CARTAGENA. A estas alturas de la democracia ya ha quedado suficientemente claro que tres partidos españoles principales, la Convergencia catalana, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), han generado notables casos de corrupción. Y han acuñado dos frases tan vistosas como inoperantes. Una es "tolerancia cero", que solo se la toman en serio después de que el último escándalo les haya estallado. Cuando al entonces candidato Sánchez, que basó su moción de censura en la corrupción del entorno del presidente Rajoy, le preguntaron cómo la atajaría, dio una respuesta histórica: "preveyéndola" (sic). Bueno, pues visto el caso Koldo, ya se ve que no la "preveyó" del todo. La otra frase vistosa es "venga de donde venga".
Resulta muy socorrida para obviar la corrupción propia y ceñirse a la ajena. Si a cualquier diputado de Reunirse (Bildu) le preguntasen por los asesinatos de ETA es muy probable que respondiese: "Condeno la violencia venga de donde venga". Eso sí, a ETA ni mencionarla. Si a un pepero le preguntasen por el caso Gurtel es muy probable que también condenase la corrupción "venga de donde venga". Pero nombres propios, ni uno. Incluso los de Podemos, y luego las de Sumar, que llegaron para cambiar radicalmente la política, aprendieron bien pronto el truco de condenar venga de donde venga, pero omitir piadosamente los antropónimos de sus aliados. ¿Alguien ha oído la palabra "Ayuso" en boca de Yolanda? Todo el que preste atención a la política en España. ¿Y la palabra "Ábalos"? Nadie. En ese caso ha aplicado la técnica del venga de donde venga. En vez de cambiar la política, la política los ha cambiado a ellos. O quizás no, y ya eran así desde un principio. Después de todo, Iglesias acaba de inaugurar un bar en Lavapiés donde homenajea al Che Guevara, aquel implacable asesino. Y Monedero andaba estos días por Venezuela, declarando que le producía "envidia sana" las maravillas del régimen de Maduro.
Bueno, a lo que iba. Todo lo anterior es bien sabido. Menos sabido es que los teóricos se han molestado en discernir cuatro grandes tipos de corrupción política e incluso han registrado algunos argumentos para justificarlos. El primer tipo, el preferido por los liberales, es la corrupción lucrativa. En ese caso, el que consuma una malversación o un cohecho lo hace, total o parcialmente, en beneficio monetario propio. Y los teóricos afirman que, si no se extiende demasiado, beneficia el desarrollo económico. ¿Por qué? Porque agiliza los procedimientos administrativos, que tantas veces retrasan hasta la desesperación las inversiones, y porque estimula a los inversores. En efecto, un político sobornado es un político diligente y un empresario sobornador es un empresario dispuesto a invertir. La cosa está clara. Si hay que sobornar se soborna, ¿pero sobornar para nada? Eso no trae cuenta. Se origina así el llamado capitalismo de amiguetes, con el consiguiente encarecimiento de los servicios y las infraestructuras.
El segundo tipo de corrupción es el clientelar, el favorito de los socialistas y los comunistas. En ese caso, el que comete una malversación o un cohecho quizás se apropie de una parte en su beneficio, pero sobre todo lo emplea para repartir ilícitamente gabelas entre sus amigos y votantes. Los teóricos afirman que, aun ilegalmente, contribuye a paliar la desigualdad, facilita la estabilidad política y la paz social. Ya decía Espinosa en su Escuela de Mandarines que "Esto no está corrupto, no durará; esto está corrupto, durará". En efecto, un votante premiado es un votante fiel y un sindicalista comprado es un sindicalista pacífico. Se origina así un socialismo de amiguetes, que últimamente se ha insertado en el Código Penal: el partido de Sánchez, junto con sus aliados, ha decidido que la malversación clientelar debe estar menos penada que la lucrativa. Se ve que ellos mismos saben de qué pie cojean.
El tercer tipo de corrupción es el nacionalista. En ese caso, el que malversa o roba lo hace en nombre de su nación, real o imaginaria. Esta variante es particularmente agresiva porque puede desembocar fácilmente en la extorsión. Lo hemos visto en Convergencia: si no pagas la mordida, no te autorizamos la inversión, que lograr la independencia es muy caro. Claro que una parte iba al bolsillo de los héroes separatistas. Y así la esposa de Pujol, convertida en madre abadesa, llamaba a Andorra para que le preparasen unos misales (unos lotes de dinero ilegal). Más agresivos, los etarras amenazaban directamente con asesinar a los que no pagasen el impuesto revolucionario, que el pueblo vasco luchador no se merecía menos. Los teóricos afirman que la ventaja de este tipo de corrupción es que potencia los lazos de identidad, generando redes de apoyo mutuo. Se origina así el nacionalismo de amiguetes, que suele producir un grave deterioro de la libertad de los ajenos a la trama.
No se les ha escapado a los teóricos un cuarto tipo de corrupción: la parlamentaria. A pequeña escala, consiste en sobornar a algún diputado para orientar el sentido de su voto. A gran escala, consiste en amnistiar a un gran hatajo de malversadores a cambio de sus votos. Representa la cima la corrupción y, al parecer, tiene la ventaja de facilitar la colaboración entre formaciones políticas por lo demás antagónicas. En ese feliz mundo, los socialistas y los comunistas conviven pacíficamente con conservadores y liberales interesadamente amnistiados. Creo que algún pasaje bíblico habla de ovejas paciendo junto a lobos. Pues algo así, pero amnistiando. Y al Estado de Derecho, que le vayan dando.