Tanto nos hablaron de la 'inmunidad de rebaño', que cuando nos dieron rienda suelta para abandonar la reclusión domiciliaria, nos comportamos como miembros de la manada. Y cuando se dijo que se podía salir a andar y a correr, todo el mundo anduvo y corrió, haciendo difícil el tránsito pedestre por muchas zonas. Y cuando se anunció que abrían las terrazas de los bares y restaurantes, se formaron colas y listas de espera para tomar una cerveza. Y, por supuesto, cuando se abrieron al público las playas, fue a la playa todo bicho viviente, incluso quienes no van a la playa ni en verano. Y hasta apareció la especie del sabadero, émula del dominguero, porque era lo que tocaba.
Por supuesto que puede quedar al margen del papel de integrante de la marabunta cualquiera que haya decidido, en mitad de este disloque, ir contra corriente, a riesgo de que la multitud le mire como a ‘rara avis’ o perro verde, y le señale como verso suelto. Algo de eso tenía, hace justo medio siglo, una paisana nuestra que, en tiempos bastante distantes de la liberación de la mujer, saltó a las páginas de los periódicos por su condición de pionera en el ejercicio de sus funciones.
Tal día como hoy, 50 años atrás, la prensa nos contaba que el gobernador civil, que venía a ser algo parecido a los delegados del Gobierno de ahora, pero con más poderío, había dado posesión de su cargo a la primera alcalde de la entonces provincia de Murcia. La alcalde, que no la alcaldesa, era la maestra Josefina Noguera Moreno, y el consistorio el de Librilla. Junto con la vara municipal, la flamante mandataria recibió la designación de jefe, que no jefa, local del Movimiento (el aparato franquista) a lo que añadía la condición anterior de delegada local de la Sección Femenina (más aparato). No era desconocida, por tanto, en el mundillo político, donde ya había sido, además, teniente de alcalde con el anterior regidor municipal.
Claro que para hablar de la primera alcaldesa de España habría que remontarse mucho más atrás en el tiempo, al año 1924, durante la dictadura del general Primo de Rivera, pero no muy lejos, pues fue en la provincia de Alicante donde fue nombrada para el cargo en el pueblo de Quatretondeta, no lejos de Alcoy, Matilde Pérez Mollá. Pertenecía la señora a una familia local acomodada y propietaria de tierras, y gobernó la localidad, que tenía por entonces alrededor de 450 habitantes, desde el 27 de octubre de 1924 hasta el primero de enero de 1930.
El lector se preguntará que tiene que ver doña Matilde con nuestras historias, poco dadas a traspasar las fronteras regionales, pero su vinculación con esta tierra es patente, ya que la histórica primera alcaldesa de España vivió en Cartagena durante muchos años debido a su matrimonio con el notario, natural de Alcoy, Rafael Blanes, que ejerció su profesión en Cartagena entre los años 1879 y 1913, fecha en la que se jubiló. Más aún, durante esta larga etapa de estancia en la ciudad marítima nació la única hija de la pareja, Matilde Blanes Pérez.
Fue después de regresar a su tierra y enviudar cuando Matilde Pérez Mollá resultó designada como alcaldesa por el gobernador de la provincia de Alicante, emprendiendo algo más de cinco años de mandato sumamente fructíferos. Ella fue, sobre todo, quien logró que la pequeña localidad entrara en la modernidad al propiciar la llegada de la luz eléctrica a las casas y calles del pueblo y quien convirtió en carretera el camino de carros que conducía a la vecina Gorga. Se interesó por el nombramiento de un médico para su municipio y creó un centro de educación para adultos, sin perjuicio de otras iniciativas como la creación de un grupo de teatro o la de dar personalmente clases de piano.
Una novela del escritor y cronista Rafael Pérez, su sobrino, la retrató en una ficción titulada ‘La señora’, la misma denominación con que se la conocía en Quatretondeta, donde aún se conserva la casona con jardín donde habitó y en la que falleció en 1935 aquella mujer pionera que fue contracorriente en tiempos tan poco propicios.