MURCIA. Varios lectores, que se sintieron interesados por el artículo sobre el callejero publicado el pasado día 10 de los corrientes, me animaron a abundar en las numerosas historias y curiosidades que guardan las denominaciones de nuestras vías públicas, y uno, que se deja convencer fácilmente, ha decidido despedir este año singular dando gusto a quienes lo encuentran en la lectura de estas letras, a modo de felicitación.
Resulta evidente, incluso para los menos avisados en estos asuntos callejeriles, que la llegada a la nómina de los merecedores de homenaje público mediante rotulación viaria desplazó, las más veces para siempre, antiguas denominaciones que resultaban verdaderamente ilustrativas y eminentemente sonoras.
"El damnificado fue, ni más ni menos, el notable poeta José Zorrilla"
Véase lo que sucedió, verbigracia, con dos calles vecinas, que discurren en paralelo entre Santa Teresa y Acisclo Díaz, como son Mariano Girada y Gómez Cortina, a las que aún denominan algunos castizos Cadenas y Aguadores. Y reparemos en que la rúa dedicada al acreditado músico de la Misericordia (don Acisclo) fue de siempre la calle de la Acequia, por alusión a la que discurre bajo ella y atraviesa la ciudad de Oeste a Este, de donde se deriva que los del oficio de transportar el agua y distribuirla (aguadores) la recogían de aquel cauce y la introducían en la ciudad por ese punto.
Hay muchos más ejemplos, claro está. Pero también se ha dado el caso de que el nombre preterido correspondiera a un ilustre personaje, sin tacha en cuanto a memorias o desmemorias históricas o histéricas, que por haber sido homenajeado dándole su nombre, con mejor voluntad que acierto, a una calle principal, de las del cogollo urbano, acabó siendo desposeído y relegado, en algunos casos, al olvido. Al menos, en la memoria de las autoridades locales y en el callejero.
En busca de grandes personalidades desposeídas podremos citar al gran inventor cartagenero Isaac Peral. Cuenta con una docena de calles en pedanías, pero la avenida que honraba su memoria en la ciudad le fue otorgada a don Juan de Borbón, y el marino quedó compuesto y sin arteria viaria… en pleno barrio de La Flota.
Tampoco hubo reparación para un Nobel en Medicina como Santiago Ramón y Cajal. Su trayectoria y prestigio internacional le llevó al corazón mismo de la ciudad, pasando a nominar la hasta entonces calle de la Sociedad (por tener en ella su sede la Real Sociedad Económica de Amigos del País), pero como en otros casos, la fuerza de la costumbre pudo más, y el gran médico y científico abandonó el nomenclátor.
Al escritor e investigador murcianista Pedro Díaz Cassou le asignaron la antigua plaza de la Carnicería, designada por el pueblo como de las Flores, y pese a la insistencia en mantener al primer dueño del palacete modernista de la calle de Santa Teresa en el que luego sería ombligo del cerveceo murciano, acabó por imponerse el decir de las gentes, y don Pedro quedó excluido.
Y qué decir del insigne Francisco Cascales, que cuenta con instituto a orillas del Segura, pero a quien de nada sirvieron sus acreditados servicios a la literatura y a la investigación histórica a la hora de defender su permanencia en el callejero, pues para los murcianos no era cuestionable que llamada de Jabonerías había de seguir siéndolo por mucha erudición que aportara el licenciado.
De modo que el uno perdió el puesto por un nombramiento de rango superior y los otros empujados por la arrolladora fuerza de la soberana voluntad popular. Pero como a todo hay quien gane, podemos hallar también el caso de quien fue expulsado del callejero sin explicación ni motivo alguno. O quizás por el más que sencillo del despiste de un editor de guías o de un funcionario del censo… o vaya usted a saber.
El damnificado fue, ni más ni menos, el notable poeta José Zorrilla, autor del Tenorio en 1844 y, con mucho menor alcance, del poema De Murcia al Cielo, en 1888. El laureado vate había pasado por Murcia en su incansable viajar por España, y tomado contacto con sus parientes los Revenga (por línea materna), amén de ser acogido y obsequiado por el marqués de Villalba de los Llanos, el Conde de Roche, el también poeta Sánchez Madrigal o Antonio de Sandoval, y alojado por Nicolás Acero. A todos ellos envió una carta de agradecimiento en mayo del citado año, dando noticia de su composición poética, de la que ofreció primera lectura en el Ateneo madrileño por aquellos días.
Y fue esa estancia y ese vínculo poético lo que llevó al Consistorio a conceder el nombre de plaza del Poeta Zorrilla a la confluencia de las calles de la Frenería (en el tramo que hoy es Conde del Valle de San Juan), Jara Carrillo y Pascual al producirse, en enero de 1893, su defunción en Madrid. A partir de ese momento, la mención al lugar con esa denominación es constante y frecuente en reseñas de prensa durante cerca de un siglo… para acabar por desaparecer sin dejar rastro en el callejero oficial o en la rotulación viaria.
De modo que la plaza creada de la nada volvió a desaparecer como había aparecido, volviendo a convertirse en un simple encuentro de calles innominado. Sin más culpa atribuible a Zorrilla que haber escrito aquellos populares versos puestos en boca de su universal don Juan: "Clamé al cielo (de Murcia) y no me oyó".