Y mientras nosotros estamos tan entretenidos con el coronavirus y su ya creciente número de afectados también en España, Pedro Sánchez, escenificaba el pago de su enésima hipoteca, el alquiler de La Moncloa, en la que recibe a sus acreedores -los independentistas catalanes- en condición de igualdad. Como si recibiera a una delegación de Portugal, vamos.
Solo que con los representantes lusos no estarían sobre la mesa su independencia de España, ni la liberación de los convictos por delitos de rebelión, que es lo que iba en el attaché del inhabilitado presidente de la Generalitat y sus acompañantes.
Una reunión espuria en su concesión y su contenido, con el ingrediente añadido que trae al Palacio de la Presidencia del Gobierno de España, además, el enfrentamiento cateto, pusilánime y egoísta de los antiguos aliados en las maniobras independentistas, JxCat y Esquerra Republicana, que pretenden tener a Sánchez y su gobierno -incluidos los ministros-cuota del PSC y de Ada Colau y el esbirro Ábalos- de monosabios de su pugna ante las próximas elecciones catalanas.
Por supuesto, a esa mesa no se sentó el cincuenta por ciento de los catalanes contrario al independentismo, a los independentistas y a sus matones del molotov y el adoquinazo. Porque los fascistas del lazo amarillo -hay que agradecerles su contumacia en la idiotez, porque nos permite distinguirlos-, como todos los sectarios absolutistas y mesiánicos, piensan y quieren hacernos creer que Cataluña son solo ellos y lo que ellos determinen.
Al término de la reunión ya oímos las dos versiones: la del Gobierno español diciendo que se han atenido a la legalidad y la Constitución en sus planteamientos; y las de Torra contándonos que han exigido y logrando sus objetivos.