MURCIA. En el artículo anterior explicaba por qué considero la unidad de los miembros del equipo directivo el punto clave en el funcionamiento de una empresa.
Pero la unidad nos remite necesariamente a otra cuestión más amplia: las relaciones humanas que se establecen entre las personas que forman la empresa, y en concreto entre esos directivos. Un campo amplísimo sobre el que me gustaría compartir algunas reflexiones.
El diccionario de la RAE define unidad como "unión o conformidad", y la unión como "conformidad y concordia de los ánimos, voluntades o dictámenes".
Conformar voluntades es algo exclusivamente humano, y nos remite precisamente al grupo de personas que quieren 'conformar' –convenir– algo: una idea, un punto de vista, un objetivo…
"El líder es una persona con autoridad. Y a veces tendemos a confundir la autoridad con el poder"
Para conseguirlo (en términos empresariales para definir unos objetivos y dirigir a todo el grupo humano hacia su consecución) es absolutamente necesario que en todos los miembros del equipo se den dos actitudes: liderazgo, y aceptación.
Sobre el liderazgo quisiera destacar sólo un aspecto. El líder es una persona con autoridad. Y a veces tendemos a confundir la autoridad con el poder, cuando son dos conceptos que pueden estar relacionados pero se mueven en planos distintos.
Por no entrar en más definiciones, esa diferencia y relación entre la autoridad y el poder me gusta expresarla con una frase que escuché en una conferencia: “el poder se recibe, la autoridad se alcanza”.
Tener poder es contar con la capacidad para imponer algo a alguien. Pero en el fondo no es más que eso, porque -como decía- el poder es algo recibido de otra persona o grupo de personas.
Por poner un ejemplo que nos resulta muy cercano en estos momentos de pandemia, tiene poder (recibido de los demás ciudadanos, del Parlamento, o del Gobierno Central) un político del signo que sea, que cuenta con la capacidad de publicar en el correspondiente Boletín Oficial una orden para que los ciudadanos usen mascarillas en la calle, no consuman en la barra de un bar, o para restringir su movilidad.
Y además el poder es algo relacionado con la coacción, por eso lleva consigo también la posibilidad de castigo ante el incumplimiento.
La autoridad en cambio es algo más profundo. Es el poder reconocido, pero sobre todo aceptado por quien recibe una orden o incluso a veces sólo una sugerencia. Por eso cualquier político (como en el mundo de la empresa cualquier directivo) tiene el poder, pero debe 'ganarse' –él y sólo él- la autoridad.
En la historia, la tradición tanto griega como romana vincula la autoridad al padre de familia. ¿Y por qué esa vinculación? ¿Porque eran culturas patriarcales? Ciertamente así era, pero la 'auctoritas' también iba asociada a la sabiduría (los miembros del Senado y los juristas en Roma) y a la reputación. Y añadiría que además, sobre todo en el caso del padre de familia, a su compromiso y ejemplo.
Y creo que lo mismo sigue ocurriendo hoy. Si pensamos cada uno en personas con autoridad sobre nosotros, me parece que la inmensa mayoría recordaremos -y con cariño- a algún familiar cercano, a algún maestro o profesor, a algún amigo, o incluso a algún “jefe”.
¿Por qué los recordamos -e insisto- con cariño? A mi entender, porque han “liderado” nuestra vida. Nos han dado indicaciones, y han ejercido su influencia (su poder) sobre nosotros, pero desinteresadamente, procurando “simplemente” hacer de nosotros hombres o mujeres de provecho. Y siempre tratando de darnos ejemplo, pero sobre todo desde el respeto, el reconocimiento y el afecto. Y por eso cada uno de nosotros hemos seguido esas indicaciones gustosamente.
Cuando pienso en liderazgo, me imagino al militar que se implica en la batalla. No tiene porque ser el más fuerte, ni el que mejor maneja la espada, ni estar en la primera línea, ni carecer de defectos. Pero desde luego sí ser coherente y comprometido con el futuro de todos y cada uno de los soldados a sus órdenes.
Me encanta hablar de liderazgo y siento haberme extendido…
Como decía, lo propio del liderazgo es precisamente que el poder sea aceptado. Y la aceptación nos remite a la otra cara de la moneda: a las personas que están bajo la dirección del líder.
La aceptación es algo absolutamente necesario para el funcionamiento de una empresa, y en especial de un equipo directivo. Pero aceptar supone un acto de la voluntad. Y puede ocurrir que incluso ante el mejor líder y ante el mejor equipo, uno de los miembros se empeñe en no querer aceptar. Supondría el fracaso de todo el conjunto.
He preferido utilizar el término aceptación por no utilizar directamente el de 'humildad', que, me parece que es el presupuesto de la aceptación, y expresa mejor una de las actitudes necesarias en TODOS los miembros del equipo, incluido el propio líder.
Y no quiero terminar sin decir que la humildad –aunque pueda resultar paradójico- es un valor muy apreciado también en nuestros días. Ésa es al menos mi experiencia de muchos años en el mundo de la empresa.
Economista