelas, españolas con derecho a voto e independencia económica, congoleñas o bosnias sin violar, mujeres sin mutilación genital, mujeres respetadas por sus parejas, y tantas otras mujeres felices que deberían ser el telón de fondo de un día como hoy.
No dejo de vivir despierta y mirar queriendo ver el horizonte iluminado por esa luz incombustible, de las Mujeres de Paz.
Celia Martínez Mora
Investigadora