MURCIA. El lector habitual recordará que en más de una ocasión hemos 'picoteado' en estos ayeres en aquellas leyes desamortizadoras, básicamente decimonónicas, que dieron lugar a la exclaustración de numerosos frailes y monjas, el desalojo de conventos e iglesias, la ruina o derribo de no pocos y el cambio de manos de numerosos bienes eclesiásticos.
Las desamortizaciones no sólo significaron un expolio para la Iglesia y un desastre para el patrimonio artístico religioso, sino que ni siquiera cumplieron con los propósitos socioeconómicos anunciados, salvo en lo que se refiere a la generación de unos ingresos extraordinarios al Estado, producto de la subasta de los bienes objeto de forzosa expropiación. En lo demás, los ricos se convirtieron en grandes propietarios de tierras o ampliaron sus posesiones y los pobres lo fueron tanto o más que antes.
Uno de los conventos que acabó por desaparecer, a primeros del siglo XX, tras haber servido de cuartel, y siguiendo los pasos de su iglesia, derruida con anterioridad, fue el de la Trinidad, que ocupaba, en la que es en la actualidad calle del Obispo Frutos, los solares del colegio Andrés Baquero y del Museo de Bellas Artes.
Del templo que estuvo dedicado a San Blas, y al que acudían en romería los fieles en la festividad del santo obispo, salieron diversas imágenes en busca de acomodo en otros lugares de culto, como sucedió también con otros cenobios de la ciudad desamortizados.
Y fue así como el propio San Blas, y su romería, acabaron en Santa Eulalia, como también algunas otras imágenes, como las de San Miguel de los Santos y el entonces Beato Simón de Rojas, dos trinitarios a los que se daba culto, como es de razón, por parte de sus compañeros de orden.
Otras tallas devocionales que emigraron acabaron en San Juan Bautista, como sucedió con Nuestro Padre Jesús del Rescate, o las de otros ilustres trinitarios, como el fundador, San Juan de Mata, o San Félix de Valois.
En Santa Eulalia se conserva también la pila bautismal de la Trinidad, con el escudo que acredita su procedencia, y en los edificios alzados en lugar de iglesia y convento una buena parte de las columnas que ornaron el claustro renacentista: ocho en la columnata de la galería exterior del museo, dos grupos de cinco en los porches del colegio y otras dos, de piedra gris, en el patio del museo. Sin olvidar los frescos que pintó Villacis en la vieja iglesia desaparecida, expuestos también en el museo tras su recuperación por el artista decimonónico Juan Albacete.
Comentando las fiestas de San Blas y la Candelaria de 1906, el periodista Martínez Tornel daba cuenta de que en esos días se estaba derribando lo que quedaba de la Trinidad, para construir en aquél gran espacio los tan necesarios establecimientos públicos dedicados a la educación y a la cultura.
Pero a unos metros de allí pervivían, como queda explicado, otros vestigios de la iglesia conventual, de los que Fuentes y Ponte daba noticia en su Murcia Mariana, obra publicada en 1880.
En el crucero de la izquierda de Santa Eulalia se veneraba la imagen del Cristo de la Esperanza, un crucifijo muy antiguo que era visitado por numerosos enfermos que se untaban con el aceite de la lamparilla que ardía junto a él. Una lápida recordaba esta circunstancia y la procesión de acción de gracias realizada en el año 1500. Y otra los 40 días de indulgencia que concedió en 1814 el obispo José Ximénez a quienes, de rodillas ante el crucificado, rezaran un Credo.
Bajo las lápidas, colocadas a ambos lados del altar, se situaban sendos pedestales sobre los que se erguían las tallas de San Miguel de los Santos y en aún Beato Simón de Rojas, la primera obra de Roque López, y la segunda de Francisco Salzillo.
Del primero escribía Fuentes: "Imagen de vestir: cabeza, pies y manos; de tamaño menor que el natural, de 1'28 metros de altura. Viste de seda, con el hábito de la Orden de los Trinitarios. Con la mano derecha alza una custodia, a la que observa entusiasmadamente, y con la izquierda oprime su pecho”. Añade José Luis Melendreras en su obra compilatoria de las principales esculturas del discípulo de Salzillo: "Cabeza atenta y expresiva".
Por su parte, al Beato Simón de Rojas lo describía como de tamaño algo superior, también de vestir, alargaba un rosco de pan a un niño pobre que vestía a la usanza de la huerta de Murcia.
Ambas imágenes quedaron deterioradas durante la Guerra Civil, en especial la de Salzillo, fueron retiradas del culto y permanecen en los altillos de la iglesia parroquial en espera de una restauración que les devuelva el esplendor que un día tuvieran y permita que sean repuestas en los altares del templo para poder ser veneradas y admiradas por la feligresía y los visitantes, más aún tratándose de dos obras de calidad de sus más que reconocidos y aplaudidos autores.
Ocasionalmente, San Miguel de los Santos abandonó su encierro un domingo del Corpus para ocupar el altar efímero que la Cofradía de Cristo Resucitado instala en el itinerario de la procesión del Santísimo Sacramento.
Y desde hoy, y durante un mes, los interesados en conocer esta talla, que lleva décadas oculta, podrán visitarla en el Museo Cristo de la Sangre, junto a la Iglesia del Carmen, donde permanecerá expuesta en el marco de las atividades programadas con motivo del 275 aniversario del nacimiento del principal discípulo de Salzillo y heredero de su arte.