He estado dos veces en Hebrón, en la Cisjordania ocupada. La pasada semana he podido leer informaciones que aseguraban el apartheid israelí, delimitando zonas de paso entre colonos y palestinos residentes de Hebrón. Es verdad, es cierto que la progresiva invasión de colonos judíos, la mayoría procedentes de Argentina, ha dibujado un maldito mapa urbano de la bella ciudad palestina, donde duermen los patriarcas el sueño eterno, una tumba sagrada para el judaísmo y el islam.
Para llegar al emblemático templo se necesita atravesar varios checkpoints del ejército israelí… Es lo de menos, porque pude sufrir el mal trato que recibía la población palestina de Hebrón, la infancia cruzando varios controles de calle a calle para acudir a la escuela, madres y padres para cruzar una vía, para ir a trabajar. Toda la ciudad de Hebrón es un control absoluto del ejercito israelí. Un gueto maldito. Pueden imaginarse qué significado tiene vivir en estas ciudades y pueblos asediados, contra tantas resoluciones de la ONU y tribunales internacionales que nunca ha cumplido el gobierno de Israel.
El pueblo palestino viene sufriendo este apartheid desde 1948 cuando se produjo el primer gran éxodo, la primera Nabka, la gran catástrofe, con la expulsión de miles y miles de familias palestinas, portando las llaves de sus casas, huyendo de sus hogares y sus tierras. La segunda Nakba se produjo en 1967, y se repitió la historia, miles de familias no tuvieron otra opción, abandonar la tierra y su vida. Nunca pudieron regresar a su país. Ahora estamos viviendo otra Nakba, durísima, con miles de víctimas, de muertos que están marcando la falta de humanidad y el destrozo de los Derechos Humanos.
Esta pasada semana, el presidente del Gobierno de este país y presidente temporal de la UE, Pedro Sánchez, tuvo una magnífica intervención en Israel, exigiendo el alto el fuego y denunciando la insoportable muerte y asesinatos de tanta población palestina, sobre todo, mujeres, niñas y niños. Netanyahu, que no es el pueblo israelí, ha enloquecido. En este conflicto se está poniendo de manifiesto, por fin, y se está visibilizando que el pueblo palestino viene sufriendo décadas de ignominia, de colonización, de detenciones, secuestros, de centenares de personas, mujeres, menores.
La Plataforma de Mujeres Artistas por la Paz y contra la Violencia de Género elaboró un informe, en 2008, con la colaboración con de la Embajada de Palestina y el gobierno de Ramallah, sobre las mujeres presas en las cárceles de Israel. Eran cientos de mujeres encarceladas sin condición preventiva, sin condenas ni juicios, sin sentencias. Aquel informe era demoledor, demostraba el abuso de poder del gobierno israelí. Era insoportable.
La ONG en la que participaba, realizó también informes de seguimiento. El cien por ciento de las mujeres recluidas en las cárceles de Israel no tenían causas ni motivos, tan solo relaciones de sangre o vecinas con ‘supuestos terroristas’ que nunca se podía demostrar.
Deseo que el mundo se siente a pensar. Ya está bien.
Ayer comí con mi vecina, en la soledad de las dos que nos sentamos en una maravillosa mesa camilla. Nos hicimos un homenaje mutuo frente a un cocido madrileño, el de mi infancia. Ese cocido con su caldo, con su hervor de horas, quitando y poniendo ingredientes, capeando la grasa del hervor, con la puesta en escena de la sopa, los garbanzos, patatas y puerro, la oreja, el morro de cerdo, el hueso de codillo, la ternera de hilos, el tocino blanco, una morcilla perdida y un pequeño chorizo, y la magnitud de la col hervida y rehogada con ajo y pimentón rojo.
Esta pasada semana no hemos coincidido. El sábado, desde el balcón de mi casa, vibré con la fuerte percusión que acompañaba la manifestación del 25N. Ya les digo que la piel chinita y la mirada húmeda. No pude participar, mi espalda me ha dejado varada en la orilla de mis intenciones. Una masiva manifestación que reafirma el poder de las mujeres. No pude compartir con mis eternas feministas del Liceu de Dones. No pude caminar ni gritar la rabia que me habita. Además, el mismo día que un verdugo estranguló en Madrid a su pareja, en presencia de sus hijos. Ella se debate entre la muerte y la vida, esa vida que ha debido ser su calvario.
Frente el 25N resulta cada vez más repugnante escuchar a representantes institucionales borrando la violencia de género. Escuchar, por ejemplo, en Radio Castellón, en un debate, al portavoz de Vox, del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Castellón, hablando sin vergüenza y equiparando el asesinato de una mujer con la muerte de un hombre. Un hombre frente a más cincuenta mujeres asesinadas este año. El tono de voz de este personaje es escalofriante.
Buena semana, buena suerte.