MURCIA. Tokio nos queda ya muy lejos. Volvamos a nuestro rincón del mundo, a nuestro hogar, y contemplemos qué ha ocurrido en España mientras quedábamos embriagados por el brillo de las medallas olímpicas que nuestros compatriotas han logrado en el país nipón muy merecidamente. En este recoveco del sur europeo, se nos ha obsequiado con un oro pírrico: el desempleo juvenil, que es el más alto de todo el continente. De este modo, el Eurostat arrojaba para junio de 2021 que el 37,1% de los jóvenes españoles está en paro, más que duplicando la media europea (17%).
No es menester una clase magistral sobre el modelo económico español, pues es un vox populi que el sector terciario, el turismo y todo cuanto ello engloba, supone un grueso importante en nuestro país, tan receloso a eliminar su esquela de sol y playa como a la innovación sin traición, si cabe llamar así a esta forma de aprovechar nuestros recursos y dones de una manera más eficiente, estable y largoplacista.
"La juventud es ese 'target' ansiado e ideal en las campañas electorales, pero que resulta sibilino y remoto en la práctica, aunque se le prometa el cielo y la tierra"
Recientemente, leía el estudio de José Miguel Rojo y Claudia Mayordomo sobre polarización afectiva, y me sorprendía (no sería el primero) el empírico dato que revela que los jóvenes tienden menos a la polarización, así como a la identificación partidista. Ello se conjuga con la escasa participación electoral de la juventud, que se enfrentará pronto a la inversión de una pirámide social invertida, valga la redundancia. La juventud es ese target ansiado e ideal en las campañas electorales, pero que resulta sibilino y remoto en la práctica, aunque se le prometa el cielo y la tierra. Será por ello que no hacemos una política de juventud real.
Los jóvenes se encuentran hoy entre la rígida pared de la brecha intergeneracional y la afilada espada de un mañana tenebroso. No es el hastío de antaño que motivaba a poetas diversos a escribir versos que han trascendido hasta nuestros días, sino una suma incertidumbre ante el acceso a la vivienda y al mercado laboral, la estabilidad en el mismo, el cambio climático y las migraciones derivadas de éste, la despoblación y el éxodo rural, la capacidad de formar una familia...
No conformes, el suicidio representa la primera causa de mortalidad entre los jóvenes, y no somos capaces aún de tratar abiertamente la cuestión de la salud mental, concebida como un tabú que creemos que sólo afecta a unos pocos. Han aumentado más de un 30% desde 2010 y la pandemia los ha acentuado, pero nuestros gobiernos nos privan de la inversión y la dotación que le corresponde a este derecho a la salud. Al cabo, no es un mundo tan maravilloso el que tenemos ante nosotros, el que algunos niegan que nos han dejado.
Hace unos meses, comentaba con un apreciado amigo el potencial que tiene el Levante español con la energía solar. "Murcia ya no es la huerta de Europa, pero sí puede ser su batería verde", sugirió. Y me pregunto si somos acaso un país cuya economía pueda evolucionar hacia la industria ecológica, hacia un modelo productivo innovador que no dependa de turistas ni de mera climatología. Me pregunto si podríamos aprender de otras naciones europeas para evolucionar y abanderar grandes proyectos o si, por el contrario, adularemos la nostalgia que nos estanca durante décadas a empleos precarios e inestables.
Este era uno de los tantos ejemplos que por mi cabeza rondan, pues soy incapaz de plasmar en tan pequeño lugar que es esta columna cuantas ideas manejo. Valga ello como nexo a mi ciertamente utópica idea de acabar con la lacra que supone el desempleo juvenil. Mientras escribo estas líneas, la burocracia seguirá su curso, el inmovilismo continuará siendo una forma de vida y el absurdo reina sobre todos nosotros.
Confieso que no deposito mi fe en un sistema educativo atrasado y sin consenso, donde las esperanzas reposan en unas matemáticas socioemocionales, y no en ciudadanos críticos, participativos, emprendedores y dinámicos capaces de romper con la desolación que sobre nosotros rige. No sé si será Yolanda Díaz quien deba rendir cuentas sobre ello, o si acaso serán los fantasmas del pasado a los que sigue invocando cuando no interesa declarar con la verdad.
Habrá quienes piensen que el baile de los números será algo ajeno y lejano, como lo es ya Tokio, pero me temo que el sol se pone por las esperanzas de los cerebros fugados, de los profesionales sin profesión, de los que innovan en silencio, de los que callan a gritos ante un mañana sin esperanza y de otros tantos con el más natural de los dones, que es el miedo. Para los que lo entendemos, todos ellos también son oros olímpicos.
Gracias por su atención.