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Molinos de viento de Cartagena: la administración al auxilio de la restauración privada

Quedan en el Campo de Cartagena más 25 molinos en manos privadas y sus propietarios piden un impulso económico que facilite su puesta a punto

23/03/2021 - 

CARTAGENA. Hace unos días el Ayuntamiento de Cartagena ponía a punto el molino de viento Molino de las Piedras, ubicado en el barrio de Los Mateos. Antes de rehabilitar el Molino de las Piedras, el Ayuntamiento había acometido reformas en el resto de molinos municipales. En el campo de Cartagena hay más de 160 molinos, la mayoría ubicados dentro de los márgenes del municipio de Cartagena y de titularidad privada.

En los últimos años, se han reformado, además, el molino del Monte Sacro, el Molino de Zabala y los dos construidos en el Molinete, conocidos como de la Cima y de San Cristóbal.
Por otra parte, en 2019, el Ayuntamiento de Cartagena acometió la restauración de la Casa Molino del Monte Sacro, con fondos de la Sociedad Casco Antiguo de Cartagena.
Pero, lejos de la restauración de los molinos de propiedad municipal, existen en el Campo de Cartagena un buen número de ellos de propiedad privada que se encuentran en mal estado y que necesitan un impulso. Hasta ahora han sido los dueños los que han tratado de devolverles su esplendor rascándose el bolsillo. Además, desde que estas instalaciones fueron declaradas Bien de Interés Cultural, allá por la década de los ochenta, cualquier actuación de restauración de los mismos debe pasar primero por el estudio y aprobación de Cultura.

Por tal motivo, algunos de los dueños de dichos molinos han pedido que las administraciones, tanto la regional como la municipal, se impliquen de forma directa para tratar de poner a punto a los más de 25 molinos de viento que, en manos privadas, presentan un mal aspecto y necesitan una remodelación urgente.

El escritor e investigador Romero Galiana pedía la rehabilitación de aquéllos cercanos a las carreteras de acceso a las pedanías o en los centros urbanos en el libro 'Antología de los molinos de viento', donde se exponía una tipológica, estética, fotográfica, histórica, con localización y estado de conservación, a fecha de diciembre de 2000, de los 154 molinos de viento.

Por su parte, la organización de las terceras jornadas de Molinología, Sergio Nicolás Llorach, relató que la administración le encargó un estudio de cada uno de los molinos de viento, para que la Administración pudiera notificar a los interesados su condición de propietarios de un Bien de Interés Cultural. Llorach llegó como conclusión que muchos molinos de ellos son de empresas con las que se podría llegar a acuerdos, que algunas asociaciones de vecinos están implicadas, al igual que algunos particulares entusiastas, y que el 60% de los molinos son hoy solo una torre. Aunque "tardemos más en recuperar este patrimonio, con todas las posibilidades que tiene desde etnográficas a turísticas, debemos unificar criterios de actuación, qué restaurar y cómo hacerlo, acometer actuaciones de consolidación, conseguir que al menos un número importante de molinos queden como legado y recuerdo de toda una cultura popular e historia de enorme importancia en el pasado, al igual que de otras muchas, de esta nuestra región".

La vela latina, el elemento que caracteriza a los molinos de Cartagena

El principal elemento que caracteriza a los molinos de viento de Cartagena es la adaptación de las velas latinas de los barcos a sus palos, en sustitución de las tradicionales aspas. Suponen, por tanto, una muestra del contacto entre la tierra y el mar, entre la agricultura y la navegación. Al mismo tiempo, viento y agua son las primeras fuentes de energía mecánica de origen natural explotadas por el hombre. Esto ha hecho que los molinos, dentro de los 'Molinos de vela del Mediterráneo', estén incluidos en la Lista Indicativa de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, siendo todo un símbolo de la cultura mediterránea

Los molinos más antiguos conservados en el interior de la ciudad de Cartagena muestran las transformaciones que sufrieron estos edificios. Así, en el caso del Molinete, el de la zona oriental más baja, se convirtió en el siglo XVIII en una ermita dedicada a San Cristóbal, mientras que el molino de la zona más alta, fue utilizado en el siglo XIX como vivienda. De hecho, con el molino del monte Sacro, ocurrió lo mismo, siendo utilizado como casa hasta finales del siglo XX.

A partir del siglo XVIII, tras la instalación del Arsenal y el impacto que supuso en la dinamización de la economía de la zona, la población de Cartagena no paró de crecer. Ello implicó, lógicamente, un aumento en la demanda de alimentos básicos, impulsando la transformación del campo cartagenero. Si antes se practicaba una agricultura basada en el olivar, el viñedo, el esparto y, sobre todo, la barrilla, usada para blanquear, hacer jabón o vidrio; a partir de ese momento aumentó el terreno cultivado. Tierras baldías pasaron a convertirse en parcelas agrícolas, creciendo también la población del campo de Cartagena. De modo especial, aumentan lo que en los textos antiguos se llaman "tierras para panificar", es decir, aquellas en las que se cultivan cereales como el trigo, la cebada o el centeno. Su desarrollo no se puede entender sin la búsqueda de agua. Dado que en nuestro clima las lluvias son muy escasas y que en el territorio tampoco existe ningún río o rambla de caudal constante, fue necesario llevar a cabo una verdadera ingeniería extractiva.

Junto al tradicional molino harinero, hacía entonces su aparición otro tipo fundamental en el Campo de Cartagena, los molinos de agua o de arcaduces, capaces de extraer el agua de manantiales subterráneos y utilizarla para el riego.

En el siglo XVIII, se lleva a cabo una verdadera transformación tecnológica. Cambia su arboladura. Los antiguos molinos de cuatro brazos son sustituidos, en su mayoría, por los de ocho. Igualmente, las aspas dejan paso a las velas, que constituyen uno de los elementos más característicos del molino cartagenero. Se trata de velas triangulares, llamadas latinas, que se abrían más o menos dependiendo de la intensidad con la que soplara el viento.

Hay diversas razones para explicar esa transformación, una de ellas es la facilidad para conseguir estas velas, dentro de la verdadera industria que abastecía de ellas a los barcos construidos en el arsenal. De hecho, al igual que las velas se llaman latinas, también en Cartagena existe un tipo especial de embarcación, el latino. Todo muestra uno de los aspectos más singulares del molino cartagenero: la unión de campo y mar; de la agricultura con los saberes de la navegación. Si antes hablábamos de aspas, ahora a los ejes donde se fijan las velas se les denomina palos. Éstos se unen al botalón mediante unos cables denominados vientos. Posiblemente, uno de los mejores ejemplos de esta etapa, es el molino Zabala, en la diputación de Perín. Un documento de 1755, el Catastro de Ensenada, lo menciona. Su nombre correspondía al apellido de su propietario, el maestro herrador Francisco Zabala, quien sabemos que también llegó a arrendarlo a otras personas.

A partir de este momento, es posible reconocer las características que irán siguiendo todos los molinos hasta principios del siglo XX. Así, todos presentan forma de torre, siendo frecuente que el diámetro sea mayor en su parte inferior, donde las paredes son más gruesas. En nuestra zona predominan, por tanto, los molinos troncocónicos, si bien existen algunos cilíndricos.

La construcción de molinos estaba en pleno auge, haciendo que, hasta no hace mucho, encontrásemos centenares de molinos distribuidos por todo el Campo de Cartagena. En el siglo XIX incluso vuelve a construirse otro nuevo en el interior de la ciudad, el del monte Sacro.

Los molinos fueron fruto de la evolución de la tecnología, pero también los cambios tecnológicos del siglo XIX y principios del XX acabaron condenándolos. Con el uso de los nuevos motores de vapor y explosión, los molinos de viento movidos por fuerzas naturales quedaron en un segundo plano. Su falta de uso hizo que muchos se fueran abandonando, sobre todo, los harineros. Tampoco los otros corrieron mejor suerte. El descenso del nivel freático, la sobreexplotación de algunos pozos o, también, la llegada del agua del trasvase, motivaron su progresivo abandono. Tras estos cambios, al comprobar lo caras, contaminantes o incluso en riesgo de desaparición, de otras fuentes de energía, la sociedad ha vuelto a hacer uso de la energía eólica, una de las energías renovables que en Cartagena siempre hemos sabido utilizar. Así, hoy día, como una triste paradoja, sorprende ver cómo frente a algunos de los molinos medio derruidos de nuestro campo, se alza en los montes de la costa, el Parque Eólico de La Unión, con modernos molinos, en este caso aerogeneradores.

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